¿Por qué protestan ahora los alumnos?
Alguna vez como estudiante he salido a manifestarme. Tiene un punto emocionante salir a protestar contra el sistema, aunque no entiendas muy bien cómo funciona éste. Otras veces me ha tocado hacer el seguimiento como periodista, pero recuerdo que la mayoría de las protestas de los universitarios siempre han tenido a lo largo de los años las mismas consignas: protestar contra la posible intromisión de voces ajenas a la universidad y por la subida de las tasas de las matrículas. Siempre sucede lo mismo, cuando hay un atisbo de realizar algún cambio en la enseñanza siempre salen voces discordantes. Lo malo es que los discursos no suelen estar bien argumentados y se caen por su propio peso. Ahora, cuando el plan Bolonia, aprobado hace más de una década y que pretende la armonización de la enseñanza superior en Europa, protestan contra la iniciativa. A priori, los alumnos van a poder moverse libremente por los distintos campus universitarios y cursar sus estudios allá donde les plazca, y lo que es mejor adaptarán su currículo académico a la demanda de las empresas, con lo que se favorecerá su inserción laboral, ya que se les supondrá una serie de capacidades, conocimientos y habilidades que hasta ahora no estaban reconocidas formalmente. Pero eso no es suficiente, consideran que se encuentran ante una intromisión de la clase empresarial en el ámbito del conocimiento, que son los empresarios los que van a dictar los nuevos planes de estudio. También existe recelo por parte del profesorado, que tendrá que ponerse las pilas para estar al día y cambiar el hábito de desempolvar año tras año la misma clase magistral.
La sociedad demanda a la universidad una puesta a punto, que caminen juntos. Se necesita ese conocimiento y todo el talento posible para poder salir de la situación económica en la que nos encontramos. Por su parte, las universidades necesitan acercarse cada vez más al mundo empresarial, al que no hay que temer porque no va a desvirtuar la esencia de tan prestigiosa institución. Los rectores finlandeses, a los que se debería tener en cuenta, persiguen su autonomía total y esta pasa por depender cada vez menos de los recursos del Estado. Qué diferencia con España, donde las universidades siguen mamando de la teta del Gobierno de turno. Sobre la queja de que el precio de las matrículas se dispara, sólo cabe la siguiente reflexión: ¿no nos debería preocupar que de media se tarde dos años más de lo proyectado en terminar la carrera?