Asalto a las cajas
Comentando la situación de los mercados con un prestigioso analista de banca extranjero, surgió la polémica sobre las cajas de ahorros; una discusión que les resumo.
Tras mencionarme su sorpresa por los buenos resultados que estaban publicando, mi interlocutor me preguntó sobre su disparidad con los rumores. Dudaba que unas entidades que él considera poco sofisticadas pudieran tener semejantes números en medio de la galerna financiera. Mis explicaciones acerca del estilo de gestión ortodoxo y conservador de sus gestores no le convencieron. Me replicó que si no estaban expuestas a las hipotecas subprime, será su dependencia del ladrillo nacional y la economía hispana el que les acarree la ruina. Le comenté que los hábitos de ahorro de los españoles, el mayor coste de nuestros despidos y el conjunto de nuestra situación económica no son asimilables a los suyos: this is not America my friend.
Un tanto sorprendido acerca de la firmeza de sus afirmaciones, le pregunté sobre el origen de su percepción de las cajas; contestándome que su fuente eran los comentarios e informes de los analistas de banca españoles. 'Tan poco amigos de las cajas', le añadí. Después me pidió que le contase por qué creía yo que tenían tan mala fama las cajas de ahorros.
Empecé hablándole de cómo surgieron, con finalidades tan poco bancarias como mitigar la exclusión financiera de los más desfavorecidos y promover obras sociales. Algo que explica el estilo -pegado a la gente corriente- de sus directivos, su mayor aversión al riesgo y las prácticas de gestión sencillas y ortodoxas. Legatarias de una historia de discreción en el servicio, a estas entidades de lo que se les puede acusar es de excesiva modestia al comunicar sus éxitos, de no hacer valer su poder publicitario ante unos medios que a menudo las maltratan y renuncian al lobby con los colectivos que financian y con las autoridades a quienes auxilian cuando surgen urgencias políticas. En ese sentido, desaprovechan la formidable capacidad de influencia que les brinda la obra social, los presupuestos de publicidad y su imbricación territorial.
Las cajas, además, padecen la maledicencia sistemática de la banca comercial española (con la que han competido tanto, que la empujaron a internacionalizarse) y extranjera (que no ha conseguido ser más que marginal en nuestro mercado). Le comenté los sospechosos titulares de algún poderoso medio de comunicación, que le tiene echado mal de ojo a las cajas y trata con finura a su competencia.
En ese momento mi amigo me interrumpió, reconociéndome que el sector financiero español es uno de los más punteros del mundo. Y si esto es así, le contesté, ¿cómo es posible que las cajas sean tan toscas?, ¿y en qué país del mundo tienen las cajas tanto protagonismo como aquí? Los bancos sólo las superan en imagen e influencia; no en servicio ni en resultados.
Pero la principal cruz de las cajas es la enorme atracción que suscitan. Hay tanto dinero y tantos cargos, que todos quieren quedárselos. Algo que es favorecido por un sistema de elección de administradores inusualmente democrático. De la misma manera que un banco sólo se compra pagando su precio, es posible asaltar una caja politiqueando y difamando. Cierto es que hubo luchas de poder entre grupos de políticos para controlar cajas, pero rara vez se han involucrado los directivos en las mismas; estos gestionan igual, mande quien mande.
No le negué a mi amigo los riesgos actuales. Probablemente a alguna le hayan vendido algún derivado envenenado y muchas hayan financiado promociones de más que dudoso futuro, teniendo que cerrar algunas sucursales que nunca debieron de abrir; pero suena a calumnia interesada los rumores de intervención. No sólo por los elevados niveles de provisión incurridos, la transparencia informativa y la solidez de los resultados que siguen reportando, sino, especialmente, por esa sencillez de gestión que suele achacárseles peyorativamente. Coincidimos en que la duración de la crisis y la calidad de los créditos concedidos pondrán a cada uno en su sitio.
Concluyendo, mi amigo me lo resumió en la siguiente ecuación: rumorología tendenciosa = competidores con problemas + frívolos titulares de prensa + ambiciones políticas. Quedamos en vernos, cuando vuelva por aquí, para comer estupendamente y repasar esta historia.
Ignacio Suárez-Zuloaga. Doctor en Administración de Empresas y socio de CLI Consultores