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Tribuna
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Los mayas y la protección de los feos

La política española se acerca mucho al mundo de los mayas, según el autor, siempre pendiente de que no vuelva a suceder lo que ya ha ocurrido. Ejemplo de esta actitud es una reciente propuesta electoral encaminada a corregir la discriminación laboral que sufren las personas poco agraciadas físicamente

Una particularidad de la política española es que, con desesperante frecuencia, las propuestas de los partidos parecen estar redactadas mientras una mano sujeta el boli y la otra el periódico de ayer. Un amigo dice que la patología se llama tremendismo. El problema de hacer política así es que, al final, todo se reduce a poner parches a los titulares. Esta forma de ver el mundo se parece a la de los mayas.

Según la mitología maya, el universo fue destruido en varias ocasiones. Y tras cada una de ellas, los humanos decían haber aprendido la lección y estar preparados para la siguiente debacle. El problema es que siempre trataban de prevenir el desastre anterior. En la primera ocasión, el mundo fue destruido por una inundación. Los mayas se fueron a vivir a los árboles. Allí les sorprendió el fuego, y el segundo fin del mundo. Los supervivientes construyeron casas de piedra. Pero llegó un terremoto. No recuerdo la causa del último Apocalipsis. A lo mejor fue una crisis de liquidez. Dio igual; los mayas estaban construyendo refugios para terremotos.

Si se observa detenidamente, la política española parece plagada de mayas. Sin ir más lejos, hace algunos días los medios se hacían eco de algunas propuestas electorales que tendrían por objeto corregir la discriminación laboral que sufren las personas poco agraciadas. En definitiva, decían algunos medios, se trataría de proteger a los gordos, los bajitos y los feos. Una loable iniciativa que pretendería, entre otros, corregir un cruel caso de discriminación conocido pocas fechas antes.

La discriminación positiva hacia los altos y guapos se extiende a lo largo de todas las esferas de la vida. Tampoco los políticos se salvan

Parece ser que, efectivamente, los feos y los bajitos lo tienen peor que los altos y guapos. Gracias por la noticia. Los estudios realizados muestran que, como media y comparando grupos suficientemente grandes de personas, las personas altas disfrutan de ingresos superiores a los de aquellas que no lo son tanto. Cada centímetro de altura adicional añadiría un 1% a los ingresos anuales medios. También la belleza ofrece ventajas. Así lo afirma Daniel Hamermesh, economista de la Universidad de Texas que ha estudiado este fenómeno en profundidad. Los trabajos de Hamermesh en EE UU, Canadá o el Reino Unido, entre otros, muestran que el ingreso de los feos está por debajo de la media, al contrario que el de los guapos. En EE UU, la penalización por fealdad se situaría en un -9%, mientras que el premium de la belleza supondría un incremento del ingreso medio de un 5%. En el Reino Unido, la belleza produciría un premium de tan sólo un 1%. Por su parte, la fealdad produciría una penalización mayor en el caso de los hombres que en el de las mujeres. De un -18% y -11%, respectivamente. Según parece, la discriminación positiva hacia los altos y guapos se extiende a lo largo de todas las esferas de la vida. Tampoco los políticos se salvan. Ni siquiera en la liberal y moderna Finlandia.

Economistas de la Universidad de Helsinki desarrollaron una encuesta online donde a los participantes se les solicitaba que valoraran la belleza y otros atributos de cerca de 2.000 candidatos electorales finlandeses. Sólo se admitían participantes no finlandeses, a los que les mostraron las fotos de los carteles electorales. Los resultados, publicados en septiembre de 2006 (The Looks of a Winner: Beauty, Gender and Electoral Success), muestran que la belleza de los candidatos explica mejor el éxito electoral que otros atributos menos frívolos, como la inteligencia. Concluían, además, que el premium de la belleza en política parece ser mayor para las mujeres.

Pero no sólo los votantes; también los recién nacidos practican esta forma de discriminación; tal y como publicaba New Scientist en 2004, los bebés prefieren mirar caras bonitas. La preferencia por la belleza nos acompaña desde el nacimiento.

En definitiva, y puestos a pensar en el asunto, seguramente nos encontramos otras formas de discriminación que convendría estudiar. La inteligencia, por ejemplo. Al final va a resultar que los genes no saben de equidad. Lo único que podemos hacer es, tras constatar que los genes no saben de justicia, tratar de asegurar que la sociedad no deja a nadie atrás.

Por mi parte, me apunto a cualquier iniciativa que sirva para reducir la discriminación por algo frívolo como la belleza. Y me atrevo a lanzar una propuesta a los partidos: que los candidatos guapos se hagan las fotos para los carteles electorales recién salidos de la cama y con resaca. Así reduciremos las ventajas injustas para aquellos con cutis más luminoso. O quizá no.

Ramón Pueyo Economista de Global Sustainability Services de KPMG rpueyo@kpmg.es

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