Dublín
En su húmedo clima, Dublín funde la música, la literatura y la diversión en un cálido ambiente para los visitantes.
Dublín no tiene la Torre Eiffel, ni el Coliseum, ni la Sagrada Familia, ni el Empire State no hay grandes monumentos, museos o templos, quizá por los siglos de ocupación británica. Pero sí debe tener algo, pese a los numerosos días nublados, porque todos los años miles de visitantes, entre turistas o estudiantes de inglés, llegan a la capital de Irlanda.
Quizá Molly Malone, legendaria vendedora de pescado y uno de los símbolos de la ciudad (impulsado por su archifamosa melodía, 'In Dublin's fare city, where the girls are so pretty...'), sea la imagen de una de las capitales europeas con mayor sabor hogareño. El carácter irlandés considerado afable y cotilla no permitirá al turista pasar inadvertido, una historia irá tras otra y otra. Si por un casual, el visitante está sólo en un pub, no será por mucho tiempo.
'Es una ciudad con vida', coinciden los visitantes. Estos se mezclan hoy en día con el mundo universitario que desde hace siglos se ha cobijado en el Trinity College, con el ambiente literario o artístico generado por figuras como James Joyce, Oscar Wilde o el pintor Francis Bacon, y con el mundo empresarial o de los negocios, que ha crecido de manera imparable en los últimos diez años convirtiendo a Irlanda en El Tigre Celta. El país, ahora sometido a los rigores de una dura crisis, ha acogido en esta década a empresas como Citigroup, Microsoft, Google o Intel.
Estos mundos se cruzan en calles como Dame Street, donde se ven las caras las fachadas del Bank of Ireland y el Trinity College, o Grafton Street, una de las vías más populosas y comerciales, o en parques como St Stephen's Green, que en los días soleados ve como cientos de personas (ejecutivos, funcionarios, estudiantes o amas de casa) acuden a sus praderas de hierba a descansar o departir con amigos.
Además, se puede respirar este aroma cosmopolita y casi bohemio en otros rincones de Dublín como Temple Bar, situado junto al río Liffey. Para llegar allí, la forma más atractiva es a través del Half Penny Bridge, puente peatonal de hierro forjado que lleva al visitante a Temple Bar cruzando el Arch Merchant. El nombre se estableció siglos atrás y se debe a que todos los que lo cruzaban debían pagar medio penique. Desde el Half Penny Bridge, donde el trasiego es incesante, hay una bonita vista de los distintos puentes de la ciudad. Con el tiempo una línea de puentes ha ido surgiendo, y cada cual con su carga de historia y de historias: el O'Connell Bridge, que es más ancho que largo, Millenium Bridge, e incluso un nuevo puente de Santiago Calatrava.
Otro punto neurálgico es O'Connell Street, populosa avenida donde están el monumento a James Joyce, la General Post Office, donde los revolucionarios de 1916 al mando de Pádraic Pearse hicieron frente al ejército británico; o el nuevo Spire, una 'aguja' metálica de más de cien metros de altura construida para celebrar el nuevo milenio.
Tampoco hay que perderse la Christ Church y San Patrick, las dos mayores catedrales del país, de estilo gótico, y el citado Trinity College, donde sólo con cruzar el umbral de la puerta se puede notar una gran tranquilidad al pasar del ruido de la calle al silencio de la universidad. El Trinity acoge el Book of Kells, una de las llaves para conocer la historia del país, y una majestuosa librería con artesonado de madera donde, de verdad, apetece estudiar.
Por supuesto, hay que ir a los céntricos barrios georgianos, donde se cobijan edificios del gobierno, como la sede del Taoiseach (primer ministro), con embajadas o sedes de empresas. Fitzwilliam Street, Merrion Square o Lesson Street representan el señorío de la ciudad, donde las casas georgianas ofrecen puertas de variopintos colores. El colorido se vuelve chillón a veces por el intento de los irlandeses de buscar la luz que niegan los nubosos cielos.
Más visitas. La National Gallery, el Museo de Arte Contemporáneo o la cárcel de Kilmainham. Allí estuvieron presos muchos opositores a la presencia británica, pero si se hizo famosa la prisión es porque se rodó la película En el nombre del padre, de Daniel Day Lewis.
Pero también existe un nuevo Dublín, surgido en la última década a raíz del crecimiento económico, y marcado por la aparición de edificios de cristal. Así, la zona de los docklands se ha transformado en una ciudad financiera en la que se han situado bancos como AIB, Ulster Bank o Citigroup. Dos paradas más junto a esta city financiera del puerto: la Custom House o edificio de aduanas, que durante años marcó la actividad económica, o las estatuas en recuerdo a los emigrantes de la década de 1840 que salieron del país por culpa de la enfermedad de la patata que generó una hambruna que mató a más de un millón de personas. Fueron tiempos duros para un país que entonces tenía más de ocho millones de habitantes y que ahora apenas roza los cinco millones si se unen la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Dublín acoge a un tercio de la población del país. Si en España sucediese lo mismo, Madrid tendría 15 millones de habitantes. La bonanza económica ha cambiado también la mentalidad. Hasta los años noventa del siglo XX, muchos irlandeses emigraban en busca de trabajo. En los últimos años el fenómeno ha sido el contrario. Así, ahora se pueden ver numerosos ciudadanos de países como Polonia o Rumanía.
Diversión
Además, algunos ciudadanos se atreven a decir que Dublín, Baile Átha Cliath en el idioma gaélico, es una ciudad muy divertida y bromean con que edificios como el Bank of Ireland o la Bolsa (Irish Stock Exchange) lindan con algunos de los pubs más populosos como el Gogarty's o el Auld Dubliner. Este aroma de diversión, por ejemplo, ha llevado durante años a miles de británicos y británicas, procedentes de Liverpool, Glasgow o Manchester, a celebrar en Dublín sus despedidas de soltero o soltera. A ellos se han unido ahora visitantes de otros lugares unidos a Dublín por aerolíneas de bajo coste. No es raro ver a inglesas con camisetas de tirantes o minifaldas en los meses más crudos del invierno, aspirantes al matrimonio disfrazados de cabareteras, escoceses tratando de evitar a las mironas que espían bajo su kilt (tradicional falda escocesa) o grupos de italianos o españoles de jarana.
Y es que en los citados pubs, junto a otros como el Fiztsimmons o el Temple Bar Pub, las pintas de Guinness no dejan de fluir. No es lo mismo beber esta legendaria cerveza negra en Irlanda que en otro país. 'La temperatura, la forma de servirla en varios tiempos para ganar presión y el poco tiempo que pasa en el barril le dan un toque más refrescante y suave que en el continente', dicen en los pubs, donde también se ofrecen cervezas tostadas como la Kilkenny y la Smithwick' s que compiten con la Murphy's de Cork. La Guinness es un símbolo de Dublín desde 1759, y ha convertido a su matriz, Diageo, en una de las grandes empresas del país. Su centenaria fábrica de James Street es uno de los sitios más visitados. Por cierto, cuenta en uno de sus puntos altos con un mirador desde el que se puede contemplar la ciudad. Junto a la Guinness está el whisky Jameson, que trata de hacer frente a los gigantes escoceses.
Las pintas se entrelazan con algo en lo que Dublín destaca sobre otras ciudades: la música en directo. Y hay muchas combinaciones que van desde melodías locales con ambiente celta como Whiskey in the Jar, Dirty Old Town o Molly Malone, famosas en todo el mundo gracias a grupos como los Dubliners o los Chieftains, a las canciones pop. Desde Irlanda o Dublín han salido grupos como The Coors, Ennya o U2. The Edge o Bono (reside en la localidad de Killiney al sur de Dublín y su casa se ha convertido en un lugar de peregrinación para los fans), son considerados héroes nacionales. Ambos son también grandes inversores locales y son dueños de hoteles como el Clarence que está en Temple Bar. Eso sí, no lo han tenido fácil. Su plan de ampliación del hotel ha chocado con la oposición de diversas asociaciones defensoras del patrimonio.
A su vez, Dublín tiene una oferta gastronómica variada. En pocos kilómetros cuadrados hay restaurantes italianos, japoneses, franceses, chinos, mexicanos, portugueses, españoles, hindúes, rusos, mongoles y de la propia Irlanda en los que se puede comer un Stew (guiso de carne), que en invierno ayuda a calentar el cuerpo. Quizá son muchos sitios que visitar, pero no hay problema. Se puede volver. Dublín sólo está a dos horas de vuelo de Madrid o Barcelona.
Guía práctica
Cómo irEn Avión, hay vuelos directos desde Madrid todos los días con aerolíneas como Iberia y Aer Lingus. Clickair o Ryanair también tienen vuelos directos a la capital irlandesa desde ciudades como Barcelona, Valladolid o Bilbao.Dormir, comer y tomar una copaPara comer, hay restaurantes asiáticos, italianos, mexicanos... por todas partes. Algunos son el Brasserie Sixty6 en George Street; el Govinda en Aungier, para vegetarianos; The Farm, en Dawson, con comida orgánica; Café Mocha y Metro en South William, para comer de sándwiches; Cookes Restaurant en South William, donde suelen acudir las celebrities locales (allí se vio al actor Ralph Fiennes cuando estuvo actuando en Dublín); o el Yamamori en George Street. Si se echa de menos España están el Salamanca o el Da Pino, donde se come una buena paella, según los dublineses. Para desayunar, comer o merendar, unclásico es el Bewley§s Café de Grafton. Hay de todo pero lo típico es el té o café con una magdalena.Tomar una pinta. Sin duda, los pubs clásicos de Temple Bar. Además, hay pubs de ambiente como el O§Neills, típico irlandés donde hay comida de pub, o el Knightsbridge Bar en O§Connell Bridge, donde se puede escuchar música irlandesa en directo (es muy recomendado para quienes van por primera vez a Dublín). Otros pubs con personalidad propia, son el Samsara y el Café en Siene, ambos en Dawson Street, o The Bank en College Green, que antes era un banco, y que ha conservado la esencia del mundo financiero.Para dormir. Hay muchos bed & breakfasten la capital. Hoteles de precio medio son el Blooms Hotel, The Candem Court Hotel, The Candem Deluxe o la cadena Jurys Inn. Entre los hoteles de gran categoría figuran el Westbury, el Conrad, el Morrison o el Shelbourne.