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Columna
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Educación y sociedad

Carlos Sebastián

La publicación del Informe PISA 2006 ha despertado comentarios de todo tipo. Este Informe PISA estaba fundamentalmente centrado en el aprendizaje en Ciencias Naturales, aunque también, con menos profundidad, retomaba la valoración de la competencia lectora y del aprendizaje en Matemáticas, que habían sido los objetivos principales de los informes de 2000 y de 2003, respectivamente.

En aprendizaje de Ciencias Naturales el conjunto de alumnos españoles se encuentran en la media de los 30 países de la OCDE, con una valoración similar (no hay diferencia estadística) de la que reciben los alumnos de Dinamarca, Francia, EE UU y Noruega. Es verdad que de los países de Europa Occidental (la UE 15) sólo Italia, Portugal y Grecia producen unos resultados peores. En Matemáticas, la imagen es relativamente similar: estamos en la media, en compañía de EE UU, y de nuevo en Europa Occidental sólo están peores los tres países citados.

En competencia lectora, sin embargo, los alumnos españoles alcanzan una valoración inferior que la media de la OCDE y junto a Grecia es el peor país de la UE 15. Es ésta la peor noticia del informe.

El primer comentario que se me ocurre es que si acudimos a otras comparaciones internacionales sobre el funcionamiento de la sociedad la valoración relativa de España es similar o peor que la que produce el Informe PISA. Por ejemplo, en los indicadores de Governance del Banco Mundial, España se encuentra claramente por debajo de la media de los países de la OCDE en seguridad jurídica (Rule of Law) y de entre los países de la UE 15 solamente Italia y Grecia están peor. Y en cuanto a control de la corrupción, España se encuentra en la media de los países de la OCDE y solamente Portugal, Grecia e Italia se encuentran peor que España en Europa Occidental. En otras fuentes, basadas en opiniones empresariales, que sería muy prolijo citar aquí, España se encuentra peor que la media de la OCDE en cuestiones como funcionamiento y transparencia de la Administración y funcionamiento de la justicia.

El Informe PISA analiza la relevancia de aspectos socioeconómicos y del entorno cultural en el aprendizaje. Concluye que son factores relevantes y que en España los alumnos que pertenecen a familias de índices socioeconómicos más bajos obtienen mejores resultados que los de sus homólogos de la OCDE. Por otra parte, el entorno cultural parece aún más relevante. Hay una diferencia de 135 puntos (de una media de 488) entre los alumnos españoles en cuyos hogares apenas hay libros y aquellos en cuyos hogares hay muchos.

Estos últimos datos revelan que aunque es necesario avanzar en la mejora del sistema educativo sus resultados trascienden ese ámbito. Por otra parte, algunas de las reformas que pudieran contribuir a mejorar los centros de enseñanza necesitarían de un consenso amplio, por ejemplo las concernientes a una mayor valoración, acompañada de una mayor exigencia, de los docentes. Ambas cuestiones, pues, otorgan a este asunto una dimensión social que va más allá de lo que un Gobierno (cualquier Gobierno) puede hacer. Algo similar a lo que ocurre con la mejora en la eficacia y transparencia de las Administraciones públicas, con la mejora del funcionamiento de la justicia y con un mayor grado de cumplimiento de normas y acuerdos, aspectos todos ellos en los que el déficit español es aún mayor que en educación.

¿Cómo se consigue un amplio consenso social sobre estas cuestiones? No es en absoluto obvio. El consenso político (tan difícil de alcanzar en estos tiempos) es condición necesaria pero no suficiente. Sería necesario un amplio debate previo sobre aspectos sustantivos de los problemas, no sobre símbolos ni interesados ni creados, y la participación en él de respetadas instituciones de la sociedad civil, ausentes en nuestro país.

Tres cuestiones finales. Primero, hay líneas de mejora que, en cualquier caso, convendría emprender. Por ejemplo, se han hecho estos días reflexiones interesantes sobre el contenido de las enseñanzas de lengua (la referencia a la creación de 'pequeños filólogos analfabetos' suena excesiva, pero no está desencaminada). Segundo, pese a las deficiencias, hay pocas dudas de que el nivel de instrucción medio es superior al de hace 30 años. Aunque el nivel medio de los que obtienen el bachillerato no fuera ahora superior al de entonces, que no lo sé, la proporción de jóvenes que se gradúan es ahora sustancialmente mayor que entonces. Además, el número de alumnos brillantes por cada mil habitantes de esas edades es mucho más elevado que antes. Por último, en contra de la intuición de muchos, la conveniente mejora de la educación curricular no conduce por sí sola a la superación de las otras deficiencias que hemos mencionado más arriba (cumplimiento de normas, corrupción, etcétera). Hay bastante evidencia en este sentido.

Carlos Sebastián. Catedrático de Análisis Económico de la Universidad Complutense

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