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Tribuna
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Gato por liebre en la banca

Tras la crisis de la deuda de 1982, la de las cajas de ahorros en EE UU a finales de los ochenta y la crisis financiera asiática de 1997, la crisis de las hipotecas basura es la cuarta crisis bancaria de calado desde la II Guerra Mundial y la más grande, con diferencia. Según el FMI, las pérdidas en lo que se refiere a eliminaciones de incobrables alcanzarán los 0,65 billones de euros en todo el mundo, el grueso de los cuales corresponderá probablemente a las instituciones financieras de EE UU. Teniendo en cuenta que, en conjunto, las reservas de capital propio de todas las instituciones financieras de ese país suman cerca de 0,8 billones de euros, es una cantidad increíble.

¿Por qué ocurren las crisis bancarias? ¿Son los directores de los bancos unos ignorantes? ¿Por qué avalan riesgos que llevan a sus bancos al borde de la quiebra? La respuesta es una combinación de un sistema contable deficiente y varios efectos de riesgo moral no contemplados por los actuales sistemas reguladores.

El sistema contable deficiente son las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF), que utilizan en la actualidad las grandes empresas en todo el mundo. El defecto de las NIIF es que no mitigan el contagio sistemático derivado de las fluctuaciones de los precios de los activos. Cuando los precios de los activos fluctúan, las empresas que poseen dichos activos se ven obligadas a reevaluarlos en su cuenta de resultados trimestre a trimestre. La presentación puntual de informes sobre ganancias y pérdidas de capital que no se han hecho realidad hace que las acciones de la empresa se vuelvan volátiles, lo cual envía ondas de choque por todo el sistema financiero.

Una posible alternativa sería un sistema contable preventivo, como el que utilizaban todas las empresas alemanas antes de que comenzara la transición a las NIIF. En el sistema tradicional alemán, los activos de una empresa se evaluaban según el 'principio del menor valor': el menor de los valores históricos de un activo y su precio actual en el mercado son los que hay que utilizar para fines contables. Esto permitía a los directivos proponerse objetivos a más largo plazo y resultaba eficaz a la hora de bloquear los efectos del contagio. De hecho, era una de las principales razones que explicaban la estabilidad del sistema financiero alemán.

En la crisis actual, hay tres efectos perjudiciales para la moral que son especialmente importantes. Primero, el sueldo de los directivos depende en exceso de los precios de las acciones a corto plazo, debido a una influencia excesiva de los bancos de inversión en las políticas de los bancos comerciales. Si tenemos en cuenta que los bancos de inversión sólo pueden alcanzar altas tasas de rentabilidad en un mundo con precios volátiles de activos y objetivos de rendimiento a corto plazo, las empresas presionan a sus directivos para que hagan lo propio.

Segundo, el que los bancos asuman riesgos excesivos de inversión refleja su expectativa de que los Gobiernos los rescatará si fuera necesario. æpermil;ste fue el caso de la crisis de las cajas de ahorro alemanas, en la que el Gobierno explícitamente hizo las veces de asegurador de depósitos. Los bancos podían acometer proyectos con un riesgo evidente sin ahuyentar a los inversores porque el Gobierno daría la cara como último recurso.

En la crisis de las subprime ha intervenido un fenómeno parecido, por el cual los bancos deducían que eran demasiado importantes como para que los Gobiernos les permitieran quebrar. El hecho de que el Banco de Inglaterra salvara a Northern Rock y la Reserva Federal a Bear Stearns con cerca de 20.000 millones de euros indica que estaban en lo cierto.

El tercer peligro moral -y quizás el más importante- proviene de la información asimétrica entre los bancos y sus prestamistas. Los bancos emiten valores con unas tasas de interés nominal atractivas pero con una probabilidad de devolución desconocida. A menudo se crean acciones respaldadas por complejas carteras que contienen activos buenos y malos cuyo verdadero riesgo no es fácil de calcular. En la crisis actual, hasta las agencias de calificación infravaloraron drásticamente los riesgos, lo que ayudó a convencer a inversores financieros internacionales de que compraran valores respaldados por hipotecas a precios desorbitados.

Así que no había quien impidiera a los bancos dar gato por liebre. Al igual que con los coches de segunda mano que se estropean al poco de su compra, los tomates y las manzanas que tienen buena pinta pero sólo saben a agua o los trajes que se deshilachan a la primera de cambio, el vendedor podía rebajar la calidad del producto y reducir los costes sin que el comprador se enterara. Como los productos de mala calidad se venden al mismo precio que los de buena calidad, los segundos desaparecen del mercado.

En los mercados de capital, la asimetría de la información entre compradores y vendedores es aún más extrema, por lo que es muy tentador para los bancos emitir valores que aumenten sus beneficios previstos reduciendo la probabilidad de devolución por debajo de lo que esperan los compradores. Para poder hacerlo, desarrollan complicadas estructuras legales de reclamo que casi nadie llega a entender y operan con muy poco capital propio para cubrir los riesgos. Esto acaba con el mercado para los instrumentos financieros sólidos y socava la viabilidad del sistema capitalista.

Para abordar este problema, se necesita una normativa bancaria más estricta para aumentar la probabilidad de devolución y, con ello, la calidad de las acciones. Los productos financieros tienen que volverse transparentes, las operaciones no incluidas en el balance de situación han de tener un límite y, lo que es más importante, debe reducirse el alcance de las operaciones apalancadas exigiendo un ratio capital propio-activos más elevado. Los bancos se suelen oponer a unos ratios más elevados, porque el capital propio es más caro que el capital ajeno, pero eso se debe justamente al efecto 'gato por liebre'.

El FMI, el G-7 o una entidad conjunta entre EE UU y Europa podrían constituir el foro adecuado para establecer nuevas normas para los mercados financieros con el objetivo de mejorar la eficacia y la estabilidad de la economía mundial. En cambio, si las normas se fijan de forma unilateral, sería el preludio de una catástrofe mundial, porque la competencia entre los Gobiernos crearía ventajas para sus respectivos sectores bancarios que no harían sino reproducir las normativas inadecuadas que han permitido a la banca 'dar gato por liebre'.

Hans-Werner Sinn Catedrático de Economía y Finanzas, Universidad de Múnich

Presidente del Instituto IFO

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