España precisa un pacto social con más contenido
Los sindicatos y la patronal tratan de reanimar una moribunda negociación para cerrar un acuerdo que combata las adversas condiciones del empleo en España. Las demandas financieras de la confederación empresarial y la resistencia de los sindicatos a aceptarlas por considerar que la Seguridad Social podría entrar de inmediato en déficit han desaconsejado al presidente del Gobierno hacer un último esfuerzo presupuestario para lograr el acuerdo. Un pacto que, de cerrarse básicamente para dar satisfacción a patronal y sindicatos, se limitará a una inyección de dinero para prolongar las prestaciones de los desempleados y a una rebaja de las cotizaciones de los empresarios a la Seguridad Social. En el primer caso, se atienden situaciones de necesidad de la gente más desprotegida en la crisis y, en el segundo, se rebaja un impuesto al empleo, cuál es la aportación empresarial al sistema de pensiones, aunque es discutible que con la situación de la economía tal descenso dinamice el empleo.
En todo caso, tanto el planteamiento primario de los sindicatos como de los empresarios es lograr cuanta más cantidad de dinero público, mejor. Como si se hubieran empeñado en una competición para ver quién logra incrementar más el gasto público, sin hacerse demasiadas preguntas acerca de cómo se financia, precisamente cuando las finanzas estatales aconsejan más de una pregunta sobre cómo se van a abordar en el futuro. Además, sorprendía cuando comenzó la negociación y sorprende más ahora ver cómo el Gobierno está dispuesto a cerrar un acuerdo con patronales y sindicatos sin exigirles nada a cambio, cómo está dispuesto a aceptar que la operación a quienes representan a trabajadores y a empresarios les salga totalmente gratis.
Desde 1977 hasta ahora, nunca una negociación de este tipo se había ceñido a repartir fondos públicos entre los negociadores sin que ellos aportasen su parte de sacrificio. En este caso, y dado que el objetivo de la negociación es buscar soluciones para evitar que el mercado de trabajo siga destruyendo empleo a la velocidad que lo ha hecho en el último año (1,3 millones de empleos perdidos), y dado también que hay un consenso en que el mercado laboral tiene explícitas anomalías que provocan tal sonrojante pérdida de puestos de trabajo, es inexcusable un serio retoque de sus fundamentos. De la contratación, del desarrollo interno de las relaciones industriales y de la rescisión de contratos. Los tres escalones tienen que tener una compensación para hacer el mercado más flexible: contratos más simples y de duración adaptada al trabajo; fijación flexible de la jornada y del salario más ajustados al desempeño de las plantillas, y costes del despido que no contribuyan a fracturar, como ahora, el mercado entre empleos muy protegidos y otros desamparados.
Es también inexcusable un mecanismo de sobriedad salarial para sortear la mayor crisis de las últimas décadas, y en la que los costes, la tecnología y la formación serán determinantes para consolidar los niveles de productividad en el futuro. Una fórmula de sacrificio equilibrado para recomponer los niveles de competitividad perdidos sería un pacto de congelación de salarios, precios y márgenes de dos o tres años, que sólo está en manos de las cúpulas sindicales y patronales. En ausencia de este consenso y de otros mecanismos pactados de flexibilidad, las empresas y sus trabajadores están negociando por su cuenta cómo adaptarse a la realidad para evitar desaparecer.
No es tarde para que el Gobierno reconduzca el diálogo por esta vía en la que todo el mundo ponga su parte de sacrificio y compromiso, y evitar que el acuerdo sea un reparto grosero de dinero público sin contrapartidas. CEOE debe hacer abstracción de susurros políticos y exigir un pacto con contenidos que dinamice la actividad. Si se limita a ver cuánto se lleva en el viaje, sólo falta saber cuánto se elevará el déficit fiscal y cuándo tendrá números rojos la Seguridad Social. Zapatero necesita poner su liderazgo político al servicio de un compromiso real que saque a la economía de la parálisis en la que está, con cambios normativos si se precisan, aunque tengan aparente coste electoral. No puede correr tras las aspiraciones cortoplacistas de unos y otros sólo para componer una foto que escasamente cambiará las negras expectativas que padece la economía española.