Los cien primeros días de Obama
Barack Obama se enfrenta a dos grandes retos al iniciarse su mandato: solucionar la actual crisis económica que vive su país y satisfacer las altísimas expectativas que existen sobre su gestión. Podría decirse que desde la llegada de Roosevelt, en 1933, ningún presidente se ha visto tan presionado por la necesidad de obtener resultados económicos inmediatos.
El Plan Obama es el último ladrillo de un muro de contención que comenzó a construirse en el mismo momento que se desató la crisis subprime. Primero, se ofrecieron devoluciones de impuestos por un total de 150.000 millones de dólares. A continuación, se presentó el Plan Paulson que pretendía ayudar a las entidades financieras que se estaban resintiendo más fuertemente con el estallido de la burbuja inmobiliaria.
En este contexto, el plan de estímulo fiscal anunciado recientemente es de vital importancia. Dotado con 775.000 de millones de dólares, pretende impulsar la construcción de infraestructuras, aumentar la protección a los trabajadores y disminuir los impuestos a ciudadanos y empresas. El objetivo último, sobre el papel, es reactivar la economía y generar más de tres millones y medio de empleos.
La creación de empleo se ha convertido en un asunto prioritario para el presidente electo. El último dato de paro ha sido muy negativo y Obama es consciente de que ésta es una de las mayores preocupaciones de los norteamericanos. Conseguir que el empleo crezca con fuerza puede ser clave para mantener vivo su discurso de la esperanza y así garantizarse la reelección en 2012.
En total, el Gobierno norteamericano ha gastado casi un 20% de su PIB en solucionar la crisis desde su comienzo. La principal diferencia con las propuestas anteriores radica en que el Plan Obama ofrece ayudas directas a los más afectados por la actual coyuntura y supone una inversión de recursos del contribuyente que no volverá a las arcas del Estado, cosa que sí sucederá, por ejemplo, con parte de lo presupuestado en el Plan Paulson.
Con estas medidas, Obama retoma su mensaje de cambio que tanto ha utilizado en la campaña electoral. En primer lugar, el plan de infraestructuras incluye la construcción de carreteras y escuelas, la promoción de energías renovables, el desarrollo de las redes de banda ancha en todo el país, la modernización sanitaria y el impulso a la ciencia y la tecnología. Paralelamente, se ofrecerá financiación preferente a los fondos de protección al empleo que tengan problemas de solvencia para evitar que, con su hipotética quiebra, muchos parados pierdan sus prestaciones. Por último, se aumentará temporalmente la cuantía que el Estado otorga a los desempleados.
El plan sigue el esquema desarrollado por Obama y su equipo durante toda la campaña pues consigue que el aumento inevitable del déficit público que la crisis acarrea sea compatible con el giro que pretende darle a la gestión desde la Casa Blanca. Con independencia de los resultados económicos que el plan arroje, no hay duda de que el presidente electo de Estados Unidos se ha anotado un tanto siendo fiel a lo que proclamó antes de ganar las elecciones.
Sin embargo, todavía existen muchos escollos en el camino del Plan Obama. En primer lugar, ha de ser ratificado por el Senado y la Cámara de Representantes donde el proceso legislativo lo encarecerá y difuminará, como ya sucedió con el Plan Paulson. Además, si el coste durante la ejecución del mismo se dispara, existirán problemas para sustentarlo económica y electoralmente.
Quienes esperan que Obama haga historia antes de cumplir cien días en el despacho oval deberían recordar que a Estados Unidos le costó más de un lustro salir de la Gran Depresión. Es cierto que quizá la situación no sea tan grave como entonces, es cierto que Obama se ha rodeado de excelentes economistas, como Geithner, Christina Rommer o Volcker, pero no debemos perder de vista que estamos ante una coyuntura complicada e impredecible.
Rodolfo Campos / Gonzalo Gómez Bengoechea. Profesores del IESE