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Columna
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El esperado plan de Tim Geithner

Tim Geithner necesitaba aparecer esta vez con un plan creíble y detallado sobre el banco malo. Después de trabajar en el tema con las Administraciones Bush y Obama, el acosado secretario del Tesoro de Estados Unidos ha terminado el plan. Quedan aún algunos problemas potenciales, como el generoso suministro del Gobierno de deuda barata. Pero el proyecto parece más factible que todo lo que se había propuesto anteriormente.

La idea del Programa Público y Privado de Inversión (PPIP) es que el Tesoro invertirá junto a inversores privados en fondos que comprarán malos préstamos y activos de bancos estadounidenses. La intención es dedicar a este objetivo entre 500.000 millones de dólares y un billón en fondos a través de consolidación de deuda o de garantías de la Reserva Federal o del Federal Diposit Insurance Coorporation, dependiendo del subprograma en cuestión.

La escala parece factible. El plan inicial es empezar con entre 75.000 y 100.000 millones de capital. Con la mitad de los fondos provenientes del TARP, la cuantía que se necesita del sector privado suena razonable, especialmente dada la implicación propuesta de grandes gestores de activos, entre los que estarán presumiblemente BlackRock y Pimco. Es incluso posible que un billón de dólares sea suficiente para cubrir todos los activos tóxicos que quedan en las cuentas de la banca estadounidense, si suponemos que su valor está suficientemente rebajado

No obstante, la gran preocupación de los contribuyentes es la generosa zanahoria que Geithner está blandiendo en forma de financiación pública de deuda. El apalancamiento en un pedazo del PPIP no será de más de seis a uno. Pero el Term Asset-backed Securities Loan Facility -ampliado en virtud del nuevo plan de Geithner- prevé que el Gobierno preste a los inversores nueve dólares o más por cada dólar que pongan. Encima de eso, el PPIP implica que el Tesoro preste en algunos casos un dólar por cada dólar en la primera capitalización, doblando así el apalancamiento efectivo contemplado por los inversores.

Esto puede haber sido necesario para provocar el suficiente interés del sector privado -pero podría fracasar políticamente,ya que incrementa la probabilidad de pérdidas de los contribuyentes-. Un inversor privado, al beneficiarse de, por ejemplo, el apalancamiento combinado de 9 a 1 de deuda sobre capital podría poner sólo alrededor del 5% en la compra de un activo del PPIP y compartir por contra el 50% de los beneficios con el Tesoro. Esto hace que parezca casi como si el Gobierno no hubiera debido molestarse en involucrar al sector privado. El problema es que se necesita el papel del sector privado en la fijación de precios de los activos malos de los bancos con el fin de eludir el riesgo de sobrepago del Gobierno -y que cueste a los contribuyentes más incluso-.

Más allá del asimétrico reparto de riesgo, es probable que la deuda respaldada por el Gobierno también se fije a un precio relativamente barato. Esto se sumará a un subsidio que permite a los inversores privados -junto con el Tesoro- hacer mayores beneficios en el PPIP, pagar más por la basura de los bancos de lo que hubieran hecho de otra forma, o una combinación de ambos.

Esto puede significar que el PPIP cierre la brecha que probablemente todavía existe entre el valor en libros de los activos que permanecen en los balances de los bancos y el precio que los inversores puedan pagar sin un subsidio. Los puristas que quieren vender activos con problemas de los bancos a los verdaderos precios de mercado podrían oponerse a esto. Pero es un camino pragmático para salvar las distancias de una manera en la que el mercado juega un papel, en vez de ser arbitraria.

Incluso permitiendo esto, sin embargo, los bancos podrían tener que asumir más pérdidas para deshacerse de sus activos malos bajo el PPIP -y ello podría forzar a alguno a capitalizarse aún más-. Así, mientras el programa de Geithner evitaría que se prolongara la incertidumbre sobre los activos en los balances de los bancos, también podría resultar doloroso para el sector.

El secretario del Tesoro y su jefe, el presidente Barack Obama, deben pensar que ese es el resultado menos malo. Y mientras el PPIP tiene sus defectos, no hay opciones fáciles. Al menos esta vez la Administración ha presentado algo que parece un plan, no una quimera.

Richard Beales

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