Cuando los convenios se pudren
La nieve, y en general las inclemencias meteorológicas, perjudican muy severamente la fiabilidad del transporte aéreo. Pero en realidad, a la actividad aérea lo que peor le sienta es la conflictividad laboral. A la acumulación sistemática de retrasos, a las cancelaciones reiteradas, a las pérdidas de enlaces, en resumen, al caos aeroportuario, sólo se llega cuando existe una situación de confrontación, de falta de entendimiento reiterada entre los agentes empresariales y sociales que hacen viable una actividad tan frágil, tan compleja y tan necesitada de complicidades como es la aviación civil.
Los graves desajustes sufridos en distintos aeropuertos españoles durante toda la Navidad y lo que va de 2009, con especial incidencia en la Terminal 4 de Madrid Barajas el pasado fin de semana, no se pueden justificar únicamente por unas pistas congeladas, por la supuesta ineptitud de las administraciones central, autonómica o local o por la presunta torpe gestión de la principal aerolínea. Ni siquiera si a ello se suma una probable huelga de celo de pilotos, y también se añade una sospechosa epidemia de gripe en el colectivo de controladores aéreos.
La actual situación de quiebra aeronáutica y aeroportuaria tiene su fundamento en el fracaso durante más de una década en el desarrollo del diálogo social entre los distintos agentes del sector que ha conducido a una alarmante situación de precariedad y provisionalidad en la normativa en vigor que regula sus relaciones laborales.
No es por casualidad que los dos colectivos de profesionales más sensibles y conflictivos de la operación aérea, los controladores y los pilotos, lleven más de una década sin haber sido capaces de firmar un convenio colectivo con sus respectivas empresas, AENA e Iberia.
Y ninguna de las partes que se presentan como contrarias en el desajuste aéreo pueden alardear de que se encuentran libres de culpa y de que los malos son sólo los de enfrente. Es cierto que las direcciones de las compañías nunca debieron dejar que las relaciones laborales se hayan ido pudriendo hasta el grado que se comprueba en estos momentos. Pero, tanto el colectivo de pilotos como el de controladores han rechazado durante esta década distintos acuerdos que sus respectivos sindicatos ya habían pactado con Iberia y con AENA.
De esta manera resulta que los preceptos que regulan el día a día de estos profesionales clave de la aviación, así como las relaciones laborales en vigor con sus compañías, responden a las necesidades y a conceptos operativos de una época en la que se mantenían en el sector toda la influencia de su reciente pasado estatalizado y monopolista.
El estallido de descontrol aeronáutico no es una simple casualidad, y así se demuestra en el hecho de que hoy en Iberia no existe un sólo convenio en vigor entre el resto de los colectivos. A ello se suma la conflictividad en el sector del handling, del que pronto podremos tener noticia. Así, el viernes de la gran nevada se desconvocó una huelga que iba a afectar a los servicios aeroportuarios de Barajas y de El Prat.
La precariedad de la situación se demuestra muy a las claras en la jornada laboral de los controladores aéreos, cuyos ingresos vienen de la llamada ampliación voluntaria de jornada en un 50%, esto es, de las horas extras. Si el colectivo quiere protestar no tendrá que convocar huelga; sólo con renunciar a cumplir horas extras el casos está asegurado.
Tal vez no es la única, pero la primera iniciativa que las partes implicadas en la operación aérea española tienen que acometer para restablecer una normalidad duradera es sentarse en la mesa de negociación y reeditar una versión moderna de unos convenios diez años paralizados, que hoy huelen a podrido.