Obama y el reto de los cien días
El próximo 20 de enero se producirá la toma de posesión de Barack Obama como nuevo presidente de los Estados Unidos. En estas semanas ha estado cerrando la selección de sus miembros del Gobierno en un proceso que se ha considerado como modélico por su confidencialidad, rapidez y eficacia. Al mismo tiempo que ha trabajado en estos nombramientos Obama y su equipo han estado negociando con los líderes del Congreso un paquete de medidas para afrontar la actual crisis que se quiere implementar rápidamente tras la toma de posesión.
Los últimos datos de empleo han sido muy preocupantes: solo en el mes de noviembre se perdieron 533.000 puestos de trabajo, y desde septiembre se han destruido más de 1,2 millones, el nivel más rápido de destrucción de empleo desde la Segunda Guerra Mundial, y mucho peor de lo que se pronosticaba. Y la preocupación es que éste sea sólo el inicio de una espiral en la que las empresas despiden a trabajadores en respuesta a la disminución de la demanda.
El colapso del crédito, la reducción del gasto de los consumidores, y la crisis que afecta a muchos sectores como la industria del automóvil, empeoran aún más si cabe el panorama económico. Además, pese a que el nivel de desempleo se mantiene relativamente bajo en el 6,7 (todavía el nivel más alto de los últimos 15 años), este dato es engañoso porque muchos potenciales trabajadores están desistiendo de buscar empleo y se han salido del mercado laboral. Se estima que el desempleo pueda aumentar hasta el 8,5% al final del próximo año. Estas perspectivas tan negativas está poniendo mucha presión sobre la Administración entrante para que tome medidas de forma inmediata.
Algunos observadores comparan la situación actual a la que se enfrentó Franklin D. Roosevelt (FDR) cuando llego al poder en marzo de 1933. En respuesta a la Gran Depresión Roosevelt tomó una serie de medidas que son consideradas sin precedentes e históricas por su ambición. Tal y como describe Anthony Badger, entre el 4 de marzo y el 16 de junio de 1933, tras cien días de actividad frenética, FDR consiguió pasar 16 paquetes legislativos que dieron al Gobierno federal el poder de decidir qué bancos podían reabrir y cuáles no, regular el mercado bursátil, determinar el valor en oro del dólar, prescribir salarios mínimos y precios, pagar a los agricultores por no trabajar, pagar a los desempleados, crear un plan para desarrollar una cuenca de río entre seis estados, gastarse millones de dólares en trabajos públicos, y garantizar el crédito para los banqueros, propietarios de casas y granjeros. Desde entonces los cien primeros días de FDR se han convertido en el referente para los presidentes entrantes que se espera sean capaces de emular tamaño ejemplo de acción decisiva. Obama tiene el listón alto.
En un contexto tan difícil como el actual el primer reto será el de definir las prioridades. Con la economía en una espiral de caída y el riesgo de deflación el primer objetivo será aprobar un paquete de estímulos fiscales que sea lo suficientemente ambicioso y rápido para que haga una diferencia estimulando la demanda y el empleo, y restableciendo la confianza de los inversores. Sin embargo, una de las incertidumbres es cuánta colaboración puede esperar con el Congreso, ya que necesita su aprobación. Por ello el equipo de Obama ya está discutiendo con los líderes del Congreso un programa muy ambicioso de inversión pública de entre 400.000 y 700.000 millones de dólares con el objetivo de crear 2,5 millones de empleos en sus dos primeros años de mandato, que incluiría no solo proyectos de infraestructura y transporte, sino también en nuevas tecnologías y medio ambiente.
Al mismo tiempo será importante no sólo concentrarse en lo inmediato sino aprovechar la crisis como una oportunidad para invertir y realizar cambios estructurales que puedan tener efectos positivos en el medio y largo plazo. El reto será tomar medidas macroeconómicas inmediatas para paliar la crisis, pero que al mismo tiempo tengan un efecto microeconómico positivo en el futuro. En este sentido algunas de las propuestas que están en la mesa como la reforma sanitaria para establecer un seguro médico universal, o una política energética sostenible que haga a la economía estadounidense menos dependiente del petróleo de otros países, son ejemplos de políticas que pueden ser muy fructíferas y tener efectos positivos a largo plazo al mejorar la competitividad y la sostenibilidad.
Obama ha dejado ya claro que la reforma del sistema de salud va a ser prioritaria porque el país no se puede permitir no enfrentarla de forma inmediata en un momento en que 4,1 millones de personas han perdido su trabajo y su seguro medico en el último año. Además el alto coste de los seguros médicos es una de las razones de la crisis de empresas como las del sector automovilístico, que gasta más en sanidad que en acero.
Por último, pese al temor razonable sobre el impacto que estas propuestas puedan tener sobre el déficit público (y el dólar), la situación es de tal gravedad que en este momento la prioridad debe de ser el estimulo. Será muy importante, sin embargo, que la nueva administración tenga un compromiso explícito de controlar el déficit una vez que la situación esté bajo control. No es un momento para paliativos sino para programas ambiciosos y valientes.
Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid, y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard.