Diversidad y batalla por el talento
Hasta hace muy pocos meses cualquier publicación sobre gestión de personas y talento que se preciara incluía, de forma invariable, una visión pesimista sobre las perspectivas de encontrar a la gente precisa para el desarrollo de las organizaciones.
La percepción dominante, al más puro estilo malthusiano, pronosticaba a corto plazo un dramático desfase entre la creciente necesidad de profesionales, especialmente aquellos más cualificados, y la insuficiente cifra de personas susceptibles de contratación.
Es cierto que cada vez hay menos licenciados españoles empleables: no sólo por el cambio demográfico (como botón de muestra, en 1992 se licenciaron en Derecho 27.000 estudiantes en las universidades españolas, por unos 11.000 en 2007), sino especialmente por la caída en picado de la calidad educativa en España (no por casualidad nuestro país se sitúa en este campo en el puesto 24 sobre 29 entre los Estados integrantes de la OCDE, según el Informe Pisa).
Harían bien nuestros gobernantes en facilitar la entrada de trabajadores cualificados procedentes de otros países, buscando sólo calidad, en vez de cantidad
En este contexto, seducir a los mejores candidatos se ha convertido en los últimos años en un quebradero de cabeza para las empresas. Pero la situación está cambiando, una vez más, a velocidad de vértigo.
Por quedarnos con el lado positivo, ese déficit en cantidad y calidad se está empezando a compensar lentamente con la llegada de trabajadores extranjeros cualificados, con conocimientos especializados y con hambre de éxito.
Nadie pone en duda ya que la enseñanza que se imparte en muchos países de los que consideramos menos desarrollados es mejor que la que se da en España, pero es que además es muy revelador dar un paseo por nuestras mejores escuelas de negocios y observar el enorme porcentaje de estudiantes no españoles que engrosan sus aulas. La mayoría, aunque no únicamente, procedentes de Iberoamérica. Es sólo cuestión de tiempo, de poco tiempo en realidad, ver más y más profesionales foráneos en posiciones de responsabilidad media y alta en nuestras empresas, como ocurre desde hace años en Gran Bretaña, Francia, Holanda y otros países de nuestro entorno.
Agotado el modelo de crecimiento económico basado en el ladrillo y superado el acné juvenil del papeles para todos, harían bien nuestros gobernantes en facilitar la entrada de trabajadores cualificados procedentes de otros países, buscando sólo calidad, en vez de cantidad. Mientras en Australia el porcentaje de trabajadores extranjeros cualificados representa el 9,9% y en Estados Unidos el 3,2% del total, en España -segundo país preceptor de inmigrantes en el mundo en el siglo XXI- no llega al 1,2%.
Mientras tanto, también harían bien nuestros jóvenes de la generación Y en valorar la nueva competencia foránea que se les viene encima, muchas veces mejor formada y con la cultura del esfuerzo propia de nuestros baby-boomers incluida de serie, algo tan añorado por los gestores de personas en España.
Afortunadamente la idea de conciliar vida personal y profesional ha llegado a la empresa para quedarse, pero para un empleador tradicional puede ser muy tentador contratar a un candidato con ese plus de compromiso que a sus ojos supone no preguntar en la entrevista de selección si 'en esta empresa se va a aplicar la nueva directiva relativa a las 60 horas de trabajo semanales'.
Especialmente teniendo en cuenta que ya estaremos en porcentajes de paro de dos dígitos y que, aunque quedan muy lejos los niveles de los primeros años noventa, parece inevitable llegar al menos al 13%. Porque la letra pequeña de esa cifra esconde el dato del paro real entre los menores de 30 años, que estará por encima del 20%, también entre los universitarios.
Los valores y prioridades vitales y profesionales de nuestros jóvenes talentos se han fraguado en un contexto de abundancia de grandes ofertas y creciente escasez de demandantes de empleo cualificado. Ahora que la situación se presenta inestable y con previsión de lluvias, seguro que sabrán adecuarse a la nueva realidad.
Añadamos que también la diversidad ha llegado para quedarse: más allá del impulso de los poderes públicos (con la futura Ley de Diversidad, seguramente en esta misma legislatura), las propias organizaciones son desde hace tiempo conscientes de la riqueza que supone contar con personas distintas, con diferentes culturas y visiones.
Mientras vuelve el buen tiempo, afrontemos el cambio como una oportunidad para formarnos, aprender y mejorar, no tanto como una amenaza. Seguro que nos irá bien.
Javier Mourelo. Director de Desarrollo de Recursos Humanos y Formación de Clifford Chance