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La opinión del experto

Quién vive, quién muere y por qué

Juan Carlos Cubeiro hace una llamada a la serenidad, a la calma, a las decisiones bien tomadas, al trabajo en equipo y a no cometer estupideces: en la resolución de esta crisis se conocerá su verdadera grandeza.

Antes de partir hacia su próximo desafío, Sebastián Álvaro (director de Al filo de lo imposible, uno de los programas más longevos de la televisión, con más de 500 expediciones en los cinco continentes) nos recomendó a Daniel Romero-Abreu y a un servidor el libro Quién vive, quién muere y por qué, de Laurence Gonzales (Editorial Desnivel). Tras tomar el café fuimos a la librería a comprarlo. Se trata de una obra rigurosa que analiza, a partir de cientos de casos, las pautas de supervivencia y los motivos por los que las personas fallecen en las catástrofes. Por ejemplo, los niños más pequeños suelen salvarse, porque comen cuando sienten hambre, beben cuando sienten sed y descansan cuando lo necesitan. Los jóvenes, por el contrario, desconfían de su instinto y no se comportan de forma natural. Como consecuencia, no suelen sobrevivir a los accidentes. En los tiempos que corren, Quién vive, quién muere y por qué debería ser uno de los libros de cabecera de nuestros directivos. Al fin y al cabo, trata del comportamiento humano en situaciones de adversidad.

Las lecciones de esta investigación son poderosas. Si las emociones son siempre importantes (más del 90% del liderazgo es pura inteligencia emocional), en momentos críticos lo son todavía más. Necesitamos, ante imprevistos desfavorables, mucha serenidad, porque perder la cabeza (que es toda una tentación, y muchos confunden con acción y con sentido de la responsabilidad) te mata. Autocontrol, tranquilidad, calma es la única manera de pensar con claridad. Actuar movidos por el miedo, por el pánico, es una invitación al suicidio. Por ello, hemos de desarrollar (preparar, entrenar, anticipar) la asertividad y la resiliencia, para saber dar respuestas convenientes ante la crisis. Pero esto no es suficiente. Quienes se salvan aceptan el desafío. Se toman lo que viene (una catástrofe natural, un ataque terrorista, un accidente de automóvil) como una circunstancia excepcional de la vida, un reto, y responden desde la iniciativa. Juegan las cartas que les han dado; lo viven como si lo hubieran elegido. Reflexión para la acción. Los que se dejan llevar, perecen; así son las cosas.

Y tres consejos más. Cuidado con el pensamiento grupal. Si bien trabajar en equipo es útil (genera sinergias), cuando un colectivo de personas no es un equipo se comporta peor que cada uno por separado. Estar juntos genera la falsa sensación de estabilidad, de que no va a pasar nada, de estar salvados. Entonces nadie toma las decisiones que debería para hacer frente a la situación. El pensamiento grupal, el aborregamiento, es garantía de fallecimiento. En esta línea, hacer lo que hace todo el mundo, tampoco ayuda a salvarse. En estos casos tratar de ser popular es un pésimo aliado, precisamente porque la mayoría se bloquea, se acomoda o no piensa con acierto. Finalmente, atención a las herramientas que nos prestan una falsa protección. Por ejemplo, una cuerda en una escalada. Si está mal colocada, puede precipitar al vacío a todo el que se ata a ella.

Estoy convencido de que mi amigo William Rodríguez, superviviente del 11-S, convertido en héroe al salvar cientos de vidas, hizo en su día lo que propone este libro. Una llamada a la serenidad, a las decisiones bien tomadas, al equipo y no a cometer estupideces. En las crisis, incluso hay que saber disfrutar (no hay talento sin disfrute) si te gustan los deportes de riesgo y las emociones fuertes. Los paralelismos con el mundo de la empresa y con la actual crisis son evidentes: muchas organizaciones están perdiendo la cabeza, cayendo en la reunionitis, presionando sin sentido, amenazando con despedir.

Una vía segura al abismo. ¿No saben que bajo condiciones de distrés (estrés negativo) las personas no analizamos con claridad, no tomamos decisiones acertadas, no damos lo mejor de nosotros mismos? Muchas empresas están cortando por lo sano, prescindiendo de su talento (años de experiencia), generando climas laborales tóxicos. Y lo que es peor, con el balance y cuenta de resultados (unas herramientas incompletas, obsoletas, limitantes) como banderín de enganche, una especie de cuerda nada arraigada en la supervivencia. La anorexia corporativa, aunque esté de moda, garantiza el fracaso. ¿Qué debemos hacer los directivos? Dar ejemplo de calma y visión de futuro, seguir invirtiendo en la marca, impulsar la productividad en sus profesionales, dar a los clientes más de lo que esperan, reinventar procesos ágiles, eficientes e innovadores.

Apostar por las personas (los empleados, los clientes, los accionistas, la sociedad). Quedarse con un trozo más grande, aunque la tarta se reduzca. La gran causante de esta crisis es la avaricia (el comisario europeo Joaquín Almunia, dixit) y por ello se sale de ella mediante la generosidad. Generosidad bien entendida, inteligente, con perspectiva, apostando por las relaciones a largo plazo y evitando los pelotazos, la picaresca o la apelación al subsidio. Tal vez, como ha comentado el Premio Nobel Joseph Stigliz, esta crisis sea al capitalismo lo que el muro de Berlín al comunismo. Ojalá. Yo sólo sé que habrá ganadores, supervivientes y fracasados. Trato con muchos ejecutivos eficaces en nuestro país y durante las vacas gordas es difícil que se diferencien de los negociantes con ínfima calidad directiva. En la resolución de esta crisis conoceremos su verdadera grandeza.

Juan Carlos Cubeiro. Director de Eurotalent

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