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Columna
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El verdadero cambio de modelo

De repente, parece que hemos encontrado la varita mágica para superar esta dichosa crisis. Se trata del famoso cambio de modelo. "Tenemos que cambiar de modelo económico -oímos una y otra vez-, abandonando la cultura del pelotazo inmobiliario, el imperio del ladrillo y el consumo desorbitado". "¿Y cómo se cambia de modelo?" -preguntan los viejos del lugar-. "Pues muy fácil, le responden. Educación, nuevas tecnologías y energías renovables, el perfecto cóctel del progreso". "¡Ah, bueno, eso es fácil! -exclaman los amateurs de la economía- ¡Lo que precisamos es un cambio de modelo!".

Unos y otros repiten la misma idea, sintiéndose únicos, originales y distintos. No lo son; se limitan a cacarear una obviedad que viene desde antiguo. No oímos hablar de otra cosa desde hace años. En la Cumbre de Lisboa ya se estableció como objetivo para toda Europa el avanzar hacia la sociedad del conocimiento, movida por las nuevas tecnologías. Pero debemos ser cautelosos ante este nuevo credo, que sólo predica una parte de la verdad.

Vayamos por partes. Sabíamos que nuestra estructura económica estaba desequilibrada por el excesivo peso de la construcción, el abultado déficit exterior y un permanente diferencial de inflación con respecto a nuestros vecinos europeos. Pero el problema no era que se contruyera demasiado -que también-, sino que los demás sectores no tiraran con igual dinamismo, por su limitada competitividad. La construcción es imprescindible para el desarrollo de una sociedad, no debemos satanizarla. Seguirá siendo necesaria para que salgamos de esta atonía que nos desangra. El nuevo modelo no debe significar enterrar al actual. Lo que se debe conseguir es introducir nuevos motores y, sobre todo, mejorar en lo que somos fuertes.

La economía es extraña, incluso para los estudiosos que se dedican en exclusividad a ella. Comprobamos a diario cómo se equivocan -nos equivocamos- todos los osados que se atreven con el juego de los pronósticos. En teoría, la economía española tendría que haber sido la que más sufriera. Como ladrillo-adictos, el derrumbe de la construcción tendría que habernos dejado en estado comatoso. De alguna forma, así ha sido. Nuestro PIB interanual cae al 3% y nuestro desempleo supera el 17%.

Pero la sorpresa salta en el resto del mundo avanzado, sobre todo en aquellas naciones que sí invirtieron en la sociedad del conocimiento. La caída de actividad en países como Irlanda -el llamado tigre celta- es aún más acusada que la nuestra. Economías muy abiertas al exterior, con una acrisolada tradición exportadora de bienes de equipo y altas tecnologías, como Alemania, padecen una depresión en su actividad que rondará el 6%, al igual que EE UU. ¿Cómo es posible eso? Si el modelo ideal era el de las altas tecnologías, ¿por qué caen esos países más que nosotros? Está claro que la crisis global se ha cebado contra el comercio internacional y que los países exportadores sufren momentáneamente más. También tenían un desequilibrio en su estructura, aunque menos pernicioso que el nuestro.

Estamos de acuerdo con el cambio de modelo. Por supuesto que tenemos que apostar por las nuevas tecnologías. Y para ello, ninguna receta más adecuada que la de la educación. Pero el cambio de modelo no debe basarse en exclusiva en el impulso de nuevos sectores, por más necesarios que se nos antojen. Resulta igualmente importante la mejora en eficiencia de los sectores ya consolidados, como por ejemplo el turismo o la agricultura. Los cambios radicales de modelo ni son posibles ni interesan. Lo ideal es la progresiva adaptación de la economía entera a los nuevos tiempos, incorporando calidad, valor añadido, diseño y eficiencia. Un cambio de modelo también significa la mejora en las redes y en las técnicas de comercialización.

Pero, sobre todo, el cambio de modelo debe producirse en nuestras mentes. Debemos trabajar mejor, innovar más, esforzarnos con mayor brío e ilusión. La sociedad española es vigorosa y está mejor formada que en el pasado, ¿acaso pensamos que se quedará quieta? No. Luchará por salir adelante. El verdadero cambio de modelo se produciría si se incrementara sensiblemente el porcentaje de la población que desease convertirse en empresario. Ese ímpetu creador, ayudado por medidas fiscales y sociales justas y un marco regulador adecuado, no tardaría en encontrar y ajustar el modelo económico que anhelamos.

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