Graves paradojas en plena incertidumbre
La ecuación está planteada. Por un lado, desaceleración económica, crisis inmobiliaria, crecimiento del paro. Por otro lado, un Gobierno con superávit. Hasta ahí tendríamos una receta clásica. Que se invierta y se incremente el gasto público en clásica receta keynesiana. Pero, desgraciadamente, parece que no será tan fácil en esta ocasión. La difícil situación que se barrunta tiene otros componentes imprevistos, que complicará su resolución. Por ejemplo la crisis financiera, que iniciada en EE UU el pasado verano está golpeando la liquidez y la confianza de entidades bancarias hasta ahora consideradas como ejemplares. Ante situaciones nuevas, las autoridades deberán plantear soluciones novedosas.
EE UU se está mostrando mucho más agresivo que Europa, donde seguimos anclados en un desconcertante inmovilismo. Primero, con los tipos de interés. Mientras que la Fed ya los ha bajado en varias ocasiones, los europeos los mantenemos al 4%, lo que encarece al euro frente al dólar y dificulta nuestras exportaciones. Una paradoja, si de lo que se trata es incrementar nuestras exportaciones. El secretario del Tesoro americano, Henry Paulson, ha presentado la mayor propuesta de reforma del sistema regulatorio financiero de Estados Unidos desde la Gran Depresión. La Fed se convertirá en una superagencia regulatoria en estos próximos ocho años. Además de autoridad monetaria será una superagencia con poderes de policía sobre los protagonistas del mercado de servicios financieros y no sólo sobre la banca comercial. La autoridad monetaria se convertiría en un 'estabilizador de los mercados con alcance a todo el sector financiero'. Los americanos quieren regular un mercado financiero que se les fue de las manos. Bienvenidas sean las reformas. Pero, y en Europa, ¿qué hacemos?
Todas estas incertidumbres nos han golpeado en nuestro peor momento político, inmersos en un periodo electoral que retrasó cualquier tipo de propuesta. Baste con repasar los discursos de las pasadas elecciones para comprobar lo alejados que se mostraron nuestros gobernantes de la situación económica que ya preocupaba seriamente a los españoles. Llevamos semanas de inactividad, a la espera de la constitución del nuevo Gobierno. Y mientras, muchas promotoras y constructoras presentan suspensión de pagos, con una dolorosa rastra de empresas afectadas. Necesitamos ahora más que nunca señales firmes y medidas que devuelvan la confianza antes de que los ánimos económicos se depriman por completo. Otra paradoja, la inacción. ¿Cuándo llegará el plan de choque que tanto precisamos?
Sabemos que la crisis de vivienda es más de precio que de demanda. Son muchas las personas que desearían adquirir una vivienda pero que no tienen dinero para alcanzarla. Mil veces hemos oído hablar de la necesidad de construir viviendas sociales y de protección oficial. Satisfarían una necesidad al tiempo que paliaría la caída de actividad y empleo en el sector de la construcción. Bien, al menos esa es la teoría, porque otra paradoja nos golpea. La construcción de VPO lleva años cayendo, hasta llegar al mínimo el pasado ejercicio. Algo está fallando gravemente. Padecemos una ley de suelo hiperregulatoria que no ha solucionado los problemas más acuciantes.
Parece que -toquemos madera- el plan de inversiones en infraestructura será más importante del inicialmente previsto. Bienvenido sea. Carreteras, AVE, diversas infraestructuras mejorarán nuestra competitividad. Pero ante una necesidad tan básica como el agua, seguimos paralizados por un debate político sin fin. ¿Trasvases sí o no? Barcelona pasa sed y el vecino Ebro se desborda, arrojando millones de metros cúbicos de agua dulce que podrían haber saciado la sed de los pantanos del levante mediterráneo. ¿Tiene esto sentido? Ninguno, es otra de nuestras desconcertantes paradojas. Tenemos que hacer los trasvases, con todas las garantías medioambientales, eso sí. El futuro hidráulico debe pasar por técnicas de ahorro, trasvases y desaladoras, sin renunciar demagógicamente a ninguna de ellas.
Más paradojas. Llevábamos años de excedentes agrarios que apenas dejaban renta para los agricultores. Tenían que abandonar los cultivos, financiados, además por fondos europeos. Al tiempo, pagábamos unos precios prohibitivos por el petróleo. Los biocombustibles aparecen como una posibilidad renovable de rentabilizar la agricultura y, en seguida, escuchamos 'voces autorizadas' criticando esa posibilidad.
Y la última. ¿Cuántas veces habremos oído que teníamos que cambiar el modelo económico del consumo y el ladrillo? Pues bien, ya lo hemos conseguido. Ambos están por los suelos. ¿Dónde está la alternativa? ¿La habían facilitado los responsables?
Manuel Pimentel