Es hora de pasar a la acción
De Washington a Londres, de noviembre 2008 a abril 2009. Han transcurrido cinco meses desde la última reunión del G-20 en la que se han escuchado permanentemente términos como coherencia, coordinación, unión, supervisión y transparencia, siempre combinados con los entornos político, económico, monetario y fiscal. Pruebe a hacer combinaciones y encontrará numerosos ejemplos (unión política, coordinación monetaria, coherencia fiscal, transparencia económica... unión monetaria, coordinación política, transparencia fiscal, supervisión económica), casi todos válidos y por concretar.
Pero una de las constantes de estas reflexiones ha sido la inadecuada identificación del sistema financiero como origen y solución del problema. Sin duda, el G-20 deberá apoyarse en él para diseñar un nuevo orden económico sostenible, y para ello es imprescindible pasar a la acción, entendiendo y actuando sobre la economía y el sistema financiero de manera coordinada.
Las decisiones tomadas por los Gobiernos para atajar la crisis del sistema -nacionalización sin precedentes en cuanto a tamaño, inyecciones de liquidez al mercado, respaldo público de emisiones, capitalización de entidades insolventes, compra de activos -, junto con la súbita y significativa contracción del negocio y un deterioro relevante de la calidad de los activos, están propiciando la configuración de un nuevo orden mundial. Así, se perfilan ya al menos cuatro nuevos tipos de entidades bancarias: los gigantes de la diversificación -que ven en la situación actual una oportunidad para expandir su alcance-; los colosos nacionales -creciendo a la vez que se consolidan-; los value capturers expansivos -fusionando o adquiriendo entidades por todo el mundo para aprovechar los bajos coeficientes de capital riesgo y las atractivas valoraciones-, y por último, los apadrinados (o zombis, como recientemente se denominan) -aquellas entidades pendientes de redefinición, o apoyadas en los planes de capitalización de los Gobiernos, cuyo destino se decidirá en los próximos 20 o 30 meses-.
Adicionalmente, estamos asistiendo a la mayor ola de fusiones y desinversiones en la historia del sector: más de tres millardos de dólares en depósitos bancarios y activos han cambiado de manos como consecuencia de las últimas fusiones; los bancos más fuertes alrededor del mundo siguen en proceso de expansión aprovechando la situación de los más débiles Parece evidente también que este proceso de concentración se acelerará, en tanto que las entidades financieras tendrán que operar en un mercado de crédito contraído, márgenes financieros decrecientes y con clientes en fuertes dificultades por su nivel de endeudamiento.
Mientras tanto, las estrategias tradicionales de reducción de costes no parece que vayan a ser suficientes hoy en día. Junto a la incertidumbre actual sobre cuándo tocará fondo esta recesión y los altos niveles de riesgo operativo, el recorte indiscriminado de los costes supone poner en peligro capacidades clave y los ingresos futuros cuando mejoren las condiciones.
Por ello, los bancos deben definir nuevos modelos operativos que generen reducción de costes estructurales -no discrecionales- y dedicar mayor esfuerzo e inversión a crear o mejorar capacidades que pueden generar ahorros de costes no operativos. A la vez, y pensando en el medio y largo plazo, la atracción de nuevos clientes y la fidelización de los existentes por medio de capacidades de distribución multicanal debería ser parte fundamental de la estrategia. A título de ejemplo, más de la mitad de las consultas electrónicas sobre productos financieros empiezan con motores de búsqueda tipo Google A pesar de las grandes inversiones realizadas en la banca por internet, las entidades tienen todavía ante sí un amplio margen de mejora en su atracción de clientes.
La reunión del G-20 abundará en la necesidad de contar con una nueva reglamentación: nuevas normas relativas a la capitalización y liquidez, a mayor transparencia, incremento de la medición y gestión de riesgo... Pero también se debe considerar cuáles son las condiciones que la regulación debe favorecer, o al menos no impedir, para que en un entorno de competencia los mejores puedan actuar con libertad sobre los aspectos clave mencionados anteriormente.
Los criterios serán más exigentes para los bancos, los inversores, las agencias de calificación crediticia y los reguladores, pero el G-20 debe definir e implantar la nueva regulación con favorecer la acción de aquellos mejor equipados para sacar al sector financiero de la crisis (y por tanto contribuir a la recuperación de la economía global) que no son otros que muchos de los jugadores actuales que están siendo injustamente contaminados por el descrédito generalizado del propio sistema.
Juan Marín. Socio director de Entidades Financieras de Accenture