El síndrome SAV frente al síndrome HAP
EE UU ya lo ha decidido. El barco de su economía sostendrá su vela con fondos de contribuyentes. La Unión Europea ha tomado una decisión: que cada barco aguante la suya, aunque coordinados. Todos quieren recobrar la confianza en las instituciones financieras para evitar el desplome del sistema. Pero ninguno está hablando de pedir responsabilidades a los autores del desaguisado.
¿Qué ha pasado? Pues, ya lo vengo diciendo, no son sólo los Gobiernos los responsables. Lo son, en todo caso, por omisión, al no prever lo que podía ocurrir. Pero las decisiones que han dado lugar a la situación han sido tomadas en los despachos de algunas grandes entidades financieras. Y las han tomado influidos por el síndrome SAV. Es decir, imbuidos de soberbia, avaricia y vanidad. Soberbia que les ha llevado a creerse los amos del mundo, capaces de construir sistema a su servicio. Avaricia porque, partiendo de buenos emolumentos, siempre querían más. Sus sistemas retributivos estaban diseñados para estimular su avaricia, independientemente de los riesgos futuros. Vanidad: aparecer en los papeles, tener premios al mejor financiero, dictar conferencias; todo a mayor gloria de sí mismos, para crearse un valor personal en ese exclusivo mercado laboral. Lo curioso es que esta vez no se han transgredido las leyes, no hay fraude legal en sentido estricto, hay falta de ética profesional.
Se puede decir que esto sólo ocurría con unos pocos, pero eran la élite, los admirados, aquellos que creaban el modelo a seguir. Los demás no aparecían, no porque no quisieran, sino porque no podían, pero tenían latente el síndrome. Una élite con efectos mundiales, dada la situación de sus empresas. Desde las atalayas de los grandes mercados financieros influían en el resto del mundo. Maduros financieros que dirigían pléyades de jóvenes agresivos. Todos formados en las mejores escuelas de negocios, dominando el inglés y las técnicas de financiación.
¿Qué habrán aprendido? Yo, como profesor, intento que al síndrome SAV opongan el HAP (humildad, austeridad y prudencia). No sé si lo he conseguido; pero lo que está claro es que en el conjunto de la sociedad financiera estas tres virtudes no parecen brillar mucho. Hoy, 24 de octubre, el IESE celebra su Asamblea de Alumnos en Madrid. En el programa figuran grandes temas relativos a la globalización. Técnicamente interesantes, económicamente importantes. En medio de ellos, Michael Camdessus, gobernador honorario del Banco de Francia, y Jaanne Halan, de la Universidad de Oslo, con la moderación de mi compañera, la profesora Nuria Chinchilla, disertarán sobre: Valores éticos y desafíos en un sistema global.
Mi maestro y añorado profesor Pérez López siempre me dijo que él creía que los directivos deberían hacer un juramento al estilo del hipocrático de la profesión médica. Si de los médicos depende la salud física humana, de los directivos depende la salud económica, laboral y, a veces, también la física de sus colaboradores y la sociedad en general. ¿Por qué no exigirles una responsabilidad similar?
Los formadores de directivos deben entonar el mea culpa. No se ha hecho suficiente hincapié en la importancia de la ética. Se ha escrito mucho sobre ello, pero lo importante es aterrizar. Destacar que la æpermil;tica, con mayúscula, sólo es posible mediante la adquisición de virtudes, que se adquieren con repetición de actos. Actos prudentes que tengan en cuenta las posibles consecuencias, para los demás y sí mismo, de las decisiones tomadas. Actos austeros que incluyan el convencimiento de que la riqueza tiene un fin social y que de nada vale ser el más rico del cementerio. Actos humildes basados en el deseo de escuchar a los otros, comprender sus razones y saber que de nada sirve la pompa si no responde a un sentido de servicio.
Esperemos que sepamos transmitirlo con más éxito que hasta la fecha. El futuro del capitalismo, la libertad individual y el crecimiento económico dependen, curiosamente, de la ciencia ética.
José Ramón Pin Arboledas. Profesor del IESE