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Tribuna
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El gobierno de la empresa en el siglo XXI

En los ochenta, las grandes empresas, con sus consejos de administración a la cabeza, reconocían la maximización del valor para el accionista como objetivo principal. El llamado modelo financiero no dejaba margen alguno para distraer la atención de dicho objetivo. Los recursos disponibles debían destinarse a alcanzar el mayor valor de mercado posible, en la confianza de que los mecanismos de funcionamiento existentes eran suficientes para la correcta interacción de todos los agentes. De forma natural, casi automáticamente, el mercado, libre y soberano, trasladaba a cada cual la parte que le correspondía: rentabilidad a los accionistas e inversores, salarios a los empleados, productos y servicios a los clientes e impuestos al Estado.

En los noventa, se dieron a la luz pública los buenos resultados que estaban obteniendo algunas empresas atípicas, que se salían de los estándares propios del modelo financiero de gobierno corporativo. Aunque no resultaba un fenómeno totalmente nuevo, ya que siempre han existido empresas con valores distintos de los puramente financieros, sí llamaba la atención el interés alcanzado en determinados ámbitos de la sociedad, que con campañas de cierta repercusión apoyaron de manera decidida a estas compañías, las cuales anteponían valores sociales y medioambientales a la cultura de la maximización del beneficio.

Después de más de una década de debate, análisis e inicio de medición de resultados, nos encontramos en la actualidad con un modelo de empresa socialmente responsable que ha ganado consistencia tanto en el plano teórico como en la práctica, así como en el terreno de la divulgación, ya que, hoy en día, se puede decir que la responsabilidad social corporativa es algo generalmente conocido en el mundo empresarial.

Algunos se preguntan aún si la responsabilidad social ha llegado para quedarse o, por el contrario, nos encontramos ante un fenómeno pasajero que, como ha ocurrido antes con otros temas, quedará en agua de borrajas y si acaso como suave barniz para un modelo financiero de gobierno corporativo preponderante. Sin duda el tiempo lo dirá, así como los resultados generados, no sólo en términos económicos, sino, lógicamente, en términos de legitimidad social, ya que, en cualquier caso, lo uno (rentabilidad) no ha de estar reñido con lo otro (responsabilidad social).

Si, como parece, la coherencia de los postulados del modelo de responsabilidad social respecto a las exigencias de la sociedad del siglo XXI ofrece sólidos argumentos acerca de su sostenibilidad, las empresas han de empezar a prepararse para comprender, primero, e implantar con acierto, después, los aspectos fundamentales de un modelo de organización que puede marcar las pautas competitivas del mercado en los próximos tiempos.

La penetración en las empresas de las nuevas tendencias no suele producirse desde sus máximos órganos de dirección y control, más bien son determinados departamentos y personas con dotes de liderazgo los que generalmente impulsan a las organizaciones a incorporar las novedades del mercado. Podría decirse que la ventaja competitiva adquirida por medio de la exitosa incorporación de las corrientes principales del mercado es inversamente proporcional al tiempo que la alta dirección emplea en integrar éstas en el gobierno y en la estrategia de las compañías, es decir, a mayor demora en la implantación de las tendencias de éxito, menores son las posibilidades de conseguir ventaja competitiva.

La responsabilidad social corporativa, basada en el modelo de empresa pluralista, donde se reconocen como legítimos y de forma equilibrada los intereses de las diferentes partes implicadas, puede presentarse sobre el papel como un sistema complejo, exigente en medidas específicas en el campo del gobierno, la gestión y el control. No obstante, desde la perspectiva del gobierno corporativo, cabría preguntarse si los actuales mecanismos de dirección, control e incentivos, centrados exclusivamente en atender la problemática originada por los conflictos de interés existentes entre propietarios y directivos, resultan adecuados.

El gobierno de las empresas, influido por el entorno económico-social, ha de adaptarse a las cambiantes condiciones competitivas. En un mercado imperfecto, condicionado por fuertes desequilibrios, producto en gran medida de los fallos del modelo empresarial imperante -véase si no la grave crisis actual con quiebras de grandes corporaciones financieras-, se hace necesario explorar nuevas soluciones. Anticipándose a la siempre previsible inflación de controles del mercado, habría que plantearse, en primer lugar, si el modelo financiero de empresa genera en estos momentos confianza suficiente y, por lo tanto, es el adecuado para afrontar los exigentes retos de la sociedad del nuevo siglo, o si, por el contrario, esto no es así.

José Luis Lizcano. Director gerente y coordinador de la Comisión de Responsabilidad Social Corporativa de la Asociación Española de Contabilidad y Administración de Empresas (AECA)

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