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Tribuna
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Ver nada más que lo que se quiere ver

Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada. El clarividente autor de la frase fue Edmund Burke y lo dijo hace ya cuatro siglos. No hace falta remontarse a tan largo periodo para encontrar esa idea detrás de algunos de los comportamientos más recientes y comunes por los que se han conducido muchas personas e instituciones en el Sistema Financiero internacional. Edmund Burke, sin embargo, no explica el porqué de esa pasividad.

Seguro que se pueden enumerar variadas razones, pero quizá el hecho fundamental de ese proceder reside, como se ha demostrado en distintas investigaciones de los últimos veinte años, en que una persona ve y oye lo que espera oír y ver. Dicho en otros términos, tenemos la tendencia a extraer de una serie de hechos aquellos que sustentan nuestro punto de vista. Por eso, el cambio de mentalidad en las personas ocurre muy pocas veces. En la vida personal, política o en la corporativa, se insiste mucho en la información persuasiva que se envía, si bien, lo más importante es conocer la forma en que se interpreta y responde a esa información. Si esto no se tiene en cuenta, cualquier intento en ese sentido es como combatir a un enemigo fuertemente atrincherado.

Dos contemporáneos nuestros, los psicólogos Herbert Harari y John W. McDavid comprobaron hace cuatro décadas esta cuestión en la vida diaria, tratando de averiguar por qué los estudiantes de primaria se burlaban de los compañeros que tenían nombres poco comunes.

Pidieron a diversos maestros que calificaran algunas composiciones de alumnos que tenían nombres populares (David, Michael) y otras de alumnos con nombres impopulares (Elmer, Hubert). Los maestros que participaron en el experimento pensaban que calificaban trabajos comunes de escuelas. Harari y McDavid descubrieron que los primeros, asociados a estereotipos positivos, recibían mejor calificación que los segundos. Los profesores decían que los de su gremio saben, por experiencia, que un Hubert o un Elmer respondían al estereotipo del perdedor.

El nombre es el primer punto de contacto entre el mensaje y la mente. En esta base se fundamenta la idea de la marca y parece cada vez más evidente que, en el origen y extensión de la crisis financiera, los nombres de los productos, así como de las personas relacionadas con esa industria, estaban asociados a estereotipos favorables, y ello facilitó ver lo que se quería ver y oír lo que interesaba oír. Incluso los 'maestros' en la materia, dicho en este caso en sentido figurado, también habían creado estereotipos similares acerca de los perdedores y de los ganadores, términos con los que a muchos anglosajones les gusta clasificar a las personas. A la inversa, ahora todo son estereotipos desfavorables.

Por extraordinario que parezca, esa forma simplificada de ver las cosas tiene consecuencias en nuestra vida económica. Borges dijo que el éxito y el fracaso son imposturas, ninguno de los dos sucede nunca por completo, por lo que ni los tiempos anteriores a las crisis fueron tan buenos, ni estos son tan malos; aunque nos van a dejar una serie de problemas colaterales en el ámbito social que agravarán los que ya teníamos.

La principal consecuencia será el aumento de las situaciones de exclusión. Una herencia no deseada que requiere de instituciones fuertes para combatirla y esa es, entre otras muchas, una especificidad de las Cajas de Ahorros. Gran parte de las redes sociales creadas en nuestro país están sustentadas en la Obra Social de las Cajas y existe una voluntad y un empeño firme en dedicar los recursos de la Obra Social a incentivar los procesos de inclusión. La idea de todas las Cajas es la de orientar los casi 2.000 millones de euros de la Obra Social de este año, y las cantidades que se decidan destinar en los próximos ejercicios, hacia ámbitos en los que sabemos que los ciudadanos corren un alto riesgo de exclusión y de pobreza.

De hecho, en el último informe Foessa se asegura que en todos los países aumentan la pobreza permanente y las tasas de pobreza crónica. En España (13,8%) y en el Reino Unido (14,6%) esa ratio crece más que en el resto de países. Asimismo, se afirma que casi la mitad de la población española (un 44%) sufrió, en algún momento durante los siete años analizados, algún periodo de pobreza, es decir, ingresos menores de 6.895 euros por persona/año.

No obstante, las cosas no se vuelven irremediables sino cuando los mejores renuncian y se inclinan ante el mito de la fatalidad de los hechos, decía Martin Du Gard; por eso, en un reciente encuentro entre las Obras Sociales de las Cajas de Ahorros, se coincidió en que la forma de evitar esa 'fatalidad de los hechos' es incrementar la intensidad del trabajo efectuado estos últimos años a favor de la inclusión en, al menos, cinco aspectos prioritarios.

Primero, la educación con equidad, que implica reducir la tasa de abandono escolar. Segundo, la promoción de la inclusión de grupos vulnerables, apoyando la integración de inmigrantes, jóvenes y mujeres; reduciendo las desigualdades persistentes en materia de ingresos, acceso a la educación e integración laboral; y ayudando a promover una vivienda asequible participando activamente en una política de vivienda pública y de alquiler a largo plazo.

Tercero, el fomento del acceso al empleo, apoyando a las empresas de la economía social, impulsando el microcrédito y reforzando la formación profesional, así como la actuación para facilitar mayor nivel de participación, en especial a las mujeres y a los trabajadores mayores en el mercado laboral. Cuarto, las acciones para complementar a grupos de recursos económicos mínimos y, por último, la incidencia en programas de envejecimiento activo para posponer situaciones de dependencia.

Es obvio que, tras el colapso financiero generalizado y la nacionalización de tantas entidades fuera de nuestras fronteras, entidades privadas como las Cajas de Ahorros, que no miran para otro lado, son esenciales. Más aún si cabe en esta época, dada su acreditada responsabilidad empresarial, financiera y social.

A pesar de lo visto, a algunos les cuesta aceptar el liderazgo de las Cajas y se resisten a reconocer hechos tangibles (en castellano hay un sustantivo muy popular que define esta actitud), a no ver que se ha acabado el tiempo de los nombres, las palabras, y llega el de los hechos. Como decía Molière en El avaro: todos los hombres se parecen por sus palabras. Sólo las obras evidencian que no son iguales. En el caso de las Cajas y su Obra Social ¡vaya si es cierto!

Carlos Balado. Director de Obra Social y Relaciones Institucionales de la CECA

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