Anticrisis en Londres
Se puede esperar que en la Cumbre del G-20 en Londres se tomen medidas eficaces contra la crisis? Si se aceptara el liderazgo que parece arrogarse el presidente Obama en sus recientes declaraciones sobre dicha Cumbre, la respuesta sería que sí, pero a cambio de pagar el coste de otras crisis parecidas o peores que no tardarían en presentarse.
Si fueran aceptadas en una negociación entre iguales las propuestas acordadas por la UE en sus reuniones preparatorias (22 de febrero y 20 y 21 de marzo), los efectos de la crisis actual no se corregirían tan rápidamente pero se aseguraría que un nuevo orden financiero mundial evitara que se repitiese una crisis como la actual.
En la Cumbre de Londres, a juzgar por las opiniones manifestadas en las cinco reuniones preparatorias, se enfrentarán una vez más dos planteamientos. Por una parte, un monetarismo de tipo keynesiano, preocupado sobre todo en normalizar la liquidez del sistema bancario, pero sin excluir una cierta reorganización para que funcione correctamente a nivel global. Es lo que proponen Obama y Gordon Brown, respaldados por algunos conocidos economistas norteamericanos, incluido algún premio Nobel. Por otra parte, un sistema económico en el que se reconocen las dificultades prácticas de la estabilidad monetaria y financiera y los graves perjuicios que la experiencia histórica demuestra que causa la inestabilidad a determinados grupos sociales. Acepta la necesidad de facilitar liquidez para superar la crisis y se preocupa de que haya un control que impida que los excesos monetarios degeneren en beneficio de unos pocos, como ocurrió en las crisis recientes.
El problema no es, pues, si hay que aumentar el gasto público para reanimar la demanda en una recesión, sino el volumen que ha de tener ese gasto y cómo se ha de recuperar el equilibrio para evitar que surjan presiones inflacionistas o burbujas de ingeniería financiera como las que han provocado la crisis actual. Y aquí es donde aparece la gran diferencia, pues mientras que a EE UU parece que sólo le preocupan los estímulos monetarios, Europa procede con más cautela, controlando los resultados del gasto ya realizado y previniendo los procesos que permitirán recuperar el equilibrio y asegurar que no se abuse del exceso de liquidez, creando los instrumentos adecuados para el control de la excepcional situación presente y para que las finanzas funcionen correctamente en el futuro.
Por fortuna, un acuerdo en una negociación sin imposiciones no parece muy difícil porque las diferencias están más bien en las prioridades. EE UU prioriza aumentar los estímulos monetarios, pero no excluye la reordenación del sistema financiero. Europa, en cambio, invierte el orden, advirtiendo que el volumen a gastar depende de la situación de cada Estado y dando prioridad a las reformas a nivel mundial que se han de conseguir con el consenso de todos. Con el acuerdo habrá, por fin, medidas eficaces y no se hipotecará el futuro.
Eugenio M. Recio. Profesor honorario de Esade (URL)