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A fondo
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La UE se juega otra vez su futuro en un referéndum

El día 12 de junio todos somos irlandeses', proclama una de las pancartas de European Referendum Campaign, una organización que defiende con poco éxito que el nuevo Tratado de Lisboa se someta a votación en todos los países de la Unión Europea.

Sólo la pequeña isla esmeralda, por imperativo constitucional, disfrutará de ese privilegio. Pero se trata de un ejercicio cargado de responsabilidad porque la decisión de apenas tres millones de irlandeses llamados a las urnas marcará el rumbo a un club de 500 millones de habitantes.

'Un No en el referéndum de Irlanda sería simplemente una catástrofe para Europa', resume un reciente informe de la fundación alemana Bertelsmann.

'El 'no' parece estar convenciendo a más indecisos que el 'sí', dice un analista

Los partidarios de abortar el Tratado en Irlanda (en general, una amalgama de extremistas religiosos y de izquierda, con el apoyo del partido nacionalista Sinn Fein) desprecian el catastrofismo oficial. Y lo atribuyen a un intento de chantajear a la población para que trague con el farragoso texto pactado por los 27 países de la UE en diciembre del año pasado.

Pero incluso las voces más moderadas reconocen que esta vez Europa se la juega. Si el no se impone (los últimos sondeos le dan una ligera ventaja) se reabrirá la profunda crisis que desencadenó el fracaso de la Constitución europea en los referéndum de Francia y Holanda.

Aquel batacazo provocó casi dos años de desorientación y pesimismo en la UE, hasta el punto de que se llegó a cuestionar la supervivencia del euro si el proyecto político comunitario se resquebrajaba.

Ahora el primer ministro irlandés, Brian Cowen, ya ha indicado que pase lo que pase el referéndum no se repetirá. En ese caso, si el pueblo irlandés vota el jueves en contra del Tratado de Lisboa, como hizo con el Tratado de Niza en 2001, la UE parece condenada a la parálisis institucional y a colar sus reformas mediante acuerdos intergubernamentales que no requieran ratificación.

Ese descalabro puede producirse a pesar de que todos los grandes partidos irlandeses defienden el nuevo Tratado y de que el Gobierno ha logrado el apoyo de los poderosos sindicatos agrícolas a cambio de defender sus intereses en la OMC.

Los últimos sondeos indican un equilibrio entre las dos papeletas. Y como advierte Hugo Brady, del instituto de estudios Centre for European Reform, 'el bando del no parece estar convenciendo a más indecisos que el del sí'.

Sin duda, los lemas pavorosos sobre las supuestas amenazas escondidas en el Tratado enganchan más que las presuntas bondades de un texto incomprensible para la mayoría de los votantes

Consciente de esa desventaja publicitaria, Bruselas ha mantenido un discreto silencio. Y sólo de vez en cuando recuerda que el nuevo Tratado ni armoniza la fiscalidad, como teme un país con uno de los impuestos de sociedades más bajos de Europa, ni acaba con la tradicional neutralidad militar de la isla.

Pero en la recta final, con el no ganando terreno, los argumentos se tornan más agresivos. Por un lado, se recuerda insistentemente a los irlandeses que han sido los máximos beneficiarios de las ayudas regionales en Europa. Y después se amaga con plantearles un ultimátum para que ratifiquen el texto o se bajen del tren comunitario. Pero ninguno de esas estrategias tiene visos de ganar adeptos. La primera olvida que la convergencia de renta de Irlanda con la media europea debe tanto a la inversión estadounidense en la isla como a los fondos europeos.

La segunda supondría un agravio comparativo respecto a Francia y Holanda, que no sufrieron represalias por haber abortado un proyecto mucho más ambicioso como era la Constitución europea. De modo que Bruselas sólo puede cruzar los dedos hasta el jueves. Y, con independencia del resultado ese día, ponerse a buscar un nuevo modelo de ratificación de sus Tratados.

Frustración

El método actual parece el más descabellado porque deja el proceso al albur de los avatares internos de cada país. Pasado mañana, por ejemplo, el Tratado de Lisboa puede pagar la frustración del electorado irlandés por la caída de la actividad económica y el estallido de la burbuja inmobiliaria en la isla.

Una posible alternativa sería celebrar un referéndum en toda Europa cuyo resultado fuera vinculante para todos los Estados miembros. Otra, más viable, que todos los Estados, incluida Irlanda, se comprometan a ratificar los Tratados por vía parlamentaria, al menos, los que, como el de Lisboa, no suponen un cambio trascendental (en países como Dinamarca es el Consejo de Estado el que hace esa valoración). Quizá no fuera un maravilloso ejemplo de democracia y transparencia. Pero sería menos hipócrita que plantear un plebiscito y decirle al pueblo que sólo puede votar sí.

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