Una economía en libertad vigilada
El año que concluye ha traído a la memoria las referencias devastadoras de 1929, como único espejo con registros parangonables de lo que ha pasado en la economía. La destrucción de riqueza financiera de las empresas y los particulares ha sido muy superior ahora que hace ochenta años por la dimensión que han alcanzado los mercados financieros y por la rapidez de propagación de las infecciones. Pero cuesta creer que la recomposición de los tejidos destruidos, financieros e industriales, pueda ser tan lenta como en los años treinta, y menos aún que pueda desembocar en episodios históricos tan traumáticos como un conflicto bélico mundial.
La relativa rapidez de reacción de los Gobiernos de las mayores economías del mundo, una vez demostrado que el activismo de los bancos centrales no lograba solventar los problemas de los mercados financieros, ha establecido una hoja de ruta para corregir los excesos del capitalismo. Tras la cumbre de Washington, una nueva cita en Londres el primero de abril debe fiscalizar cómo se han desenvuelto los acontecimientos, y comprobar que todos los agentes del sistema financiero tengan una fortaleza 'suficiente como para generar confianza', según reza textualmente en el documento firmado por el G-20 en noviembre.
De seguir al pie de la letra el compromiso allí alcanzado, y aunque los efectos no serán tan inmediatos como para echar las campanas al vuelo ni siquiera a lo largo de todo 2009, se habrán puesto en marcha los mecanismos para corregir los excesos y preservar el principio de libertad económica como el mejor motor para generar riqueza. Para llegar a tal desenlace, la economía basada en la libertad ha experimentado en 2008 el trance de expulsar todos los excesos, tras revisar unos comportamientos que han estado a punto de dar al traste con el capitalismo. Todos los actores de la cadena de valor del modelo que más riqueza ha generado y mejor la ha repartido desde la Segunda Guerra Mundial experimentarán transformaciones, haciendo compatibles sus funciones en un escenario en el que la ética, olvidada durante décadas, vuelva a ser el norte de los negocios.
Los excesos del capitalismo han puesto en cuestión el liderazgo de EE UU, han transformado el sistema bancario y sus prácticas, han mutado el mapa manufacturero global y han rescatado la autoridad pública, que había hecho la vista gorda en demasiadas cosas. La marejada que arrancó con la creciente mora de las hipotecas subprime, y que ha infectado a bancos, fondos y aseguradoras, se ha intensificado hasta destruir más de la mitad del valor de las compañías cotizadas en el mundo, y con él, la riqueza de millones de pequeños inversores que tardarán años en recuperar la confianza, valor supremo de una economía libre.
En tal empeño trabajan con los mecanismos más heterodoxos que se recuerdan los mejores cerebros en las más determinantes instituciones del mundo. Lo lograrán, aunque posiblemente tardarán más de lo que sería razonable. Y cuando la economía mundial esté estabilizada y creciendo a velocidad de crucero, debe estrecharse la vigilancia para que nunca más, ni siquiera dentro de ochenta años, nuestros deudos tengan que someterse a la discusión de si la crisis surgida es más o menos comparable con la de 1929 o la de 2008.