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Tribuna
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El problema de la educación

Si me preguntasen hoy sobre el segundo factor condicionante de la competitividad en la empresa española posiblemente dudaría antes de responder: ¿quizás los problemas que se derivan de la unidad de mercado?, ¿a lo mejor nuestra enorme y creciente dependencia energética?, ¿o puede que el talante neointervencionista de las administraciones periféricas? No sé.

Ahora bien, no albergo la más leve duda sobre el primero, sobre esa cuestión fundamental de la cual va a depender en grado sumo el futuro de nuestra economía, y éste es el factor educativo o, si se quiere, el gravísimo problema de la enseñanza en España.

Y no me refiero solamente a la formación continua y ocupacional que se imparte específicamente a parados y ocupados para mejorar sus habilidades productivas. Me refiero sobre todo a la enseñanza tradicional, a la educación reglada que provee jóvenes titulados en grados medios o superiores, aparentemente habilitados para desempeñar los cargos y profesiones que demanda el tejido productivo.

¿Por qué es tan importante la cuestión educativa en el ámbito económico? Pues porque en una economía moderna, como la española, en el sector de servicios es donde se produce más del 70% del producto interior bruto (y un porcentaje aún mayor del valor añadido total). Y el sector de servicios es básicamente factor humano, es decir, excelencia y adecuación del personal a sus funciones en el ámbito comercial, financiero, sanitario, turístico, etc.

Incluso en el sector primario y en el industrial han pasado también a primer término elementos como el diseño, servicio técnico, asistencia posventa y otros cuyo denominador común es la calidad del factor humano encargado de prestarlos.

Así pues, cualquier economía que desee prosperar debe prestar atención preferente al factor humano y, por descontado, a la formación que reciba éste, sea la reglada de los primeros años, o la de reciclaje y perfeccionamiento, a lo largo de toda la vida laboral.

Y en este terreno, la situación española es especialmente preocupante. Mucho se ha hablado del Informe Pisa, y también del descenso general del nivel educativo entre los jóvenes. ¿A qué causas podemos atribuir esta situación?

Vaya por delante que sería necesario realizar un amplio y detenido estudio para dar respuesta a este interrogante, y que nada estaría más justificado, desde el punto de vista empresarial, que asignar recursos a una investigación de este tipo que diera pistas para el futuro.

Pero mientras ese análisis se proyecta y se realiza, yo voy a apuntar algunas causas del desastre educativo que empiezan a ser evidentes, y en especial una de ellas, que es la promoción automática.

La promoción automática es la posibilidad de pasar de un curso a otro con varias asignaturas suspendidas. Se generalizó en la Logse (se permitían cuatro asignaturas) y posteriormente el PP intentó remediarla con la Ley de Calidad en la Educación, que reducía a dos los suspensos con los que era posible pasar de curso. Esta fue, creo recordar, la primera Ley que anuló el PSOE cuando llegó al poder en 2004.

La promoción automática es la consecuencia, quizás inevitable, de extender la educación obligatoria de catorce a dieciséis años. Si se obliga a chicos de quince años a estudiar complicadas materias lingüísticas o matemáticas, es una gran tentación relajar el nivel de exigencia, a no ser que se quiera mantener a estos jóvenes repitiendo año tras año. Y como el deseo primordial es fabricar titulados a mansalva, la treta consiste en permitirles pasar de curso con las asignaturas suspendidas.

Ahora bien, los jóvenes son grandes especialistas en adaptarse al medio, y en este caso a las normas. Si a un estudiante que tiene siete asignaturas se le dice que puede pasar al curso siguiente aprobando solamente tres, las otras cuatro ni siquiera las estudiará. Es más, no llegará a abrir el libro. Por supuesto, descartará las más difíciles, como las Matemáticas o la Lengua.

Nótese la diferencia entre el sistema antiguo (los jóvenes estudiaban materias que luego suspendían) con el actual (los jóvenes ni siquiera han estudiado esas mismas materias). El resultado es un páramo intelectual y cultural, porque hasta los más lerdos alumnos de hace veinte años llegaban a adquirir siquiera rudimentos de esas asignaturas, aunque luego no llegaron a aprobarlas. Según el viejo aforismo, 'cultura es lo que queda cuando se olvida lo que se aprendió', así que imagínense ustedes lo que puede quedar cuando no se ha aprendido absolutamente nada.

Terminar con la promoción automática es un requisito ineludible para salvar la catastrófica situación de falta de conocimientos en los que se encuentran nuestros jóvenes. Esto es más fácil decirlo que realizarlo en un contexto de escolarización secundaria obligatoria, pero hoy ya sabemos los efectos letales de esta política.

Para terminar, es igualmente cierto que hay otras grandes causas del desastre educativo, que van desde el sistema de financiación a la enseñanza, hasta la transferencia completa de esta competencia a las autonomías, pasando por la falta de adecuación entre oferta de titulados y requerimientos del aparato empresarial. Pero esos pueden ser otros tantos temas de sucesivos artículos.

José María Cuevas. Presidente de honor de la CEOE

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