Las cajas de ahorros en el siglo XXI
El sector financiero español goza de una salud de hierro que se ha beneficiado del buen hacer a nivel de política económica de las diferentes Administraciones desde el comienzo de la democracia en el año 1978. El Banco de España, como regulador, tiene gran parte del mérito, que también se debe al buen hacer de las cajas de ahorros, que han sabido atender al ciudadano de a pie, donde quiera que éste viva, y satisfacer con servicios de proximidad las necesidades financieras del pequeño ahorrador.
Hay anécdotas curiosas sobre el sector de las cajas de ahorros que no todo el mundo conoce. Hay que remontarse al siglo XVIII para ver nacer las primeras cajas de ahorros en el seno de las ciudades comerciales germanas. Las cajas de ahorros como tal han ido desapareciendo del mapa europeo y únicamente guardan su estructura original en Francia, Alemania y España. Las cajas de ahorros en España son líderes en cuota de mercado en cada una de las 50 provincias y dos ciudades autónomas del territorio nacional. Ninguno de los dos grandes bancos españoles han sido capaces de arrebatar el liderazgo, ni siquiera en Cantabria, sede del Santander, ni siquiera en el País Vasco, sede del BBVA.
De acuerdo a un riguroso estudio de la Fundación de Estudios Financieros, España es el país de la Unión Europea con mayor número de oficinas bancarias por cada 1.000 habitantes (95), una galáctica cifra que casi duplica la de su inmediato seguidor, Luxemburgo (56). Y pese a esta cercanía, únicamente en cuatro provincias las cajas de ahorros pueden presumir de cubrir el 100% de la población (Cádiz, Córdoba, Murcia y Tenerife).
En el ejercicio 2005 las cajas de ahorros dedicaron un 27% del beneficio neto a obra social, la actividad sin ánimo de lucro que ejemplifica el enfoque social y próximo a la ciudadanía de las cajas de ahorros, una cantidad equivalente a 1.700 millones de euros. Las hay de todos los tamaños, desde la más reducida que suma 260 millones de euros en activos, hasta la más grande que cuenta con 155.000 millones de euros en activos. æscaron;nicamente cinco de las 46 cajas de ahorros existentes en la actualidad en el territorio nacional están presentes en una única provincia. Por el contrario, 10 cajas de ahorros cuentan con presencia en el extranjero.
El modelo operativo de las cajas de ahorros en España es una historia de éxito. Miradas con recelo por los bancos comerciales que cotizan en Bolsa, las cajas de ahorros han sabido evolucionar con el paso del tiempo y plantan cara en territorio nacional a la gran banca, que ha tenido que mirar a América Latina y al mundo anglosajón para saciar su hambre de expansión. Y es que al contrario que los bancos, las cajas de ahorros no cotizan en Bolsa y, por ende, no son entidades que se puedan comprar. Dicen los grandes bancos que las cajas de ahorros compran pero no se pueden comprar. Las cajas de ahorros no son opables, no se pueden adquirir en una opa hostil. Un arma de doble filo que impide que las cajas de ahorros sean absorbidas por la banca comercial, pero que por otro lado les ata de pies y manos y les impide expandirse internacionalmente realizando ampliaciones de capital.
Pero la sed de crecimiento conduce inevitablemente a las cajas de ahorros a adoptar fórmulas innovadoras y sin precedentes que les permitan crecer, como la reciente salida a Bolsa de Criteria, la cartera industrial de La Caixa, o la emisión de cuotas participativas en estudio por más de una caja. Las dos formas elegidas son novedosas. Sin embargo las cuotas participativas presentan un mayor grado de expectación, pues dan entrada en el capital de la caja de ahorros que las emite, una entrada al capital privado, una entrada sin derecho de voto. Los partidos políticos y especialmente los sindicatos han mostrado una oposición frontal a la emisión de cuotas participativas, pues interpretan que se trata de un primer paso hacia la privatización.
La privatización de las cajas de ahorros no siempre resulta catastrófica. Es el caso de la caja de ahorros británica TSB. æpermil;sta se fusionó con el banco Lloyds a mediados de los noventa para conformar el que actualmente es el cuarto banco británico Lloyds TSB. Las fundaciones Lloyds TSB se crearon para salvaguardar la obra social de la otrora caja de ahorros TSB. Dichas fundaciones reciben un porcentaje del beneficio bruto de Lloyds TSB, que reinvierten en obra social, cubriendo las necesidades sociales de la población.
Los bancos consideran a las cajas las niñas mimadas del sistema financiero nacional. En una decisión reciente, el Banco de España ha decidido equiparar el porcentaje de los depósitos que las cajas aportan al Fondo de Garantía de Depósitos, pasando del actual 0,4% al 0,5%, igualando de este modo su contribución a la de la gran banca comercial.
Las cajas de ahorros siguen ejerciendo hoy el papel por el que fueron fundadas y que propició su desarrollo posterior, un papel que enfatiza el enfoque redistributivo del beneficio y la proximidad al ciudadano. Las cajas de ahorros deben plantar cara a los retos del siglo XXI, que incluye el crecimiento vertiginoso de la cartera de crédito hipotecario, un endeudamiento de las unidades familiares en cotas históricas y una carencia de educación financiera básica por parte del ahorrador que acarrea consecuencias nefastas ante la subida de tipos de interés y el sobreendeudamiento. La obra social de las cajas de ahorros debe promover la enseñanza financiera básica entre los pequeños ahorradores, que desde el conocimiento serán más conscientes del impacto que la adquisición de determinados préstamos o productos de inversión tiene en su economía familiar.
Me gustan las cajas de ahorros. Si en la próxima vida me reencarnara en entidad financiera, elegiría sin dudarlo convertirme en caja de ahorros, sostenible financieramente, responsable socialmente, cercana al ciudadano, preocupada por el entorno en el que se desenvuelve, nacida para quedarse y desarrollarse. Gracias por existir.
Jaime Pozuelo Monfort. Máster en Ingeniería Financiera por la Universidad de California-Berkeley y máster en Desarrollo Económico por la London School of Economics