Cómo elegir el vino en las comidas de empresa
Prudencia en el precio, sentido común en los gustos y normas de protocolo para no equivocarse.
Para muchos ejecutivos enfrentarse a la carta de vinos en las comidas de negocios supone un problema. El éxito de una reunión de estas características tiene mucho que ver con la imagen que se proyecta: causar buena impresión quizás no sea definitivo para cerrar una operación, pero ayuda.
Agasajar a los invitados, dar la imagen adecuada, crear un clima distendido y conseguir las condiciones adecuadas para favorecer la negociación o el contacto comercial es el fin de este tipo de encuentros. Para acertar, lo primero es tener claro el restaurante al que acudir. No se debe dejar nada al azar. La elección dice mucho del que invita, y es una señal inequívoca de cómo se considera al cliente: si el local es muy informal y de bajo nivel, el invitado puede sentirse poco apreciado, y si resulta excesivamente sofisticado y caro puede interpretarse como un derroche, generando una falta de confianza. Lo idóneo es acudir a restaurantes ya conocidos, mejor aún donde la presencia del directivo sea habitual, donde le conozcan y sepan de sus gustos.
Conviene tener en cuenta las preferencias gastronómicas de los que serán compañeros de mesa; salvo que se conozcan con antelación. Lo mejor es no arriesgar, y dejar el japonés de moda o la cocina más vanguardista de la ciudad para otro momento: lo clásico es lo más seguro, pero siempre con la premisa de la calidad. Una vez sentados a la mesa, llega el momento de pedir el vino, uno de los instantes más delicados de la comida, ya que servirá al interlocutor para calibrar los conocimientos del anfitrión sobre la materia. Actualmente saber de vinos es un síntoma de estatus, de cultura ¿Qué hacer en estos casos cuando se es un profano?
Puede ocurrir que el cliente sea un aficionado, o incluso un entendido. Si es así, por deferencia, lo idóneo sería invitarle a él a que hiciera la elección, pero si no ¿cómo actuar? La prudencia y el tacto son las mejores premisas. En primer lugar, con el precio. No conviene pedir vinos excesivamente caros, para epatar. Ya de por sí suelen estar cargados significativamente en los restaurantes, e intentar apabullar con etiquetas de moda o marcas muy reconocidas puede resultar gravoso.
Además, quizás los clientes no tengan los suficientes conocimientos para valorarlos, y la inversión sería inútil. 'Lo más adecuado es decantarse por un vino entre 20 y 30 euros, de los muchos que existen en el mercado nacional, de buena relación calidad-precio, yendo sobre seguro', aconseja Custodio Zamarra, sumiller de Zalacaín, 'tintos equilibrados, razonables, que gusten a todo el mundo, no muy viejos, y que acompañen bien a toda una comida'.
Riojas y riberas siguen siendo los preferidos entre los ejecutivos, en elaboraciones más tradicionales e incluso con estilos más modernos, crianzas o reservas en su momento óptimo de consumo.
Si el cliente está abierto a probar cosas nuevas, un tinto de zonas emergentes (Bierzo, Jumilla, Toro), de variedades de actualidad como la syrah, o grandes añadas (las mejores en los últimos años, la de 2001, 2004 y 2005) puede resultar una buena elección. Eso sí, lo razonable, cuando en la mesa no hay entendidos, es solicitar un único vino para todo el almuerzo, un tinto no muy estructurado ni complejo, que guste a la mayoría y encaje con lo que se vaya a degustar. Y, desde luego, siempre queda la opción de recurrir al sumiller, la mejor forma de no equivocarse.