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Tribuna
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Despertemos a la realidad industrial

Es frecuente escuchar a altos responsables políticos que España es la octava potencia económica mundial, y tal afirmación se utiliza generalmente para avalar la gestión del Gobierno de turno. Sin embargo, la realidad es muy distinta.

En primer lugar, esa clasificación corresponde al PIB nominal, es decir, midiendo lo que producimos en dólares americanos. Si nos referimos al PIB PPA (por poder adquisitivo), la posición de España desciende hasta el puesto undécimo, por detrás de países emergentes como Brasil o Rusia (no es lo mismo producir un millón de dólares en un lugar donde una lavadora cuesta 600 euros que en otro donde cuesta la mitad). Introduciendo el factor per cápita, o sea, cuánto producimos en dólares internacionales por persona, España aparece en el trigésimo puesto, y ésta es nuestra verdadera posición en el ranking de la productividad mundial.

Por otra parte, un valor determinado de PIB no puede analizarse como una simple cifra, sino que importa, y mucho, de qué partidas se compone, sobre todo a la hora de valorar la resistencia de un país frente a situaciones adversas. La economía española se basa esencialmente en el aporte de los sectores de la construcción y servicios, que por definición no son exportables, o lo son en muy escasa medida. Nuestra producción industrial es incomparablemente menor que la de cualquiera de los países del G-7, a los que supuestamente nos queremos parecer. A veces interesadamente, se ignora que este club no está formado por los siete países más ricos, sino por los más industrializados. Como ejemplo, el peso de la industria en el PIB alemán (33%) dobla al español (17%) en términos relativos.

En el mercado global es muy importante la puntuación que un determinado país reciba en las escalas de off-shoring. Me explico: cuán atractivo es un territorio para deslocalizar una industria y establecerla allí. Según los últimos datos disponibles, España ocupa el puesto 38o en la escala de la prestigiosa consultora A.T. Kearney, por detrás de países como Portugal, e incluso de ciertas zonas de Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido. Además, nuestra trayectoria ha ido descendiendo a medida que nuestros costes han ido subiendo, lo cual no se ha compensado con una mejora del capital humano, ni de las condiciones empresariales, políticas y sociales. La misma fuente indica que España ha caído desde la decimoséptima posición en 2005 hasta quedar fuera de las primeras 25 naciones en el índice de confianza de inversión extranjera directa (FDI) en 2007, haciendo mención expresa al inminente colapso de la burbuja inmobiliaria española.

Para entendernos, España se parece más a la cigarra que a la hormiga, y por tanto no sólo el capital extranjero no vendrá a montar nuevas industrias en nuestro país, sino que es altamente probable que muchas de las que ahora están se marchen.

Este panorama se refleja inexorablemente en nuestro elevadísimo déficit comercial, que crece imparablemente, hasta situarse actualmente en torno al 10% del PIB. Compramos mucho más de lo que vendemos, y la razón no es otra que no tenemos mucho que ofrecer. Si no desarrollamos tecnología, no fabricamos, y si no fabricamos, no podemos exportar.

El truco de alargar paulatinamente el periodo de amortización de los créditos para financiar un crecimiento ficticio se ha terminado. Hemos chocado con la limitación de la duración de la vida humana, lo que convierte las hipotecas en activos dudosos, ya que han sido únicamente la rampa creciente de precios en el sector inmobiliario y los coyunturalmente bajos tipos de interés los factores que han permitido la concesión de créditos sin otro aval que la infundada suposición de que la situación se mantendría indefinidamente. Que nos encontramos ya en el punto de inflexión podemos comprobarlo sin más que informarnos sobre las condiciones actuales que exigen los bancos, que temen no sólo un estancamiento, sino un desplome del valor de los activos del ladrillo.

Es el momento de replantearnos el paradigma español, según el cual todo lo que viene de fuera es mejor, el proteccionismo es intrínsecamente malo, hay que dejar actuar alegremente a las fuerzas del mercado, hacer I+D subvencionada y considerar que el patriotismo es una reliquia del pasado. Estas creencias, genuina y exclusivamente españolas, hacen que nuestras grandes empresas públicas, privadas y privatizadas, se hayan convertido en gigantescas centrales de compras, que crean tejido industrial en todas partes menos aquí.

José Manuel Martín Espinosa. Vicepresidente de ventas y marketing de Teltronic

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