GM, banco de pruebas industrial
Cuando General Motors entró en concurso, hace unos cuarenta días, acumulaba cinco años en números rojos, con unas pérdidas agregadas de 88.000 millones de dólares (63.000 millones de euros) y tenía una legión de 96.000 trabajadores, amén de una plantilla pasiva abultada (pensionistas). Tras el proceso de nacionalización explícita al que ha sido sometida (el Gobierno de EE UU controla más del 60% del capital, y un 11,7% adicional el canadiense), surgió el viernes como una empresa nueva, con poco más de 63.000 trabajadores, un severo ajuste de plantas y marcas, y liberada de las cargas financieras que impedían su capacidad de maniobra. Ahora vuelve al mercado transformada, pero tendrá que ganarse el terreno en competencia libre con los colosos automovilísticos japoneses y europeos, que han sido en los últimos años quienes la han empujado a la bancarrota.
General Motors se ha convertido, por ser la primera gran empresa industrial que tiene que ser salvada por el dinero de los contribuyentes, en un banco de pruebas para toda la economía norteamericana, poco amiga de las ayudas estatales. La opinión pública, más allá de nacionalismos económicos, será muy exigente con los nuevos gestores, que tendrán que redefinir un modelo industrial desfasado, contaminante y consumista, si quiere recuperar el crédito perdido.