Wall Street y Habana Vieja
Es difícil sentir un contraste mayor que el sentido paseando por Habana Vieja después de haber observado en internet los avatares de Wall Street y demás centros financieros internacionales.
En efecto, cualquier día de la turbulenta semana pasada, los ordenadores de la sala El Vedado del Meliá Habana vomitaban información sobre la caída libre de los valores bursátiles, las quiebras y casi quiebras de los bancos, los planes de rescate de los Gobiernos, los miedos de los ciudadanos del primer mundo. Simultáneamente, en el corazón de La Habana las múltiples Yaimé's se afanaban en resolver, buscando su comida del día. Afán dificultado ante el desabastecimiento general de la isla motivado por los daños que los huracanes Ike y Gustav provocaron en las explotaciones agropecuarias del interior del país.
La magnitud del desastre natural, cuyas pérdidas económicas se estiman superiores al 10% del PIB cubano, ha venido a añadirse a la consuetudinaria falta de eficacia productiva del sistema. El resultado es que Cuba atraviesa por las dificultades propias de una economía de guerra, en la que la mera subsistencia constituye prácticamente el único objetivo general.
Las dificultades han provocado dos reacciones diferentes. Las calles Empedrado, Cuba, O'Reilly son testigos de la intensificación de los uniformes policiales de Raúl -hay que garantizar el orden social-, a la vez que ven aumentar los uniformes blancos inmaculados de los iniciados en los ritos santeros -hay que buscar refugio espiritual y ayuda sobrenatural-.
El diario Juventud Rebelde describe cómo se ha recurrido de nuevo a la agricultura hidropónica, que es un modo de cultivo intensivo. De ciclo corto, proporciona rápidamente los frutos de la cosecha, por lo que se confía que contribuya a paliar rápidamente la actual escasez. Escasez que percibe nítidamente cualquier usuario de los establecimientos de hostelería: los moros y cristianos de los paladares añoran el pan; el mojito de La Bodeguita llora la ausencia del limón; el café de El Patio requiebra al azúcar.
Al caminar por el entorno de la calle Obispo, rehabilitada por obra y gracia de Eusebio Leal con apoyo financiero español, se ve la peculiar convivencia entre los nuevos y coquetos establecimientos comerciales -La Distinguida, El Restaurador, La Moderna-, y los desolados agromercados estatales, completamente desertizados de alimentos -tan sólo unas escasas papas por las que esperan en largas colas todas las hijas de Changó, Obatalá, Ochún, Yemayá y demás orishas de la santería-.
El Gramma informa de cambios habidos entre los dirigentes. Recurriendo otra vez a la gerontocracia, Raúl Castro ha nombrado nuevo vicepresidente del Consejo de Ministros al veterano Roberto Cabrisas. Cabrisas coordinará los ministerios de Comercio Exterior, Inversión Extranjera y Colaboración Económica, mientras que parece apagarse definitivamente la lumbre de los reformistas como José Luis Rodríguez.
La televisión estatal narra con optimismo el acuerdo alcanzado entre los cancilleres Moratinos y Pérez Roque -el feo-, por el que se reestructurará la deuda comercial de Cuba con España, cuyo importe asciende a 1.500 millones de dólares -1.100 millones de euros-. Se considera que representará un alivio para la maltrecha economía cubana. Entretanto, numerosos cubanos se refugian en las 16 conchas de caracoles que les tira cualquier babalá bajado de Guanabacoa. Y mientras refrescan sus collares para asistir a los tambores del próximo festival, recolectan con dificultad los pesos necesarios para ofrecer en sacrificio palomas a Baba-lu-ayé, carneros a Changó, gallos a Eleguá, perros a Ogún
Un programa especial televisivo enfatiza los esfuerzos y logros revolucionarios alcanzados en las penosas reconstrucciones de Pinar del Río y de Isla de la Juventud, cuyas poblaciones se han visto revolucionariamente reconfortadas por las actuaciones de los componentes de la brigada Marta Manchado. Mientras, los jóvenes habaneros acuden a bailar a la Casa de la Música, a la Macumba o al Diablo Tun Tun, rodeados por vehículos con la misma matrícula verde del Minin que llevan los que rodean a los yumas que acuden a Don Cangrejo, a Floridita o al Hotel Sevilla.
El Gobierno cubano ha decretado medidas drásticas para ahorrar combustible: racionamiento a los vehículos privados -10 litros mensuales- y subida de precios en torno al 75%. Sin embargo, el tráfico rodado por el Malecón no ha descendido, toda vez que en cualquier rincón oscuro los vehículos estatales nutren de gasolina a los conductores privados a la vez que éstos proporcionan algunas fulas a los que manejan aquéllos.
Definitivamente, los cubanos viven al margen y a pesar de sus dirigentes. Al ritmo de cualquier son, guaracha, contradanza, habanera, bolero o danzonete interpretado desde los soportales de la casa del Conde de Lombillo, los cuenta propia venden su artesanía en la calle San Ignacio, mientras que todos los habaneros: María Cristina, la mandinga y el guajiro, los que son de la loma lloran lágrimas negras por los daños de el trío y el ciclón, cantan me voy pa sinabicú, miran como se va el tren, evitan que le den candela, disfrutan el rico vacilón y bailan el chan chan a la espera de oír el hasta siempre comandante. Para que gocen todos.
Ignacio Ruiz-Jarabo Colomer. Ex presidente de la SEPI y profesor especial de la Universidad de La Habana