El inmobiliario que mató a Descartes
El sector español se ha dejado llevar por pasiones y no ha atendido a razones.
René Descartes pasó el 10 y el 11 de noviembre del año 1619 dándole vueltas a la cabeza. Un temporal de frío le había sorprendido en la localidad alemana de Ulm y decidió resguardarse en una habitación, a solas, al calor de una estufa. De los pensamientos y sueños que tuvo esos días concluyó que el resto de su vida lo iba a dedicar a la búsqueda de la verdad. Y que todo lo iba a someter al juicio de la razón. Nacía así el concepto del hombre moderno que durante el siglo XVII modelarían pensadores como el mismo Descartes, Galileo, Newton y tantos otros. El sometimiento de la naturaleza a leyes -'el universo está escrito en caracteres matemáticos', dijo Galileo- derivaría en un método aplicado a todas las ciencias, también a la economía. Y sobre esas concepciones Adam Smith fundamentaría poco después, en el siglo XVIII, las bases del liberalismo económico.
Pues bien, en apenas un lustro inmobiliarios españoles han echado abajo cientos de años de desarrollo de pensamiento racional. 'Ya estemos despiertos o ya estemos dormidos, no debemos dejarnos persuadir nunca si no es por la evidencia de nuestra razón', dice Descartes en su Discurso del Método. En lugar de atender a mandatos de la razón, a estrategias empresariales, a sesudos análisis financieros y corporativos, estos empresarios parecen haberse dejado guiar más bien por pasiones a la hora de decidir llevar a cabo operaciones que están derivando en suspensiones de pagos, cientos de miles de parados y deudas de miles de millones de euros.
La adquisición de Metrovacesa por parte de la familia Sanahuja, la de Fadesa por Martinsa, la de Urbis por Reyal, la salida a Bolsa de Astroc, las compras de Luis Portillo al frente de Colonial, la adquisición de Ferrovial Inmobiliaria por Habitat... Ahora es fácil decir que fueron operaciones equivocadas. Pero cabría esperar de los principales empresarios del sector que ha sido locomotora de la economía española algo más de previsión.
Decía Baruch Spinoza, otro pensador del siglo XVII, que el alma 'está sujeta a tantas más pasiones cuantas más ideas inadecuadas tiene'. Cuando la familia Sanahuja decide, en 2006, volcarse en la adquisición de Metrovacesa, lo hace guiada por el objetivo de desbancar a Joaquín Rivero de la presidencia de la primera inmobiliaria española. Sanahuja y Rivero mantuvieron una lucha irracional por el control de la empresa que les llevó a lanzar ofertas que, a fecha de hoy, casi triplican el valor de cotización de Metrovacesa. Se cruzaron denuncias y descalificativos; en lugar de sentarse y negociar la creación de la que en la actualidad sería una de las tres primeras inmobiliarias europeas, Sanahuja y Rivero acordaron dividir la compañía (el empresario andaluz salió de Metrovacesa y se quedó con la francesa Gecina) restando valor al grupo español. Román Sanahuja lograba en diciembre de 2007 su deseo de ser nombrado presidente de Metrovacesa. Llegar a eso le costó más de 5.000 millones de euros, una cantidad financiada por los mismos bancos que ahora se quedan con la compañía. Al no poder devolver los préstamos, Román Sanahuja se ve obligado a ceder Metrovacesa y abandonar su presidencia.
Amancio Ortega, el hombre más rico de España, tampoco atendió a razonamientos empresariales cuando decidió participar en el capital de Astroc. La inmobiliaria fundada por Enrique Bañuelos salió a Bolsa a mediados de 2006 a menos de siete euros el precio de la acción y pocos meses después superaba los 70 euros por título. Una subida totalmente irracional. El negocio de Astroc era la gestión de derechos de urbanización; la mayor parte de su facturación correspondía a las operaciones que Bañuelos realizaba entre sus propias empresas. Hoy las acciones de Afirma, que ha fusionado Astroc con empresas del grupo Rayet, están por debajo de los 0,5 euros por título. Ortega, la familia Nozaleda o la familia Godia, que pasaron a formar parte del capital de Astroc, atendieron más a su fe en la palabra de Enrique Bañuelos que al mismo folleto de salida a Bolsa de Astroc, en el que ya se indicaba que su negocio era tan sólo el de tratar de transformar la calificación urbanística de un campo de naranjas.
Martinsa, la compañía de Fernando Martín, era hasta hace dos años una inmobiliaria solvente con mucha presencia en Madrid. En lugar de apostar por un crecimiento sostenido de su compañía, Martín optó por acelerar y comprar Fadesa, por 4.045 millones de euros. Ni la adquisición ni la posterior fusión se realizaron de forma ordenada. El informe de la administración concursal de Martinsa Fadesa -la compañía solicitó su entrada en concurso el pasado mes de junio y soporta una deuda superior a los 7.000 millones de euros- califica la operación como tsunami. Martinsa, dicen los administradores concursales, 'tuvo que comprometer para los gastos de adquisición de Fadesa una cifra cercana a sus recursos propios, por lo que necesitó financiar el proyecto al completo, tarea que, al menos, hay que considerar de elevado riesgo por depender su éxito de una evolución favorable del mercado inmobiliario'. El informe, al que ha tenido acceso este diario, señala que la contabilidad y el control interno de Martinsa antes de la compra de Fadesa eran 'los normales y habituales, con deficiencias no significativas'. Pero la fusión de ambas sociedades 'colapsó los sistemas informáticos y de control', indica el informe.
A la vista de que a su colega Galileo la Iglesia le condenaba, ya en su vejez, en el año 1633, a no salir de su casa el resto de su vida por afirmar que la Tierra se mueve, Descartes decidió no publicar sus tesis al respecto, similares a las del genio italiano. Spinoza fue odiado tanto por judíos como por católicos y unos años antes, en 1600, Giordano Bruno era torturado y quemado vivo por decir que existen infinitos mundos. ¿Cuántos analistas, periodistas, empresarios o abogados habrán sido silenciados por advertir de la incoherencia de aquellas operaciones inmobiliarias?