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Tribuna
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La crisis y los modelos de capitalismo

Pese a la tendencia de los últimos años de mirar hacia la otra orilla del Atlántico para buscar soluciones a nuestros problemas económicos y para dinamizar nuestras estructuras y políticas económicas, la crisis de los mercados financieros está poniendo en entredicho las bondades del modelo de capitalismo basado en mercados desregulados.

En EE UU, un Gobierno republicano que se ha postulado doméstica e internacionalmente como un gran defensor (teórico) de la desregulación, del libre mercado y de limitar la intervención del Estado en temas económicos ha tenido que dejar de lado los planteamientos ideológicos sobre el libre mercado que han estado tan en boga desde la revolución monetarista de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al inicio de los años ochenta, y proponer un plan de acción que puede suponer la mayor intervención estatal de la historia.

Tras años en los que el rendimiento teórico de los países anglosajones en términos de crecimiento económico, desempleo y productividad era supuestamente superior al de las economías europeas (con la notable excepción de algunos de los países nórdicos), esta crisis está marcando el final de un ciclo y mostrando al desnudo muchas de las supuestas bondades del modelo anglosajón.

El avance del euro frente al dólar en los últimos meses y la creciente penetración de los productos europeos en el mercado de EE UU (el saldo comercial favorable a la UE ha aumentado desde 32.000 millones de euros en 2000 a 80.000 millones en 2007) ya avanzaban este giro. Pese a que EE UU sigue siendo, según el World Economic Forum, la economía más competitiva del mundo, países europeos como Suiza, Suecia, Dinamarca, Alemania o Finlandia la están pisando los talones.

El debate sobre los diferentes modelos de capitalismo ha sido uno de los focos de análisis en el campo de la economía política. Uno de los marcos teóricos más aceptados es el desarrollado por los profesores Peter Hall y David Soskice, que diferencia entre las economías liberales y las coordinadas en función del tipo de coordinación entre los actores económicos. En las economías liberales, como EE UU y Reino Unido, las empresas coordinan sus actividades fundamentalmente en función de contratos formales y de mercados competitivos que estructuran sus relaciones con sus empleados, instituciones financieras y educativas. Por el contrario, en las economías coordinadas, como Alemania o los países escandinavos, las empresas dependen más de interacciones estratégicas con otros actores como los sindicatos, Gobiernos, instituciones educativas y financieras con los que tienen un nivel muy institucionalizado de cooperación. Estos autores muestran que es posible resistir las presiones de convergencia hacia el modelo anglosajón, y que se puede tener éxito en un mundo global con distintos modelos.

En España estamos ante una oportunidad única de cambiar el modelo de crecimiento y aproximarnos al modelo de las economías continentales y del norte de Europa, tal y como desarrollo en mi último libro (Varieties of Capitalism in Spain: Remaking the Spanish Economy for the New Century). Las políticamente desafortunadas declaraciones del vicepresidente Solbes postulando la bondad de la crisis si sirve para limpiar el sistema, señalan una realidad inescapable: el modelo existente no es sostenible y requiere un cambio.

Es fácil y políticamente ventajoso echar la culpa de lo que está pasando en España a la crisis de EE UU, y sin duda que ha contribuido y la ha agravado. Sin embargo un análisis objetivo de la realidad no deja mucho lugar a equívocos: nuestros problemas de bajísima productividad y limitada capacidad de innovación, los altos costes laborales por unidad producida (que han aumentado en España entre 1998 y 2007 un 12% más que en la zona euro), las grandes deficiencias del sistema educativo a casi todos los niveles, la persistente inflación y la falta de competitividad, así como la gran dependencia en el sector de la construcción, son problemas autóctonos que poco tienen que ver con lo que está pasando en EE UU y que exigen respuestas a nivel doméstico. Ese será nuestro reto en los próximos años.

Si hay algo que esta crisis ha dejado claro es que se necesitan nuevas reglas de juego si queremos conseguir una utilización más equitativa y eficiente de los recursos. En Europa hay gran preocupación por la habilidad de las economías europeas por hacer frente a estos retos y mantener sus Estados de bienestar. Es importante recordar que la Europa de 27 miembros es en la actualidad no sólo el bloque de comercio más grade del mundo, sino también la mayor economía tras la ampliación al Este, y que es aún más sólida por la fortaleza del euro.

Además, los Estados de bienestar de Europa van a ser claves para neutralizar las tensiones y desequilibrios generados por la competencia global (en EE UU hay casi 45 millones de personas sin cobertura). Las sociedades de bienestar europeas promueven la flexiseguridad: la inversión en educación y formación, así como las políticas activas de empleo, y fomentan el diálogo social que es fundamental para aumentar la productividad. Estas políticas serán muy importantes para hacer frente a los retos competitivos del futuro. Es por todo ello que si Europa es capaz de unir sus fuerzas y actuar con cohesión, puede jugar un papel clave en la formulación del nuevo orden económico global. Tras años de superioridad ideológica del modelo anglosajón tenemos ante nosotros el reto, y la oportunidad, de crear un nuevo orden económico mundial que se asemeje más a Europa.

Sebastián Royo. Decano en la Universidad de Suffolk en Boston, director de su campus en Madrid, y codirector del seminario de Estudios Ibéricos de Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard

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