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Tribuna
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Qué se puede esperar del G-20

Reunión en washington. La iniciativa auspiciada por el Gobierno de EE UU, y en la que España participa con voz propia, parte con la pretensión de reformar la arquitectura financiera mundial. Los autores se muestran pesimistas ante este propósito, debido a la falta de alternativas de reforma radical y a la ausencia de un liderazgo claro.

La reunión del G-20 que empieza hoy sobre la reforma de la arquitectura financiera internacional produce cierta sensación de déja vu. Hace 10 años, a raíz de la crisis asiática, se puso en marcha un proceso de reflexión similar, uno de cuyos resultados fue precisamente la creación del G-20, para dar cabida a países emergentes que estaban insuficientemente representados en los foros económicos internacionales. Los cambios introducidos desde entonces no han evitado esta crisis, ni la sensación de desgobierno del sistema financiero global. Cabe preguntarse si la iniciativa de reforma tendrá más éxito en esta ocasión.

¿Qué ha cambiado? Una diferencia clave es que la crisis ha golpeado ahora el centro del sistema financiero internacional, no su periferia, lo que debería representar un incentivo importante para que los líderes de las principales economías se tomen en serio la tarea. Pero, por eso mismo, las reformas que es preciso adoptar son ahora más dolorosas para las economías más desarrolladas, especialmente Estados Unidos.

Otros resultados importantes de las discusiones de hace 10 años fueron la creación del Foro de Estabilidad Financiera (FSF) y la reforma de Fondo Monetario Internacional (FMI), instituciones en torno a cuya reforma parece que giran algunas de las propuestas. El Foro se creó a iniciativa del G-7 para coordinar a los demás organismos internacionales, y es la institución encargada de los asuntos de estabilidad financiera internacional. No ha hecho un mal trabajo en estos años, pero es un organismo con muy poca estructura, que funciona sobre la base de la cooperación intergubernamental y que tiene, sobre todo, un problema de legitimidad serio: es una criatura del G-7, ampliado -de manera caprichosa- a Holanda, Australia, Hong Kong, Singapur y Suiza (efectivamente: tampoco aquí está España).

La reforma del FMI ha sido un proceso lento y complejo. Tras los paquetes masivos de ayuda a los países emergentes de los años noventa, el Fondo reformuló sus políticas, limitando de manera creciente la financiación a los países en crisis, algunos de los cuales se vieron abocados a la quiebra (Argentina fue el doloroso experimento). Después se reformaron las cuotas en el Fondo, dando más peso a algunas economías emergentes, pero sin cambiar significativamente su estructura de gobierno, que sigue dominada por los países del G-7.

Más recientemente se ha reformulado el papel del Fondo en temas de estabilidad financiera y se ha intentado mejorar su integración con el análisis macroeconómico tradicional. Los resultados han sido deficientes: el Fondo, a través de sus programas FSAP, se ha dedicado a analizar detalladamente el sector financiero de pequeñas economías emergentes, pero no el de Estados Unidos, lo que resulta especialmente sorprendente si se tiene en cuenta que el objetivo de esta labor de vigilancia es detectar problemas sistémicos.

Los cambios en la arquitectura financiera internacional han sido infinitesimales, porque aquellos que deberían ejercer un liderazgo se han aplicado con tesón a la defensa del statu quo. Estados Unidos, reforzada su posición hegemónica tras la caída del muro de Berlín, impuso en su momento la creación del G-20 (que alguien calificó de G-1); pero es difícil que pueda asumir ese liderazgo ahora, cuando la crisis se ha generado en el corazón de Wall Street. Los países emergentes actúan de agitadores en estos foros, pero no pueden desempeñar un papel más destacado, entre otros motivos porque sus posiciones son muy heterogéneas. Europa podría tener un importante papel de liderazgo compartido, pero carece del marco institucional adecuado en temas de estabilidad financiera, con un banco central y 16 Tesoros (o 27, según se quiera ver). Europa está sobrerrepresentada y no habla con una sola voz en los foros internacionales, lo que provoca la irritación de nuestros socios. Y es esta situación la que impide, por cierto, la participación permanente de España en foros como el G-20.

En fin, en ausencia de alternativas de reforma radical y con un problema de falta de liderazgo claro, la reunión del G-20 de este fin de semana parece afrontar un dilema menor: o bien reformular el FSF, que tiene credibilidad pero no legitimidad, o bien reformular (de nuevo) el FMI, que tiene legitimidad pero no credibilidad. Creo que es más fácil lo primero que lo segundo, sobre todo si la ampliación del FSF da cabida a países como España, un actor importante en las discusiones sobre regulación financiera anticíclica que dominarán la agenda mundial en los próximos años.

Santiago Fernández de Lis. Socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI)

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