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Tribuna
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Soluciones a largo plazo

La reunión del G-20 en Londres exhibe dos posiciones claramente contrapuestas. EE UU, que considera que las medidas prioritarias pasan por un fuerte estímulo fiscal. La prioridad se centra en la reactivación económica y la recuperación del consumo y la inversión a través de la recomposición de la confianza.

La otra posición es defendida por los países del euro. æpermil;stos cuentan con un Estado de bienestar más extendido que las de modelo anglosajón y, por tanto, los llamados estabilizadores automáticos se han puesto ya en funcionamiento antes de que los Gobiernos decidan medidas fiscales decididamente expansivas. La existencia de un subsidio de paro de gran cobertura y de un impuesto sobre la renta, con tipos elevados y claramente progresivos, empiezan a actuar automáticamente con sus efectos expansivos tan pronto se notan los efectos de la recesión. Por ello, las economías europeas no ven necesario llevar las políticas fiscales expansivas a un grado tan extremo, pues les preocupa que, sumadas a su voluminoso Estado de bienestar, acaben provocando niveles de endeudamiento público demasiado elevados.

Pero este debate no debe esconder el hecho de que la crisis de la economía global no es sólo debida al mal funcionamiento de los mercados financieros. Existe una cuestión más profunda: cómo canalizar importantes cantidades de capital desde los países desarrollados hasta las economías en desarrollo.

El fracaso de este proceso fue evidente en los ochenta, cuando muchas economías latinoamericanas tuvieron problemas para el pago de su deuda externa, y en los noventa, cuando economías en desarrollo de Latinoamérica y de Asia, así como del este de Europa o algunas de África, experimentaron crisis de tipo de cambio que hundieron el valor de sus divisas y terminaron sumidas en graves recesiones económicas.

La reacción a este problema fue que, desde finales de los noventa, un buen número de economías en desarrollo decidieron que la mejor estrategia no era endeudarse, sino acumular reservas de divisas. Esta nueva estrategia produjo una paradoja: las economías en desarrollo, en su afán por acaparar divisas, pasaban a financiar a las economías desarrolladas. Primero financiaron inversión productiva, pero terminaron financiando el consumo desenfrenado de algunas economías avanzadas.

La incapacidad de los sistemas financieros de estas economías desarrolladas para absorber tal volumen de entradas de capital sin promover el endeudamiento más allá de lo razonable y olvidando la prudencia a la hora de evaluar el riesgo hizo el resto.

Para evitar esto, el G-20 debería decidir además de medidas de urgencia, sentar las bases de un nuevo orden económico y un nuevo sistema monetario internacional, que permitieran la financiación ordenada de los países en desarrollo por parte de los desarrollados. La inexistencia de este sistema es lo que, en última instancia, nos ha llevado a la situación actual.

Josep Comajuncosa. Profesor de Economía de Esade (Universidad Ramon Llull)

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