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Tribuna
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La tortuga y la liebre

Todos ustedes recordarán la fábula de Esopo en la que una orgullosa liebre se pavonea de ser más veloz frente a la paticorta y lenta tortuga. Cansada ésta de tanta burla, reta a la liebre a una carrera que finalmente gana gracias a su constancia frente a la pereza y el exceso de confianza de la liebre que la deja salir con ventaja, para descansar a mitad de la carrera y, finalmente, se duerme antes de llegar a la meta.

La fábula es pertinente para explicar lo sucedido en la actual crisis financiera y cómo la regulación ha ido por detrás de los acontecimientos. La crisis ha desempeñado el papel de tortuga y la liebre el de la regulación.

El Comité de Basilea decide en 1998 la revisión de los principios establecidos en 1988, los denominados Basilea I y hay que esperar hasta el 2001 para conocer el primer documento que se somete a consulta.

Es el pasado mes de junio de este año cuando se han presentado los primeros estados regulatorios de recursos propios realizados de acuerdo con los criterios establecidos en Basilea II.

Es decir, que esta crisis financiera se ha producido en un entorno regulatorio obsoleto. Eso podría ser una buena noticia si la realidad no hubiera supuesto el cuestionamiento de algunos de los planteamientos establecidos en esos principios y no obligaran a revisarlos con cierta premura.

En un mundo tan interconectado, la coordinación internacional ha de ser permanente, ya lo es, pero extremadamente eficaz en la maduración de los análisis y en la definición e implementación de medidas. Las pérdidas de capital que representan estas crisis y su impacto en la economía real, con su consiguiente coste social, así lo exigen.

A estas alturas podemos ir estableciendo algunas conclusiones. A continuación propongo cuatro ideas para intentar ganarle la carrera a la tortuga de la próxima crisis:

Aun cuando las titulaciones simples (ABS) o dobles (CDO) han estado en el origen de la presente crisis, son instrumentos que seguirán existiendo, pero su peso, espero, será menor y tendrán que ser gestionados de forma más transparente y valorados de forma adecuada.

Habrá de ser revisada la metodología de las agencias de calificación y la percepción que los inversores tienen de estas herramientas como predictores del riesgo.

Si consideramos la innovación financiera, es decir, la utilización de las lagunas legales o regulatorias para la creación de instrumentos financieros que, ante un cambio en la coyuntura, se convierten en tóxicos, como una de las causas de la presente crisis es indudable que habrá que reducir esos márgenes sin matar la innovación.

La consideración de intervenir ante un riesgo sistémico ha evolucionado para el supervisor del demasiado grande para caer a la evaluación de la conexión de la entidad o entidades afectadas con el resto del sistema financiero, véanse por ejemplo las operaciones de rescate organizadas por la Reserva Federal americana o por el Banco de Inglaterra, por lo que creo que se debería ampliar el perímetro de la supervisión en línea con la propuesta realizada por el Tesoro estadounidense de reservarse la facultad de inspección de cualquier entidad independientemente de su naturaleza si el supervisor considera que supone un riesgo para el conjunto del sistema.

Nuestro sistema financiero está sufriendo los efectos colaterales de esta crisis al haberse cerrado los mercados de capitales y los efectos derivados de la crisis de la economía española pero no se ha contagiado con los activos dañados que han provocado pérdidas de 550.000 millones de dólares a la banca internacional. Creo que, además de la prudencia de los gestores, la política del Banco de España desde los años ochenta ha contribuido de forma determinante a ello.

María Jesús Paredes. Socia directora de IG Consultoría

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