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Tribuna
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Una visita al oftalmólogo, ideal en época de crisis

La actual situación de crisis requiere una mirada a largo plazo, sin caer en la miopía, asegura el autor. Para conseguirlo, en su opinión, es necesario apretarse el cinturón y remar todos en el mismo sentido, que pudiera desembocar en un pacto de Estado similar a los acuerdos de La Moncloa

La solución a este lío pasa por dar un día de fiesta a la población para ir al oftalmólogo, y al día siguiente dar vacaciones a los oftalmólogos, claro. Me explicaré. Asistimos perplejos a demandas de todos los colectivos pidiendo ayuda al Estado, a los ayuntamientos, a las Administraciones autonómicas, a los bancos, incluso a los consumidores.

El problema empieza en 2007 con el estallido de la burbuja de las hipotecas subprime y de las emisiones posteriores distribuidas por el mundo con la garantía de dichas hipotecas. ¿Y en España? Pues aquí, amigos, todos hemos salido en la foto. Se decía que los pisos estaban caros, que había una burbuja. ¿Por qué no se hizo nada? Pues porque a todo el mundo le iba bien. El promotor daba el pelotazo, el ayuntamiento y el Estado cobraban impuestos, los bancos cobraban intereses, y esta fiesta era amenizada por orquestas de notarios y registradores que también hacían el agosto todo el año. El único que hubiera podido sospechar era el comprador. Pero seguramente quería emular al vecino que había conseguido doblar el valor de su inversión ya que compró el piso tres años antes. Las empresas, con los tipos de interés bajos, caían en la tentación del endeudamiento excesivo.

Bueno, y ahora ¿qué hacemos? El diagnóstico de la gravedad de la situación en España está claro. El principal problema es el paro, que previsiblemente llegara al 19% de la población activa y a 4 millones de personas. Los dos principales sectores que han posibilitado el crecimiento de la última década han sido el inmobiliario y el automóvil, que significan un 15 % del PIB, ahora están parados. Ambos han crecido gracias a una financiación indiscriminada y demasiado barata.

Los bancos españoles, que no han comprado activos tóxicos, no tanto por su fino olfato sino porque era más rentable dejar préstamos hipotecarios, se enfrentan ahora a una parada brutal del mercado interbancario y tampoco pueden emitir deuda. Las empresas y los particulares, endeudados hasta las orejas, no pueden atender los vencimientos y se quejan amargamente diciendo que las entidades han cerrado los grifos del crédito. Y el Estado observa cómo el superávit presupuestario de años anteriores se vuelve un déficit galopante. La recaudación baja con el inicio de la recesión a finales de 2008 y los pagos crecientes limpian las arcas del Estado. El déficit público puede llegar al 7% en 2009. Y la recesión ha venido para quedarse hasta finales de 2010, como mínimo, ya que estamos ante la quiebra del modelo de crecimiento.

Ya no volveremos a construir como antes, ni a comprar los mismos coches de antes, ni los bancos volverán a financiar con alegría dichas compras. La deuda pública subirá al 60% del PIB y habremos conseguido endeudar a nuestros hijos que tendrán que pagar intereses y devolver la deuda. La inflación bajará al 1% este año, única noticia positiva si no entramos en la temida deflación.

Parece claro que el objetivo fundamental en esta situación es evitar en lo posible el aumento del paro, mantener el mayor número de empresas activas, evitar quiebras de bancos y crear nuevas empresas que, cuando salgamos de la crisis, contraten personal y sean rentables. Ello requiere que todos miremos a largo plazo y no suframos miopía. ¿Captan ahora el porqué del título? Y para conseguirlo hemos de apretarnos el cinturón. Los empleados en activo deberían aceptar una congelación del salario. El Estado debería favorecer la contratación de parados por parte de las empresas. æpermil;stas deberían capitalizarse y renunciar al reparto de dividendos. Los bancos no deberían conceder créditos a proyectos dudosos. Para bajar rápidamente los precios de los pisos las hipotecas serían del 80% de la tasación y máximo a 25 años. El Estado debería ayudar a las familias en situación de precariedad, evitar presión de los lobbies y fomentar la creación de empresas innovadoras. Las familias que no se vean afectadas por la crisis deberían aumentar el consumo. Ojalá se consiga un pacto de Estado similar a los acuerdos de La Moncloa, entre Gobierno, oposición, empresarios y sindicatos. ¿Un sueño? ¿Y si les pagamos la visita al oftalmólogo? Les aseguro que saldríamos ganando.

Jordi Fabregat. Profesor del Departamento de Control y Dirección Financiera de Esade (Universidad Ramon Llull)

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