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Tribuna
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Crisis, empleo y emergencia

El inicio, las causas más evidentes y los efectos más palpables de la actual crisis económica son conocidos, pero esto no equivale a un auténtico diagnóstico, de lo que está pasando y de por qué está pasando. Es una crisis sin manual de instrucciones, sin protocolo. Y hay que valorar algunos elementos del telón de fondo de la crisis.

Elementos como la asimetría financiera: los activos financieros representan el 350% de la producción de bienes y servicios, y, en 2005, del total de transferencias bancarias, el 2,2% correspondía a la economía real y el 97,8% a la financiera. No hay correspondencia entre modo de producción y relaciones sociales de producción, y el valor social por antonomasia, el valor trabajo, se ha depreciado. En 10 años, la fuerza de trabajo a nivel mundial se ha duplicado y han aparecido nuevos sujetos, como China o India, sin reconstrucción del liderazgo internacional. Y nos encontramos con un derrumbamiento global que pretende corregirse con políticas locales.

La crisis económica, como el crecimiento, afecta al empleo, pero en España la combinación de crisis internacional con agotamiento de modelo productivo de sectores de bajo nivel añadido y trabajos de baja productividad ha tenido un efecto multiplicador en la destrucción de empleo. Hay un mix maldito entre ocupación intensiva en mano de obra de escasa cualificación, temporalidad y ajuste automático del empleo.

En el cuarto trimestre de 2008 perdieron su empleo el 2% de los varones ocupados, pero el porcentaje de mujeres fue a la mitad. Los menores de 24 años son la categoría de edad más afectada. El riesgo de pérdida de empleo de los individuos con bajo nivel formativo es doble del que sufre el resto de trabajadores. 32 de cada 100 trabajadores con contrato temporal han perdido su empleo, frente a 5 de cada 100 con contrato fijo, con fuerte concentración en el sector de la construcción. 22 de cada 100 extranjeros han perdido su empleo, frente a 9 de cada 100 españoles, pero no por su condición de extranjeros, sino por su sector de actividad, la temporalidad del contrato, su edad o su cualificación.

¿Cómo se ha perdido el empleo? Un 55% por terminación de contratos temporales, un 35% por despidos reconocidos como improcedentes, abonando el total de indemnizaciones legales, y un 3,5% por regulación de empleo, los cada vez más publicitados ERE. Son datos que no siempre se valoran para conocer la realidad de la pérdida de empleo y de los procedimientos de ajuste. Vemos la escasa correspondencia entre incidencia real e incidencia pública de los ERE, constatamos el decisivo papel de la extinción o no renovación de contratos temporales como mecanismo de ajuste, y podemos reflexionar, a la vista del elevado porcentaje de despidos con abono de altas indemnizaciones, sobre la relatividad de ideas como la dificultad para despedir derivada de sus altos costes o la protección del empleo que suponen estos costes.

Nos encontramos ante una situación de emergencia. Y debemos comprender y aprovechar el doble significado de este término. Emergencia es situación de peligro que requiere acción inmediata, y lo inmediato es aliviar el malestar con políticas pasivas, con prestaciones acompañadas de políticas activas de empleo. Pero emergencia es también el surgimiento de una nueva situación, y aquí es inevitable usar un término, como modelo productivo, aunque la frecuencia de su uso está empezando a devaluarlo. El cambio de modelo productivo presupone un diagnóstico compartido de los agentes sociales, y también en el plano institucional y político. Y desde el análisis, la acción de mejora del capital tecnológico, del físico y del humano. No se puede actuar en uno sin actuar en el otro, porque la eficiencia de la inversión en uno sólo se da cuando se invierte en el otro. Una economía con mayor componente tecnológico requerirá trabajos con mayor cualificación, que exigen mayor inversión formativa en capital humano, y la rentabilización de esta inversión, medida en términos de productividad, pasa por estabilidad en el empleo.

Y tras el trabajo compartido de comprensión, el esfuerzo compartido de actuación, en los agentes políticos, en las distintas Administraciones públicas y en los interlocutores sociales. La cultura del acuerdo social es uno de los grandes valores de nuestro sistema socioeconómico. Sin duda que se ha ejercitado con mayor intensidad en épocas de bonanza económica. Probablemente las fórmulas de negociación en esta etapa no podrán ser las mismas, pero el entrenamiento en la negociación es una inversión que cuando menos se puede perder es en las crisis.

Marcos Peña. Presidente del Consejo Económico y Social

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