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Tribuna
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Las respuestas a la crisis global

Los últimos datos confirman que la economía mundial está cayendo en barrena y que la crisis está alcanzando todos los rincones del planeta. De acuerdo con los pronósticos del nuevo informe del FMI la economía mundial sólo crecerá medio punto este año, el nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial, y el output en los países desarrollados se estima que caerá un 2%, la primera contracción anual desde 1945, empujado por la caída libre de la producción industrial y las exportaciones.

Esta crisis sin precedentes requiere respuestas no sólo inmediatas, sino también ambiciosas y coordinadas. Desafortunadamente los líderes mundiales, una vez más, no parecen estar a la altura de las circunstancias y hay un divorcio entre sus discursos y las medidas que están aplicando para atajar la crisis. Pese a sus constantes proclamas de apoyo al libre comercio y de tratar de evitar los errores del periodo de entreguerras (cuando la aprobación de la ley Smoot-Hawley llevó a una carrera de aranceles y represalias comerciales), lo que se está produciendo es un retorno al nefasto nacionalismo económico, que planea de nuevo como una amenaza a la economía mundial.

En particular, las decisiones de la Unión Europea y de los líderes europeos están dejando mucho que desear, ya que muchas de ellas tienen un marcado sesgo nacionalista y proteccionista. Las llamadas (incluidas las del Gobierno español) a 'comprar productos nacionales'; las ayudas exclusivas a empresas de automóviles o a bancos nacionales; los exhortos de los Gobiernos, como el británico, a los bancos a dar sólo créditos a las empresas del país, o del francés, que insiste que las ayudas no son para que las empresas se instalen en países con menores costos, son botones de muestra de esta nueva retórica nacionalista.

El último enfrentamiento ente el presidente francés y el primer ministro checo (y presidente de turno de la UE) a cuenta de las ayudas al sector automovilístico ha sido simplemente patético y ha dejado en entredicho la voluntad de algunos líderes europeos de consolidar el Mercado Común, y de seguir haciendo realidad el principio de solidaridad que ha sido uno de los fundamentos históricos del proceso de integración Europea.

En esta orilla del Atlántico tampoco las perspectivas son mucho mejores. El presidente Obama acaba de conseguir una gran victoria con la aprobación del paquete de estimulo para reactivar la economía. Sin embargo, este paquete incluye la controvertida cláusula 'compre americano' que ha despertado gran inquietud en otros países, y que invita a la retaliación. Las acusaciones contra China por 'manipular' su tipo de cambio han sido también recibidas con preocupación por promover el proteccionismo.

En este contexto crecientemente proteccionista es importante recordar que el crecimiento económico de las últimas tres décadas se ha conseguido en gran parte por la caída de los aranceles (que han bajado desde niveles superiores al 25% a menos del 10%), y por el consiguiente aumento del comercio, que creció a un ritmo aproximado al 6% en la última década. La crisis ya está afectando al comercio global: según el Banco Mundial va a caer este año en torno a un 2% empujado por la caída del turismo (un 2%) y del transporte de mercancías, que ya cayó más de un 22% en diciembre.

Lo que el mundo necesita es una respuesta global y coordinada a la crisis basada en los siguientes principios: evitar medidas unilaterales y promover la coordinación; obviar el proteccionismo; fortalecer la capacidad de los organismos multilaterales para ayudar a los países que lo necesiten; tomar medidas inmediatas y drásticas para estimular la demanda; y demostrar el compromiso de reformar las instituciones y el marco regulatorio financiero global, así como de retomar la senda de la consolidación fiscal y monetaria, tan pronto como sea posible.

Desafortunadamente hasta el momento las decisiones de los principales países para afrontar la crisis no invitan al optimismo. En EE UU el recientemente aprobado paquete de estimulo fiscal puede ser insuficiente y no tener el efecto inmediato necesario; y el paquete de medidas para apoyar al sistema financiero ha sido recibido con mucho escepticismo por la falta de concreción de las medidas y por la insistencia en evitar la nacionalización de bancos insolventes.

En Europa no han respondido mucho mejor. A la falta de coordinación y a las nefastas tendencias nacionalistas ya mencionadas, hay que añadir la pasividad del Banco Central Europeo que, a diferencia de la Fed, sigue actuando muy conservadoramente pese al riesgo de deflación y se resiste a reducir los intereses.

El redescubrimiento del keynesianismo como respuesta a la crisis no nos debe de hacer olvidar que los estímulos fiscales financiados a través de déficits presupuestarios eran particularmente efectivos en el contexto de economías cerradas. En un mundo abierto y globalizado el despilfarro y la falta de coordinación de los Gobiernos nacionales puede llevar a una mayor volatilidad de los mercados de cambio y de bonos.

Tal y como nos recuerda Pascal Lamy, director general de la OMC, el Mahatma Gandhi nos enseñaba que 'con el ojo por ojo, el mundo entero se vuelve ciego.' Las medidas que los Gobiernos tomen en los próximos meses tendrán un efecto global que afectará a futuras generaciones.

Hay que esperar que los líderes mundiales se quiten la venda de los ojos y abandonen las tendencias proteccionistas que ya tuvieron consecuencias desastrosas en el pasado. La historia juzgara si han sido suficientemente valientes para hacer lo correcto.

Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid, y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard

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