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Tribuna
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Los excesos se pagan

La pobre acogida del sistema financiero a la primera subasta de liquidez organizada por la Administración ha venido motivada por actitudes de recelo y por miedo al qué dirán, asegura el autor, que defiende la transparencia para no condicionar la toma de decisiones.

El reciente auge de las novelas históricas convertidas en auténticos best-sellers nos recuerda cuán difícil era la ingrata tarea de prestar a los emprendedores. Recordemos las peripecias de Bernat Estanyol, el protagonista de La Catedral del Mar a mediados del siglo XIV en mi Barcelona natal. Los cambistas, antecesores de los bancos, pagaban con su vida si no eran capaces de devolver los depósitos que les habían confiado para su custodia. Por ello el principio básico que subyacía en sus préstamos era que estuvieran convencidos de que los prestatarios pudieran devolver los préstamos, ya que les iba su propia vida en ello.

Desde los bancos que florecieron en Italia en el Renacimiento hasta nuestros días, éste ha sido el principio básico por el que se ha regido el sistema bancario en cualquier parte del mundo: el convencimiento de que los prestatarios podrán pagar sus préstamos a su vencimiento; para ello, convendrán ustedes conmigo en que hay que conocerlos. Como no podían cortarse más cabezas, los reguladores, conscientes de las graves consecuencias que para el sistema basado en la confianza podía ocasionar que los bancos prestaran sin miramientos, impusieron a la banca unos recursos propios mínimos con los que hacer frente a las posibles pérdidas que se originaran en su actividad crediticia.

Por su parte, los ahorradores han venido exigiendo más y más rentabilidad por sus ahorros y, no contentos con las rentabilidades que el sistema bancario les podía ofrecer, han venido canalizando una parte muy sustancial de sus ahorros en fondos de inversión y pensiones.

Los gestores de estos fondos tenían que diversificar sus ahorros en riesgos pero con la condición de que fueran más rentables que los depósitos bancarios, lo que conlleva la asunción de mayores riesgos. Por supuesto, la economía de verdad tiene el tamaño que tiene y por más vueltas que le demos tiene una capacidad determinada, por lo que la sofisticada maquinaria financiera sin apenas regulación, para algunos de estos vehículos de inversión, ha fabricado un enorme castillo de naipes.

La vituperada crisis de las hipotecas subprime fue tan sólo la chispa que detonó la crisis financiera que estamos viviendo. No es la culpable de nada más que de poner en evidencia la fragilidad de los conceptos más básicos sobre los que se construye toda la cascada de principios más fundamentales del mundo económico: las rentabilidades exigen la asunción de riesgos.

Para que todo el mecanismo funcione a pleno rendimiento hace falta liquidez y ésta es responsabilidad exclusiva de los gestores de la misma: los bancos centrales. Desde Greenspan hasta nuestros días la continua inyección en el sistema ha sido más carburante para la maquinaria, pero el carburante, como sabemos, es inflamable y al final se ha generado un incendio de gigantescas proporciones.

Los principales perjudicados son la banca de inversión y los grandes bancos globales con sustanciales actividades en este negocio, que habiendo obtenido ingentes beneficios año tras año para sus accionistas, ahora han tenido que ser rescatados a cargo de los erarios públicos para evitar males mayores.

Tampoco debería sorprendernos que en el otro extremo bancos comerciales tradicionales radicados en países con poco crecimiento económico hayan sufrido la misma problemática, la de inversiones desproporcionadas, en algunos casos más de la mitad de su balance, en mercados de capitales de alta rentabilidad y por tanto de alto riesgo. ¿Qué responsabilidad asumen los reguladores locales ante tales malas prácticas?

La banca comercial tradicional (global o local) que se ha dedicado a financiar a sus clientes sin expandirse en los mercados de capitales sólo tiene los problemas propios de una economía en crisis pero no tiene inversiones en activos que se desconozca a qué responden, cuánto valen o cuándo serán líquidos a un precio razonable. El activo de la banca comercial son préstamos a clientes que se podrán recobrar o no, pero se sabe en qué se han invertido.

La falta de transparencia es en sí un problema acuciante; las actitudes de recelo y miedo al qué dirán están condicionando las decisiones coherentes que deberían tomarse en nuestro país. La pobre recepción de la reciente subasta organizada por nuestra Administración podría haber contado con una mejor acogida por parte de nuestro sistema financiero.

En nuestro caso somos firmes defensores de la transparencia especialmente en épocas difíciles como las que vivimos. No hemos tenido ningún reparo en explicitar que acudimos a la primera subasta con detalles del importe y precio al que habíamos sido adjudicados y les puedo adelantar que continuaremos pujando en las siguientes.

Esperemos que el sistema en su conjunto acuda a las mismas y entre todos podamos transferir ordenadamente a las familias y a las empresas esta liquidez que nos está siendo ofrecida a precios razonables.

Lo verdaderamente importante es que todos asumamos la parte que nos toca para salir de este atolladero.

Joan Grumé. Subdirector general de Banco Sabadell

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