Lecciones del Oráculo de Omaha
La publicación del mensaje anual de Warren Buffett a sus accionistas de Berkshire Hathaway constituye uno de los acontecimientos empresariales del año. El mismo Buffet que recientemente pasaba a liderar la clasificación de personas más ricas del mundo; que sigue viviendo en la misma casita que hace cincuenta años; que entiende que lo divertido del dinero es verlo crecer o que, hablando de malas inversiones, dice que nunca se ha acostado con una mujer fea; pero que se ha despertado con algunas. El mismo que anunciaba en 2006 la donación del 85% de su fortuna, entonces de algo más de cuarenta mil millones de dólares, a causas benéficas; o que afirmaba a la revista Fortune que las personas adineradas deberían dejar a sus hijos el suficiente dinero para que hagan con su vida lo que quieran, pero no lo bastante para que no hagan nada con ella.
Warren Buffett nos ha mostrado las maravillas del interés compuesto. Es el inversor (conocido) más exitoso del mundo. Por su sentido común y su olfato inversor se le conoce también como el Oráculo de Omaha. En los cuarenta y dos años de Buffet en Berkshire Hathaway, el índice S&P 500 norteamericano ha ofrecido un retorno medio anual de aproximadamente el 10%. En el mismo periodo, Buffett y sus socios han conseguido aproximadamente el doble. De este modo, un euro invertido en 1965, con el mismo retorno medio anual que el S&P 500 y reinvertido sistemáticamente, se habría convertido en cincuenta a finales de 2007. No está nada mal. Pero Buffett, y según el cálculo publicado recientemente en The Financial Times, ha conseguido transformar ese euro, en el mismo periodo, en aproximadamente 4.500.
Su fórmula para invertir con éxito parece sencilla: un negocio que se entienda fácilmente; una industria con buenas perspectivas; gestores capaces y dignos de confianza; y un buen precio. Para contextualizar la hazaña de Buffet, baste recordar que la inmensa mayoría de los inversores ni siquiera logra igualar la rentabilidad de los índices en el largo plazo.
Aunque las cartas a los accionistas no son, con todo merecimiento, un género literario popular, las de Warren Buffett (http:// www.berkshirehathaway.com/letters/) son siempre recibidas con expectación. Recogen, con sencillez, los fundamentos de la buena gestión empresarial. Se internan, bajo los principios del análisis fundamental de valores de Ben Graham, en asuntos como el papel de los gestores y los administradores de las compañías, o en el de los accionistas como propietarios y proveedores de capital. Los ensayos de Buffet (la carta del ejercicio 2007 tiene 21 páginas) bucean en la gestión empresarial moderna: desde la contabilidad hasta las fusiones y adquisiciones. Y sin engolamiento, sin solemnidad y con el suficiente sentido del humor para reírse, en primer lugar, de sí mismo.
La carta de 2007 contiene las habituales dosis de sentido común, alguna que otra diatriba hacia los salarios de los primeros ejecutivos estadounidenses, extensas descripciones de los errores cometidos por el propio Buffett y algunos datos interesantes: para que el comportamiento del índice Dow Jones Industrial Average sea tan bueno en este nuevo siglo como lo fue en el pasado, el 31 de diciembre de 2099 debería situarse en los 2.000.000 de puntos. Hoy está por debajo de los 13.000.
Sin embargo, y más allá de su astucia como inversor, el éxito de Warren Buffett nos sirve también para romper uno de los estereotipos más nocivos de la gestión empresarial; que la atención de los gestores, por encima de todo lo demás, debe estar en la cuenta de resultados. Por supuesto, es absolutamente cierto que una de las señas de identidad de los gestores de éxito es la capacidad de obtener, consistentemente, buenos resultados. Sin embargo, la obsesión con el resultado impide ver la crucial diferencia entre el propósito de una organización, aquello para lo que fue concebida, y los resultados que se obtienen como consecuencia de perseguir tal fin. En palabras de David Packard, el legendario fundador de Hewlett-Packard, 'el beneficio no es el fin y objetivo último de la empresa, es lo que permite que los fines y objetivos últimos puedan cumplirse'.
La anterior es una enseñanza que Warren Buffet, junto con otros empresarios que entienden que la institución empresarial no es miope ni egoísta, parece seguir al pie de la letra. Si no me creen, lean sus ensayos. Por eso sigue viviendo en la misma casa. Yo, particularmente, me alegro de que le haya ido tan bien. Por él y por aquellos que sigan su ejemplo.
Ramón Pueyo, Economista. Global Sustainability Services de KPMG