Las empresas echan mano de los bonos
En poco más de una semana hábil de enero, las empresas con calificaciones crediticias razonables han inundado el mercado europeo de bonos corporativos para financiar o refinanciar sus proyectos de inversión, y salvar así las dificultades que los bancos ponen para proporcionar los necesarios flujos de liquidez. Grandes empresas industriales, energéticas y de servicios se encaminan a convertir el mes de enero en el más activo de la historia en cuanto a emisión de deuda corporativa, pese a que los precios que están abonando a los compradores son altos, y en ocasiones casi disuasorios.
La sequía financiera se ha prolongado tanto tiempo que las sociedades con reputación financiera no quieren esperar eternamente a que se solvente esta parálisis y ponen en marcha sus propios mecanismos para mantener vivos sus proyectos industriales. Las vías tradicionales de inyección de recursos para los negocios están casi cegadas, ya sea la simple ampliación de capital en los mercados tradicionales -la Bolsa- o el recurso al crédito directo en la ventanilla de los bancos. No hay otro remedio que desbloquear el mercado con autoemisiones, aunque sus precios sean más altos y puedan castigar la última línea de la cuenta de resultados.
La delicada situación de los mercados financieros ha desarrollado de forma extraordinaria el sentido selectivo del dinero, que opta por la combinación de seguridad y rentabilidad que proporcionan compañías que disponen de mecanismos de supervivencia seguros por la naturaleza de su negocio o la categoría de sus gestores. El dinero está comenzando a desviar la atención incluso de los bonos estatales, con rentabilidades muy pobres, hacia las emisiones corporativas, para adelantarse a la avalancha prevista de papel público de los próximos meses. No sobra el ahorro, y hay una profunda disputa por captarlo cuanto antes, ya que los dos billones de euros que emitirán los Estados para estimular la actividad pueden secar el mercado en 2009.
Lo que ocurre es, en todo caso, ciertamente anormal. Si la desconfianza no hubiera entrado en el tuétano del sistema financiero, si el dinero fluyese sin el temor a quedar bloqueado o engullido por las pérdidas de entidades financieras, la banca mantendría su papel en el sistema capitalista: captar recursos líquidos donde hay ahorro y prestarlos donde hay iniciativa inversora. Para ello se han ensayado ya varios mecanismos desde que en verano de 2007 estalló la crisis, y sólo se sabe que se está en el camino de solucionarlo, pero sin disponer de una fecha en la que todo esté despejado.
El G-20 exigió a los países que fueron a Washington que en la nueva cumbre, en abril en Londres, todos los bancos estuviesen lo suficientemente capitalizados como para dar confianza y desarrollar su labor. Varios países han optado por la capitalización pública, pese a que ello suponga una deformación de la libre competencia, y en otros sólo se han recapitalizado con dinero privado y en proporciones limitadas para el crecimiento estimado de los activos de riesgo que genera una recesión. Se ha gastado mucho dinero en la banca en todo el mundo, porque su papel es crucial. Pero, si no lava con celeridad la ropa, los Gobiernos tendrán que intervenir en la intermediación financiera y destinar los recursos a evitar la caída de empresas industriales.