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Columna
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Cuestión de Fed

Las turbulencias en los mercados financieros han llevado a los principales bancos centrales del G-7 a realizar inyecciones concertadas de liquidez. El autor analiza el trasfondo de estas actuaciones, gracias a las cuales, en su opinión, se puede hablar de un ajuste gradual y no de frenazo en seco.

José Carlos Díez

Las tensiones en los mercados de crédito y monetarios han vuelto a empeorar y los bancos centrales siguen teniendo un papel estelar en la resolución de esta crisis financiera. Esta semana la volatilidad se ha adueñado de los mercados, por la reunión de la Fed y por el anuncio de inyecciones concertadas de liquidez por los principales bancos centrales del G-7.

El G-7 se creó para coordinar las políticas económicas en un sistema de tipos de cambio fijo, pero desde que Bretton Woods saltó por los aires en los setenta, padecemos un no sistema monetario internacional y, desgraciadamente, las decisiones de coordinación global copan todas las portadas, generando alarma. ¿Tan grave es la situación que obliga a tomar decisiones de extrema urgencia? La respuesta es que sí pero con matices.

Aunque en agosto el estallido de la crisis fue muy virulento, la realidad es que ha quedado acotado al mercado de renta fija corporativa, en especial del sector financiero, y a los mercados monetarios. La Bolsa mundial está en máximos históricos y lo mismo sucede con la mayoría de materias primas.

Se habla de una crisis de liquidez, pero no es cierto ya que nunca ha habido tanto dinero en circulación en el mundo. El problema es que el dinero se acapara y no fluye por los canales habituales. Se habla de una crisis de confianza, algo que es de perogrullo, y de que los bancos no se prestan en el mercado interbancario, pero el mercado de pagarés bancarios ha estado muy activo desde septiembre y en muchas ocasiones eran otros bancos los que compraban los títulos.

La realidad es que la crisis es tan compleja que es difícil encasillarla. En los últimos años, el negocio bancario florecía fuera de sus balances, principalmente para evitar la regulación. Las entidades crearon vehículos especiales que obtenían financiación independiente y daban cuantiosos beneficios. Sin embargo, el crecimiento de los beneficios sólo era sostenible a costa de reducir los estándares de riesgo, algo que históricamente siempre acaba en una crisis. El repunte de la morosidad de las hipotecas subprime, ha desbordado el vaso, pero la crisis se ha producido porque estaba muy lleno.

Las carteras de los inversores internacionales están cargadas de títulos asociados al sistema bancario y, tras la crisis, han decidido reducir su exposición a este tipo de activos. Esto ha provocado que los vehículos se quedaran sin financiación y se vieran obligados a vender activos pero, al no encontrar compradores, las entidades han optado por incorporarlos a sus balances. Por desgracia, no disponemos de una estimación fiable de la magnitud del problema, aunque la Fed ha reconocido que la crisis en EE UU superará los 100.000 millones de dólares y hay estimaciones privadas que hablan de 400.000 millones.

Desde que Luca Pacioli escribió en el siglo XV su obra La partida doble, sabemos que cualquier aumento de activo necesita un aumento de igual proporción del pasivo y aquí viene el principal problema. La demanda de deuda bancaria se está contrayendo y sólo la intervención de los bancos centrales ha evitado un colapso del sistema bancario internacional. Los bancos centrales están dirigidos por economistas y los economistas sabemos que las crisis económicas más dramáticas, como la Gran Depresión, la crisis de Japón o las numerosas crisis de mercados emergentes siempre coinciden con crisis bancarias. Por lo tanto, es normal que hagan todo lo que está en su mano para evitarlas.

De momento lo han logrado, aunque la realidad siempre supera a la ficción de las predicciones. Una de las claves para estimar la magnitud del problema será la publicación de las cuentas anuales auditadas de los bancos. El balance anual es una imagen de la empresa en el último día del año y, ese día, nadie quiere que su imagen refleje bajos niveles de liquidez que provocarían inmediatamente el desplome de sus cotizaciones en Bolsa y que podrían suponer un serio problema de solvencia. Por esa razón, la demanda de liquidez para final de año es tan elevada y las entidades están dispuestas a pagar tipos desorbitados, aunque sólo por unos días.

Sólo entendiendo la magnitud y la casuística de esta crisis financiera podemos entender las medidas de urgencia de los bancos centrales. Con la actuación coordinada global buscan un mayor impacto y reducir el grado de incertidumbre de las entidades sobre su aprovisionamiento de liquidez. Además, la Fed y el Banco de Inglaterra van a copiar al BCE y van a inyectar dinero a más largo plazo, asumiendo que la crisis durará bastante tiempo y que en 2008 asistiremos a más episodios de tensión como el de agosto y el del último mes.

Por suerte esta crisis se ha producido en el momento más dulce de la economía mundial de los últimos treinta años. Un crecimiento apoyado en la productividad, muy diversificado y liderado por un ciclo de inversión empresarial que no se verá muy afectado por el mayor grado de restricción financiera mundial. Desde 2003, las empresas mundiales han sido ahorradoras netas y, principalmente, han financiado su inversión con sus beneficios. Las familias han sido las que se han endeudado para comprar vivienda y serán las que sufran la restricción financiera en mayor medida, poniendo fin a los ciclos inmobiliarios aún en expansión. Esto supone que la economía mundial seguirá creciendo, aunque ha iniciado una fase de desaceleración cíclica. No obstante, gracias a la actuación de los bancos centrales, el ajuste es gradual, de lo contrario ahora estaríamos hablando de un frenazo en seco.

José C. Díez, Economista jefe de Intermoney

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