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Tribuna
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'Quo usque tandem'

Apesar de su enorme progreso, el último siglo fue sin duda uno de los más sangrientos de la historia. ¿Hasta cuándo Quo usque tandem la humanidad aceptará seguir siendo teatro de guerras, torturas, miseria y demás humillaciones humanas? ¿Son estos flagelos realmente extirpables o resultan ser inherentes e inescindibles de la naturaleza humana?

Hace 60 años, en 1948, tras las dos devastadoras conflagraciones, las pueblos del mundo, reunidos en París en la Asamblea General de las Naciones Unidas, aprobaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Consideraron que 'la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana' y proclamaron que 'todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros'.

Esta Declaración representó un esfuerzo universal para consensuar las distintas ideologías y concepciones del hombre y de la sociedad y cohonestar las convicciones de los países occidentales y los orientales, de las democracias y las dictaduras, de países desarrollados y no desarrollados, de ricos y pobres.

Uno de los principales obstáculos fue el lograr que todos admitieran como centro de la Declaración la dignidad del ser humano mediando entre la posición iusnaturalista de Occidente y la que sostiene que los derechos humanos existen en la medida en que son reconocidos por el Estado. Otro fue el conciliar los derechos políticos y civiles en cuya preeminencia creen los occidentales frente a los derechos económicos y sociales preferidos por el Tercer Mundo. Otra dificultad fue el consensuar las formas de implementación de los derechos. Finalmente, la aceptación de que los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes, no admitida plenamente hasta fines de siglo.

Sin duda el documento más relevante de la edad contemporánea, la nueva magna carta de la humanidad cumple este año su 60 aniversario, lo que invita a la reflexión y a hacer inventario de sus consecuciones. Durante estas seis décadas, ¿es más o menos largo el camino recorrido o el que falta por recorrer para la efectividad de los derechos fundamentales?

Evidentemente, hemos de congratularnos de que desde su promulgación no hayan estallado conflagraciones mundiales, que los tiranos se vean observados y presionados por los demás gobernantes, que el Derecho internacional, que sólo afectaba a los Estados, hoy se considere responsable de una especial protección de los ciudadanos, que, aunque los tribunales no alcanzan a perseguirlas todas, muchas de las violaciones de los derechos fundamentales sean condenadas por los medios de comunicación en las salas de estar de todos los hogares y que el Tribunal Penal Internacional, creado por el Tratado de Roma, persiga los delitos de lesa humanidad.

Hay que celebrar que la Declaración lograra poner fin al apartheid sudafricano, promover la democracia en Europa oriental, Latinoamérica, África y Asia, la igualdad de la mujer, la protección del niño, sentar las bases para desterrar la pena capital y la tortura y perseguir la impunidad. Nadie duda hoy ya de la interrelación que la Declaración ha generado entre los derechos humanos, la democracia y el progreso económico.

Pero estamos a años luz de alcanzar el ideal que acariciaron los redactores de la Declaración, Elleanor Roosevelt, René Cassin, Jacques Maritain, Charles Malik y la totalidad de los pueblos que la adoptaron. Todavía los cuatro jinetes apocalípticos campean a sus anchas. Todavía proliferan las guerras, incluso preventivas, con innumerables muertes, torturas y sufrimientos, muchos pudorosamente calificados de daños colaterales. Todavía un tercio de la humanidad vive en la extrema pobreza y cada cuatro segundos muere alguien de hambre. Todavía muchos millones carecen de agua y de educación. Todavía los derechos humanos son violados por doquier y los pomposos discursos de los políticos distan escandalosamente de la realidad.

Por ello, la celebración de este aniversario no puede ser sino una celebración más agria que dulce. La humanidad no puede esperar más a que los objetivos de la Declaración se vean realizados. Irene Khan, presidente de Amnesty International, afirmaba hace poco que el mundo no necesita una guerra contra el terrorismo, lo que necesita es una cultura de paz basada en los derechos humanos para todos.

Ramon Mullerat. Ex copresidente del Instituto de Derechos Humanos de la International Bar Assotiation. KPMG Abogados

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