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Banca

Un año desde que Bear Stearns mostró la herida de Wall Street

El banco de inversión fue la primera víctima de los excesos que convirtieron el sistema en un castillo de naipes.

Un año desde que Bear Stearns mostró la herida de Wall Street
Un año desde que Bear Stearns mostró la herida de Wall StreetBLOOMBERG

Muchos de los 14.000 empleados de Bear Stearns aún tienen que encontrar un nuevo trabajo. Aproximadamente la mitad acabaron en la nómina de JPMorgan, el banco que les compró con la asistencia de la Reserva Federal, pero el resto se convirtió en la primera gran oleada de parados de Wall Street. La ola se ha hecho más grande, y las heridas están aún por cerrarse en un sector, el de la banca y la inversión, que desde hace 365 días se ha transformado.

Bear Stearns dejó muchas bocas abiertas en marzo de 2008. En apenas unos días uno de los bancos que con más orgullo se erguía en Manhattan colapsaba, dejando atrás una historia que comenzó en 1923 con medio millón de dólares de capital y siete empleados que pasaron a multiplicarse por 10 durante los durísimos años de la Gran Depresión. Bear, que capeó aquella crisis, gracias a la fortaleza de su capital, siguió pagando bonus a sus empleados cuando la economía registraba una de las horas más bajas de la historia.

Luego vinieron otras épocas difíciles. El crac de 1987 y la burbuja puntocom entre las más notables. Pero Bear era un roble. Ni un solo trimestre en pérdidas.

Bear no amplió capital cuando aún podía y los rumores sobre su liquidez terminaron con la entidad

Eso fue antes de que el crédito fácil y las posibilidades infinitas de apalancamiento se abrieran camino en Wall Street. En Bear Stearns, como en la mayoría de la gran banca, el negocio se desequilibró peligrosamente del lado del riesgo una vez que los ejecutivos empezaron a mimar los negocios de renta fija que tanto beneficio aportaba a la firma presidida por Jimmy Cayne. El ejecutivo es un hombre al que se le empezó a conocer más por su pasión por el bridge y el golf que por su visión estratégica a largo plazo para un banco.

Curiosamente, este aficionado a las cartas no vio como el sistema se había convertido en un castillo de naipes, que es la metáfora favorita de los estadounidenses para describir la situación y el título de un libro, House of Cards: A Tale of Hubris and Wretched Excess on Wall Street, escrito por un banquero de inversión llamado William Cohan y que narra con infinita precisión los últimos 10 días de Bear Stearns. Fueron días que parecía que tenían más de 24 horas cada uno. El libro se publicó el martes y ya está en la lista de los más vendidos.

Bear se metió de lleno en el negocio de las títulos apoyados en hipotecas y unos hedge funds que empezaron a explotarle en las manos en junio de 2007, coincidiendo con el momento en el que el sector de la vivienda empezaba a darse la vuelta y las hipotecas subprime empezaban a demostrar que lo que no se sostiene, se termina cayendo. Cayne no amplió capital para hacer frente a las pérdidas y las presiones de su liquidez cuando aún podía.

Al final, los rumores sobre la liquidez de Bear terminaron por convertirse en problemas de solvencia y se llevaron por delante a un banco que fue comprado por menos de lo que valía su imponente sede central en Manhattan por JPMorgan con la ayuda de una Reserva Federal que aún no sabía lo que se venía encima pero que temía las consecuencias del riesgo sistémico del banco. Un año después, el dramático colapso de Bear Stearns, el primer naipe en caer, queda en la historia como un termómetro de la enfermedad del exceso y un anticipo de una crisis del sistema financiero y una recesión mundial.

Los altos rendimientos, una trampa para los grandes bancos

William Cohan señalaba la semana pasada en The New York Times que la culpa de lo que pasó con Bear es de la avaricia. Otros analistas lo han ligado directamente al hecho de que la retribución basada en el beneficio a corto anima la toma de riesgo.'Pequeñas firmas como Evercore, Greenhill y Lazard, revisaron esos títulos arriesgados y decidieron mantenerse al margen', dice. 'Cuando trabajé en Lazard, en los noventa, hubo quien trató de convencer a los patriarcas de que debían abrir líneas de negocio más arriesgadas. La respuesta fue siempre un firme no'. Ninguna de esas pequeñas firmas ha tenido que ser salvada por el Gobierno.

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