Weber revisita la empresa
Xavier Mendoza y Ángel Castiñeira analizan, a partir de la obra del sociólogo y filósofo alemán, el nuevo papel que las empresas y los ejecutivos deben desempeñar en la sociedad contemporánea
La globalización es asumida por los directivos y equipos de alta dirección de muchas empresas como el desafío más crítico al que se enfrentan en la actualidad. Uno de los puntos clave relacionados con este desafío es saber redefinir el cambio de función y las nuevas responsabilidades de la empresa en la sociedad. Las grandes compañías hoy son percibidas por los ciudadanos como relevantes actores sociales. De ellas se espera no sólo que se comporten responsablemente sino también que contribuyan individual y colectivamente a resolver problemas como el cambio climático, la disminución de la pobreza o el respeto de los derechos humanos. Este rol cambiante de la empresa en la sociedad se ha convertido en un tema urgente de la agenda corporativa lo cual justifica que las escuelas de negocio le estén dedicando una mayor atención tanto en su tarea investigadora como en el diseño de sus propuestas formativas. En esta reflexión sobre la función de las empresas en la sociedad contemporánea la obra del sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) es especialmente relevante e inspiradora, tanto por su legado como por su vigencia.
Para Weber, conocer el funcionamiento del capitalismo de su época pasaba por entender cómo la empresa llegó a convertirse en el modelo racional por excelencia de la acción social. Trasladado al presente, ello implica que la empresa no puede pensarse al margen de la sociedad. Por eso, el éxito actual de la nueva perspectiva de la gestión empresarial denominada Business in Society pone de manifiesto la vigencia de esa intuición weberiana: haciendo empresa hacemos sociedad.
Como es sabido, la especificidad del mundo moderno descrito por Weber, que en buena medida sigue siendo nuestro mundo, estaba compuesta por un entramado inseparable de figuras económicas, estructuras sociales, instituciones políticas y un cierto ethos individual y social. Elementos todos ellos que incidían en los procesos de estandarización y racionalización de la sociedad, en los que la empresa jugaba un papel crucial.
Nuestro diálogo con Weber hoy debería pasar por plantearnos si en el futuro la empresa continuará manteniendo ese protagonismo y, en caso afirmativo, si su función será la misma. Weber detectó que la empresa, aún sin saberlo, contribuía de manera decisiva al proceso de racionalización; y descubrió que la actividad económica iba vinculada a una ética, al ethos individual del empresario. La pregunta weberiana sobre el protagonismo de la empresa sigue teniendo sentido, pero se añade ahora una novedad, porque hoy las empresas y sus directivos ya son plenamente conscientes de su impacto social. Y eso implica para los directivos el incorporar la reflexión sobre el tipo de sociedad que la empresa, a partir de su actuación, está contribuyendo a construir. Más aún, en un contexto global y organizativo muy alejado del contexto local que le tocó vivir a Weber, la referencia a la ética o al compromiso individual del empresario ya no es suficiente. Las empresas están obligadas a formularse qué ethos corporativo, qué valores compartidos, quieren promover entre sus miembros.
Desde mediados de los años setenta del siglo pasado, eminentes sociólogos comienzan a hablar de las 'contradicciones culturales del capitalismo'. Se detecta en el capitalismo democrático un desgajamiento entre los valores morales y los valores instrumentales que lo habían constituido. El denominado malestar en las sociedades capitalistas contemporáneas proviene, probablemente, de la desconexión entre la acción mecánica (económica, empresarial o profesional) y el espíritu o el fin o sentido que debería guiar esa acción; o, en términos weberianos, de una racionalización del mundo y de la vida que ha acabado por convertirse en irracional. De hecho Weber anticipaba esa posibilidad en el final de su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, cuando alertaba sobre un modelo de ser humano que caracterizaba como 'especialistas sin espíritu, hedonistas sin corazón'. Repensar la función de la empresa implica hoy hacerlo desde la constatación de esos peligros, reflexionando en primer lugar sobre cuál puede ser la nueva fuente generadora de sentido. Si no deseamos vivir o trabajar en lo que Weber denominaba 'jaulas de hierro', en organizaciones extremadamente eficientes y racionales pero frías y deshumanizadas, estamos obligados a repensar la razón de ser y la finalidad de la empresa en el siglo XXI.
El diálogo con y desde Weber nos aporta elementos para redefinir el papel de la empresa desde una 'ética de la responsabilidad', responsabilidad referida no sólo a las consecuencias de sus propias acciones sino también a las responsabilidades compartidas con los otros actores sociales (gobiernos, sociedad civil) ante los problemas que nuestras sociedades deben afrontar, lo que plantea la cuestión de cuál debe ser el rol individual y colectivo de la empresa en la gobernanza de la sociedad a escala local, nacional y global.
En resumen, repensar el rol de la empresa en el siglo XXI comporta redefinir el punto de partida de la actividad económica en un mundo global e interdependiente, un ethos capaz de incorporar e integrar las dimensiones económica, social y ambiental en el conjunto de su actuación.
Nos encontramos, pues, ante un importante reto de innovación social para conseguir que la integración de esas tres dimensiones sea viable y sostenible en el tiempo. Sólo por esta vía la empresa podrá ser percibida legítimamente por la sociedad como un agente que contribuye a la mejora del mundo.
Xavier Mendoza y Ángel Castiñeira. Profesores de Esade