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Columna
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¿Dónde están las llaves?

Nada como las excursiones escolares para corear canciones a bordo del autobús, ambientar el itinerario de carretera y hacer compañerismo. Inolvidable aquel 'Carrascal, carrascal, qué bonita serenata', 'Para ser conductor de primera', que hoy estaría prohibido por la Dirección General de Tráfico, o '¿Dónde están las llaves Matarile…rile…rile?'. Ese mismo requerimiento impaciente se ha desencadenado ahora en las filas de académicos y analistas que se preguntan dónde está la clave de la crisis económica que por todas partes -confianza, crédito, solvencia, comercio, consumo- nos invade.

æscaron;ltimos viajeros llegados de los más reputados servicios de estudios, de las escuelas de negocios y de las universidades coinciden en señalar la importancia de acertar con el diagnóstico de la crisis porque sólo así será posible aplicar la terapéutica salvadora. Qué interesante observar cómo en estos momentos de tribulación parecen abandonarse las denominaciones que tendían al eufemismo facilitador, con expresiones como 'libre empresa' o 'economía de mercado' para recuperar con toda su rotunda sonoridad el vocablo 'capitalismo', que tan bien caracterizó nuestro Carlos Marx. Con ese recuerdo entendemos mejor que cuando se acumulan riesgos es porque se cuenta con la expectativa de una remuneración proporcional. Además, con el sistema capitalista, ese que Sarkozy quiere refundar, sucede como con los demás sistemas: que lo son, en tanto en cuanto acreditan capacidad de sobrevivir a sus adictos.

Muchas veces comprobamos que los escritores más admirados se nos vienen abajo cuando tenemos la oportunidad de tratarlos. Y sabemos que las más exquisitas doctrinas acaban desmentidas por quienes dicen asumirlas. Parece que Hayec y Friedman, que tanto talento derrocharon en afinar los perfiles del capitalismo más moderno, cobraron auténtica aversión a los capitalistas que llegaron a conocer de cerca. Otro tanto ha sucedido a los valedores teóricos de otros sistemas -socialistas, comunistas, anarquistas, liberales o neoconservadores-, quienes muchas veces han terminado por abominar a los que se presentan como encarnación de los mismos.

Pero volvamos a la interrogación inicial y recordemos que queríamos saber dónde está la clave originaria para explicar la crisis que vivimos. Algunas notas específicas pueden ayudarnos. Primero, advertir que esta vez la crisis ha tenido su epicentro en Wall Street, a diferencia de otras que se originaban en la periferia. De modo que las llamadas economía emergentes han desempeñado ahora en diversa proporción la función de refugio y se discute si llegarán a capitalizar la crisis a su favor. En cuanto a la calidad institucional, que se esgrimía como garantía, parece volatilizada cuando caen bancos de primerísima y quedan cuestionados los procedimientos que daban eficiencia al mercado. Sería demasiado simple atribuir el origen de la crisis a la condición malvada de algunos banqueros. Quedan claros los fallos del mercado asignando primas a productos financieros que no las merecían y también los fallos de regulación que permitieron a la banca de inversión acampar en una zona de sombra. En cuanto a los activos tóxicos la discusión de si nacen o se hacen se resolvió hace tiempo a favor de la segunda opción, se hacen.

La calidad institucional, que nadie discutía en el caso de Wall Street, ha sido pulverizada también por las agencias de rating. Como nos pasó con las auditoras -¡remember Enron!- acabamos de descubrir que las agencias de rating obtienen su retribución precisamente de aquellos emisores a los que califican y por esa pendiente el deslizamiento hacia la tergiversación está servido. De donde, sería imprescindible que se alterara ese proceder y que para garantizar la independencia de criterio de las agencias de calificación fueran los inversores quienes tomaran a su propia costa la retribución de dichas agencias. En otro plano, conviene advertir que con tipos de interés negativos como los mantenidos por Greenspan se produce un atractivo fatal por la deuda y de ahí el crecimiento exponencial del apalancamiento es decir de la ratio entre deuda y activos, que ahora es el talón de Aquiles de empresas y bancos.

Del por qué, cuándo y dónde se perdió la trazabilidad del riesgo nos ocuparemos el próximo día.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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