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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inflación, la próxima batalla

La inflación ha vuelto. España ha saltado de una tasa que rondaba el 2% a otra cercana al 4% en unos meses, y la que se comportaba como variable amable ha pasado a convertirse en la primera pesadilla del Gobierno como responsable de la economía, y del resto de los agentes económicos y sociales como sus auténticas víctimas. Pero no está sola en el infortunio: la globalización económica democratiza los lastres con la misma vertiginosa inmediatez que los progresos. La semana pasada Francia, Italia, Alemania o EE UU han reconocido fuertes avances de los precios de consumo que han puesto en alerta a los responsables económicos. Hasta China amenaza con empezar a exportar inflación en vez de deflación.

Como hemos recordado recientemente en estas mismas páginas, la inflación es la variable más parasitaria de la economía, puesto que resta poder de compra a los consumidores, debilita la posición competitiva del país y ceba todas las variables contractivas de la actividad. Pero es doblemente peligrosa porque siempre ha sido considerada por el general de los españoles como un enemigo simpático, casi como un aliado de su renta, únicamente consecuencia del mediocre arraigo de la cultura económica. La gente tarda en entender que con la misma facilidad y al mismo tiempo que engorda sus ingresos nominales volatiliza su poder adquisitivo. Sólo la estabilidad cuasi germánica adquirida con el euro en las finanzas públicas ha permitido a los españoles apreciar que el control severo de la inflación permite generar prosperidad.

Las causas de la resurrección de la inflación tienen toda su raíz en el propio crecimiento global, que ha tensionado los precios de las materias primas, de la energía y, por pasiva, de los alimentos en todo el mundo. Las principales instituciones económicas internacionales advierten que no va a ser fácil reducir la inflación de nuevo por debajo del 3% en el medio plazo. El propio Banco Central Europeo admite que en todo 2008 la zona euro registrará tasas por encima del 2%, umbral que la autoridad monetaria considera estable y compatible con una política de tipos de interés expansivos.

Por tanto, los banqueros centrales ya tienen para los próximos trimestres o incluso años trabajo por delante: controlar las tensiones de precios para lograr mantener el crecimiento de las economías. Tras unos cuantos meses inyectando dinero para que los bancos comerciales puedan mantener su actividad tras el colapso de la liquidez, ahora tendrán que poner el tiro en la inflación. Y la primera providencia en el manual del buen banquero central ante estas contingencias es subir los tipos de interés, sin caer en el riesgo de apretar demasiado y contraer la demanda y el crecimiento.

Pero sólo tendrán éxito si el resto de agentes económicos, a los que piden siempre colaboración, la prestan. Si los Gobiernos controlan el gasto público y abren mercados para que la oferta de bienes y servicios fluya y abarate precios. Si los sindicatos ceden y flexibilizan el coste del factor trabajo. Si los empresarios renuncian a márgenes excesivos y destinan excedentes a nueva inversión que dinamice los procesos productivos. Y si los proteccionismos, sean con incentivos productivos como la PAC o con aranceles excesivos, desaparecen para dar un nuevo impulso al comercio mundial.

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