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Tribuna
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Aportación de Europa al G-20

El pasado 15 de noviembre, los líderes del G-20, ampliado con la presencia de algunos países más como España y Holanda, firmaron en Washington una declaración en la que además de diagnosticar las raíces de la actual crisis financiera, marcaban una meridiana hoja de ruta. Aquella Cumbre concluyó probablemente por encima de las expectativas previas, con una agenda de reformas a corto y a medio plazo ambiciosa; pero además permitió vislumbrar una nueva etapa en la gobernanza mundial. Asimismo, se fijó un plan de trabajo y la fecha de la siguiente cita, el 1 de abril en Londres, adonde se debería llegar con parte de los deberes hechos. Por lo tanto, ahora, a poco menos de un mes de la siguiente Cumbre debemos pasar revista al ritmo de avance en el cumplimento de los objetivos.

En primer lugar, la declaración del G-20 solicitaba el uso intensivo de la política monetaria y de la política fiscal para evitar una reducción aún más profunda de la demanda interna, en línea con las medidas que ya estaban tomadas en casi todos los países. Así, en los últimos meses hemos observado una intensificación de la laxitud de la política monetaria y un incremento notable del gasto público. Pero además, la Cumbre marcó una senda de reformas claves con el objetivo de evitar una repetición de una crisis similar. En este sentido, bajo cinco grandes principios -transparencia y accountability en los mercados financieros, sólida regulación financiera, consolidación del mercado financiero internacional, cooperación internacional reforzada y reforma de las instituciones financieras internacionales- se acordó dar pasos concretos a cumplir antes del 1 de abril, muchos de los cuales eran compromisos retóricos.

Ciertamente, los avances a presentar en la reunión, hasta el día de hoy, son escasos, si bien este periodo está permitiendo un debate abierto entre académicos, profesionales y políticos que conformará la base del nuevo mercado financiero internacional. En Europa, la reunión de Jefes de Gobierno asistentes a las cumbres del G-20, organizada por Angela Merkel el pasado 22 de febrero, ha permitido adelantar la posición del conjunto de la Unión, que ha sido refrendada en la reunión informal del Consejo Europeo del 1 de marzo. De este modo, resulta oportuno destacar el esfuerzo de integración y la cohesión dentro de la delegación europea que, por cierto, será la más numerosa en el encuentro de Londres.

En la declaración de Berlín, los países europeos del G-20 reafirmaban los compromisos de la reunión de Washington y avanzaban nuevos proyectos de regulación. Así, anunciaron que 'todos los mercados financieros, productos y partícipes sin excepción' deberían estar sujetos a regulación, lo que tiene contundentes consecuencias, también sobre los hedge funds, aún a pesar de las reticencias inglesas. Además, complementaban la agenda con el compromiso adicional de retornar a niveles saludables de déficit público, así como de evitar distorsionar la competencia con las ayudas públicas. Adicionalmente, el 25 de febrero se publicó el informe solicitado por la Comisión Europea a un Grupo de Alto Nivel para la reforma de la regulación financiera, dirigido por Jacques de Larosière y con la presencia del economista español José Pérez. Sin duda, este documento supone un esfuerzo clarividente en el estudio de los incentivos perversos de la regulación actual y detalla una larga lista de propuestas que van desde la revisión de las normas contables y de Basilea II por sus efectos procíclicos (como ya adelantaban los profesores del Cemfi Rafael Repullo y Javier Suárez en un artículo de 2008), pasando por las agencias de rating y por la estructura salarial de las corporaciones privadas.

Así pues, durante estos meses el mundo está redefiniendo las instituciones de los mercados financieros y, aunque el debate sólo ha comenzado, existe ya un amplio consenso sobre los grandes errores cometidos y las líneas de reforma. El 1 de abril deberíamos observar una mayor concreción en los proyectos impulsados desde finales del pasado año y a priori hay razones para ser optimistas. Aún así, siguen existiendo riesgos proteccionistas y, por ejemplo, en el pasado año no se cerró un acuerdo en la Ronda Doha, tal y como solicitaba la declaración de la última reunión del G-20. Con todo, a corto plazo el centro del problema continúa residiendo en los balances de las entidades financieras, donde aún se acumulan activos tóxicos que están obligando a un acelerado desapalancamiento y, con ello, a una reducción de la oferta de créditos, lo que unido a la caída de la demanda, ha acabado en el credit crunch que aún ahoga los mercados internacionales.

Jonás Fernández Álvarez. Director del Servicio de Estudios de Solchaga Recio & Asociados y profesor Asociado de Economía en la Carlos III

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