Más ahorro, y peor remunerado
Nuño Rodrigo
Hay un puñado de cosas claras en el panorama económico que se abre después del crac de 2008. Los tipos de interés reales van a acabar tarde o temprano en el cero por ciento en términos reales -es decir, al mismo nivel que la inflación-. Ya lo hicieron en la crisis de 2002, a pesar de que fue infinitamente más suave en términos financieros que el agujero negro actual.
No queda demasiado camino por recorrer en este sentido. El tipo director de Estados Unidos ha caído ya al 1%, y ayer el Banco de Inglaterra practicó cirugía con hacha; 150 puntos básicos en una reunión para pasar el precio del dinero de un anacrónico 4,5% a un algo más realista 3%. El BCE, por su parte, se marcó otro medio punto para llegar al 3,25%. Las autoridades continentales tienen algo de margen para seguir bajando, aunque no es probable que se queden por debajo del 2%, que es el objetivo de inflación del Banco Central Europeo.
El segundo elemento claro es la necesidad de eso que últimamente llamamos desapalancamiento y que, en castellano, se llama sanear las finanzas de la casa. A distintos niveles; tanto en el plano empresarial como en los fondos de inversión de alto riesgo -los que más rápido están emprendiendo este camino, por obligación legal-, los consumidores e incluso los propios bancos, que tendrán que seguir reforzando sus bases de capital.
Así pues, parece que todo el mundo va a ahorrar, salvo el Estado. Credit Suisse apunta que entre 1988 y 1993, en una crisis inmobiliaria más suave que la actual, la tasa de ahorro privado en el Reino Unido creció del 3% al 12%. Queda, pues, la pregunta de cómo se podrá remunerar dicho ahorro. Hoy por hoy las entidades financieras aún lanzan buenas ofertas a plazo fijo, dada la escasa actividad en el mercado interbancario. Quizá sea en las emisiones de deuda estatales, con las que financiar los planes de rescate, donde se pueda encontrar rendimiento.