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Tribuna
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Europa, laberíntica y... ¿Detestada?

Una enorme abstención -en torno al 60% de media-, un desplome de las opciones socialdemócratas y socialistas y una fuerte emergencia de opciones radicales de derecha. Este puede ser un resumen de los muchos que podrían elaborarse de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo. Haciendo abstracción de las circunstancias concretas de cada uno de los países, parece cierto que la UE resulta burocráticamente laberíntica, con un entramado de instituciones que responde a la confección de una ingeniería de intereses y equilibrios ininteligibles no sólo para los ciudadanos sino también para los candidatos que son incapaces de explicar el mapa institucional de la Unión.

Junto a este hecho determinante -la ininteligibilidad del sistema institucional de la UE- concurre, en segundo lugar, otro ideológico: la izquierda moderada europea es partidaria del unionismo, incluso con más intensidad que el centro-derecha, pero en la medida en que esa inclinación implica la dilución del modelo de los Estados-nación, propicia una enorme reactividad de las derechas extremas y xenófobas (véase lo ocurrido en Holanda y Dinamarca) y la desconfianza de los Estados insulares del continente (Reino Unido e Irlanda) que, desde posiciones democráticas pero reticentes, lideran el llamado euroescepticismo. Si el Tratado de Lisboa no es ratificado por Dublín y los pésimos resultados del Partido Laborista británico tumban al Gobierno de Brown, la UE entrará en otro periodo crítico.

Ocurre que se suele despreciar -o al menos no apreciar- lo que se desconoce. En un informe elaborado por Euro RSCG para Llorente & Cuenca, que nuestra compañía ha difundido ampliamente, se explican los cambios institucionales y políticos a los que se enfrenta la Unión en 2009. La exposición es clara y exhaustiva, pero también resulta apabullante. No es posible poner en marcha el Tratado de Lisboa y todas sus consecuencias (un nuevo sistema de Gobierno con nombramiento de presidente de la Unión, incremento de los parlamentarios, sistemas decisorios más rápidos y un nuevo colegio de comisarios, entre otras reformas) si la ciudadanía europea no introduce una nueva energía en el afán europeísta. El pasado domingo no lo ha hecho. Todo lo contrario: parece como si los electorados -retirando apoyos a los más comprometidos con la Unión y primando fantasmales opciones radicales de extrema izquierda y extrema derecha- quisieran proclamar que, además de desconocer lo que significa el entramado institucional de la UE, detestaran el simbolismo y la eficacia de la vinculación europeísta.

Quizás por el distanciamiento emocional hacia la UE y por las enormes dificultades para entender sus mecanismos de funcionamiento -y su cuestionable eficacia- las elecciones europeas se han configurado no sólo como un rechazo a la absorción de soberanía y poderes de los Estados miembros sino también como una oportunidad para ajustar cuentas con los Gobiernos y las oposiciones de los países miembros. La consecuencia es que la situación general ha quedado enormemente desvirtuada en un momento en que la UE puede y debe ser una pieza clave en la superación de la recesión económica mediante la implementación de políticas de ayuda, pero también a través del establecimiento de mecanismos comunes de supervisión y políticas coordinadas para incidir sobre los grandes sectores en crisis.

Las compañías que tienen como misión la comunicación, es decir, la gestión del conocimiento (medios y consultoras, cada cual en su ámbito y con su rol), han de aplicarse a la difusión divulgativa de la función esencial de la UE en el engranaje político y económico de Europa en su conjunto y en el carácter imprescindible como interlocutor ante EE UU de una parte, y de otros colectivos estatales, de otro. Y defender su naturaleza estratégica ante la crisis y su condición de garante democrático.

En el informe de Euro RSCG para Llorente & Cuenca, elaborado desde la especialización depurada, aparece muy bien explicado el calendario de 2009 que pretende cumplir la UE. Desde la elección de presidente de la Comisión este mes, hasta el probable referéndum de Irlanda sobre el Tratado de Lisboa. Ahora, en julio, comienza la presidencia rotatoria de la UE que corresponde a Suecia, y el primero de enero de 2010 entra en juego la presidencia española. No podía encontrarse Rodríguez Zapatero con una crisis de fe y de afecto ciudadano peor respecto de la UE como la que se deduce de los comicios del domingo: una Europa desconocida y ajena a los ciudadanos y, seguramente, detestada por muchos de ellos. ¿Cómo lo vamos a resolver? La respuesta exige un duro examen de conciencia político y un acto de contrición por la soberbia con la que se ha conducido la clase dirigente en Bruselas. Hay que hacer simpática y cercana a la UE. Ahora no es ni lo uno ni lo otro.

José Antonio Zarzalejos. Director general de Llorente & Cuenca en España

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