El escenario tras la tormenta bursátil
El servicio de Estudios del Banco de España confirmó el viernes que la economía española se acerca a la recesión, con un descenso intertrimestral del PIB del 0,2% y un avance interanual ya inferior al 1%, cuando hace sólo un año se movía en registros cercanos al 4%. Tras quince años de crecimiento sostenido, la actividad productiva acumula ya tres trimestres con un desempeño decreciente, en los que los registros caminan al estancamiento. Además, la economía ha entrado en barrena de forma acelerada, con una reacción muy condicionada por la crisis financiera global, que ha multiplicado los efectos contractivos de carácter meramente local.
El futuro de la actividad en España dependerá ahora del rumbo que tomen las turbulencias financieras mundiales, aunque quizá la digestión de los excesos del crédito, con un crecimiento exagerado y exageradamente concentrado en la actividad residencial, sea más lenta y más difícil. Para cuando haya culminado, no antes de media docena de trimestres, los responsables de gestionar la economía (Gobierno, agentes económicos, financieros y sociales) deben disponer de una hoja de ruta explícita para que se recupere un crecimiento potencial elevado. El deterioro del empleo los dos últimos trimestres y las expectativas que hay sobre tal variable en próximos meses auguran una elevación notable de las tasas de paro, que puede volver a ser el problema social y económico más importante.
Hasta ahora las propuestas más activas del Gobierno se han concentrado en solventar los riesgos de las entidades financieras, con acertado criterio, puesto que del funcionamiento ágil de la banca dependerá la recuperación ulterior. Pero la gestión política debe buscar, tal como ayer mismo pedía el Banco de España, las reformas que vuelvan a colocar a la economía española en la mejor predisposición de competir tras una crisis que puede cambiar el escenario mundial.
Las decisiones gubernamentales de las últimas semanas están comenzando a deshelar algunos témpanos que bloqueaban las decisiones de empresas y familias, aunque la normalidad plena tardará meses. El dinero comienza a moverse de nuevo entre los bancos, aunque sea poco más que a cuentagotas. La relajación de los tipos de interés para empresas y familias así lo atestiguan, pese a que los costes de financiación difícilmente volverán a ser como en la era del maná de la liquidez. La inflación, además, dará un prolongado respiro por la caída de la demanda agregada en un mundo atenazado por la crisis, lo que supone una recomposición de la renta de los particulares, que han experimentado un recorte notable de su patrimonio financiero (más de 100.000 millones de euros en un año en España) por la caída de la Bolsa, con un inevitablemente contagioso efecto pobreza.
En uno de los peores meses de la historia del Ibex 35, con un ajuste que se acercó al 30%, las tres últimas sesiones han apuntado a un rebote notable que, de consolidarse, supondría un esperanzador cambio de tendencia. Tal circunstancia puede hacer considerar el ánimo de los inversores, aunque los sistemas de valoración sean menos precisos que en el pasado, puesto que la profundidad de la crisis financiera mundial ha puesto muchos paradigmas en revisión.