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Columna
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Helicóptero Trichet

José Carlos Díez

El pasado mes el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, se comprometió públicamente en dar a conocer hoy, tras la reunión del Consejo del banco, los detalles de su última y novedosa medida: la monetización de deuda. Con esta medida, el BCE cruza el umbral de la ortodoxia monetaria y se une a sus homólogos estadounidenses y británicos para luchar contra la deflación de activos que está provocando la mayor contracción de crédito conocida desde la Gran Depresión.

La decisión debería haberse tomado en octubre, pero no está exenta de mérito. El BCE recibió el prestigio y la credibilidad del Bundesbank alemán, credibilidad que se fraguó en su decidida lucha contra la inflación, especialmente en los años ochenta.

En los años veinte, los alemanes sufrieron los devastadores efectos de la hiperinflación que acabó con el ahorro de todas las generaciones vivas, con la estabilidad social conseguida en la República de Weimar y abrió las puertas a la victoria del partido Nazi, liderado por Adolf Hitler.

Alemania está inmersa en una campaña electoral, el resultado es incierto y la decisión heterodoxa del BCE ha entrado en campaña. Angela Merkel acaba de criticar públicamente la decisión, lo cual supone romper las reglas del juego político germano que respeta la decisión constitucional de independencia del banco central.

Los economistas alemanes deberían hacer pedagogía y explicar a la sociedad que la situación actual dista mucho de la de los años treinta. En aquellos años, Alemania tenía que reparar el coste de la Primera Guerra Mundial y pagaba en moneda extranjera cada mes cantidades ingentes de dinero. Su moneda comenzó a depreciarse y el pago de la deuda externa aumentaba en la misma proporción. El Gobierno vio limitada su capacidad para hacer frente a sus pagos y pedía prestado al banco central dinero que acaba monetizándose. El dinero depreciaba aún más la divisa y aquello acabó en hiperinflación.

Ahora, Europa apenas tiene deuda externa, existe un mercado de capitales muy desarrollado y los estados europeos financian su desequilibrio fiscal con deuda pública. Pero el BCE ve como, a pesar de bajar los tipos al 1% y dar acceso ilimitado a tipo fijo a los bancos a sus subastas de liquidez, el dinero no llega a empresas y familias y los flujos de nuevo crédito están en caída libre. Por lo tanto o se toman medidas heterodoxas o continuaría el riesgo de una depresión económica, patología diferente a la hiperinflación pero con la misma capacidad destructiva.

Alemania ha sido uno de los grandes ahorradores mundiales y ha financiado todos los excesos de crédito de la Edad Dorada, por lo que no puede vivir en una burbuja al margen del mundo. Sus bancos se dedicaron a comprar todos los activos que circulaban por el ciberespacio y son los más afectados por la deflación activos.

Por lo tanto, lo que alguien le debería explicar a la canciller Angela Merkel es que o el BCE se pone a comprar activos y pone fin a la deflación o sus bancos seguirán teniendo pérdidas y el Estado tendrá que seguir inyectando dinero de los contribuyentes en las entidades, entrando en escenarios de insostenibilidad de las finanzas públicas como le sucedió a Japón.

Esperemos que los miembros del Consejo del BCE no se arruguen y sigan adelante con la medida. Lo más conveniente sería comprar deuda ya emitida en los mercados secundarios y atraer al mercado de cédulas a inversores privados, con el fin de ir creando canales de financiación estable para el sistema bancario, al margen de las subastas del BCE y de la deuda avalada por los estados.

Ahora los inversores comienzan a contemplar una salida inflacionista de la crisis y temen que los bancos centrales pierdan el control. Ojalá veamos inflación, pero la historia nos dice que las crisis de deflación de deuda son difíciles de digerir y la inflación tarda años en llegar. La economía mundial está saliendo de la recesión pero la brecha de producción negativa acumulada es elevada, las tasas de paro crecientes y el uso de la capacidad instalada se ha hundido, por lo que los riesgos de deflación superan a los de inflación.

En el siglo XVII, Galileo también fue acusado por los Toloméicos de heterodoxia. Amenazado con la hoguera purificadora afirmó "me retracto pero aún así se mueve". Esperemos que ahora la razón se imponga a la metafísica.

José Carlos Díez. Economista jefe de Intermoney

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